MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

No. No creo haber logrado aún hacerte saber lo que es amarte así. Ni por asomo.

Es imposible el adjetivo por el gozo de mi alma cada vez que te veo reír. No se pueden ordenar las letras que siento. Están demasiado alborotadas riendo con vos como para hilvanarlas en una frase, en una palabra siquiera...

Ya no hay Troya que conquistar para recuperarte ni épicas batallas para luchar con tenacidad bravía. No puedo más ser el héroe de tu historia y morir en el campo de batalla pronunciando tu nombre...

–Cómo se hace para notar la diferencia y no cometer el mismo error y a su vez creer en el amor? –me preguntó una lectora.
–Se corre el riesgo –respondí.

Son muchas las veces en nuestra vida que “sabemos”. Y de esas veces son muchas las que nos hacemos los tontos. El problema está en que cuando eso que sabemos pasa, paradójicamente, nos toma por sorpresa.

Tal vez estaría bueno decidir. Sin hacerse el sordo. Decidir a sabiendas de que estamos corriendo un riesgo. Para que si pasa lo que sabemos, no haya sorpresa, no haya ese “la vida me engañó” del tango.

Porque creo que cuando no hay sorpresa, cuando uno elige, la alegría es enorme y la tristeza no es tanta...

Alguien me hizo notar hace poco que no podía saber a quién me refería cuando hablaba de “esa” mujer. Si a lo largo de mis notas las nombro una por una a las mujeres que de una u otra manera son o han sido parte de mi vida… quién es ésta, la que no tiene nombre…