12-11-2023
Las pasiones son enfermedades incurables.
Goëthe
Bajó la tapa de la laptop, apagó el habano que aún estaba por la mitad, dio un portazo y salió a la calle sin rumbo alguno, sin más destino final que cambiar un techo por un cielo.
No era habitual que caminara sin mirar. Siempre lo hacía dejándose “llenar” por la realidad circundante, disfrutando de ver ese beso de una pareja en la parada de colectivos, enojándose con el ciclista que no respetó el semáforo… en fin, reaccionando emocionalmente a todo aquello que se encontrara a su paso.
Paso que ese sábado por la mañana era errático, casi torpe, como si hubiera estado borracho o una resaca de la noche anterior estuviera haciendo estragos en la coordinación de su andar.
En sus ojos, perdidos en un horizonte que no miraba, podía verse el hartazgo de años de pelea con una realidad, la de muchos seguramente, que le era hostil. Que no hacía otra cosa que escarpar cada vez más el camino de sus sueños.
El permanente aumento de los costos edición, envío y promoción dificultaban al punto de lo imposible cualquier proyecto literario. Y la negativa de algunas editoriales que sólo publicaban probados best sellers eran la estocada final a sus ya agónicos intentos.
La censura y la discriminada distribución de las publicaciones en las redes sociales, que le hacían inentendible que un post de un obeso mórbido o una niña moviendo estúpidamente las caderas al compás de la música (a veces ni siquiera al compás) fueran mostradas muchísimas más veces que el cuadro de un artista, las letras de un escritor o la obra de un escultor, no le daban más que náuseas por un mundo retroalimentado en la estupidez en forma constante.
No podía dejar de preguntarse para qué escribir libros que no pueden ser publicados, postear publicaciones que no llegan, hacer proyectos que no tienen futuro. ¿Para qué?
Y así la furia con la que había dejado su casa mutó en desdén y la desazón se hizo carne en él...
“A cagar! Voy a volver a escribir sólo para mí”, pensó…
…
Almorzó con una tele encendida de fondo a la cual, tan como a aquél horizonte en la calle, no le prestaba atención alguna. Masticaba como un rumiante y dejaba que los sorbos de vino corrieran por su garganta sin el paso previo de degustarlos.
Subió al su cuarto y se dejó caer en la cama. Había puesto a lavar sólo las fundas de las almohadas. Eligió aquella menos dañada y se entregó a una siesta envuelto en desordenadas sábanas.
Despertó unas horas más tarde en medio de esa sombría bruma en la que no se comprende qué hora es. Con la cara apretada contra la almohada a la que estaba abrazado abrió un ojo y dirigió la mirada hacia atrás, a su izquierda, a la pequeña ventana que atestiguaba que el sol emprendía su habitual retirada cotidiana...
Aun en medio del sopor la verdad, su verdad, se impuso autoritaria, dictatorial si se quiere.
“Puta madre… no sé si es una bendición o la peor de las maldiciones, pero no quiero y aunque quisiera, no puedo renunciar a mí mismo”, susurró al aire.
“Siempre he sido y sigo siendo el tipo que quiere provocar, conmover, emocionar…”, agregó ya en voz alta, como si hubiera una audiencia que lo estuviera juzgando.
Tal como dice el personaje de Francella en “El secreto de sus ojos” se encontró con la lapidaria sentencia que dice que es imposible renunciar a la pasión.
Meneó la cabeza, torció la boca por sonrisa y se encontró consigo mismo en su pecho que, con cierta agitación, una vez más, lo impulsó a actuar.
Bajó las escaleras de su cuarto, atravesó el living, subió a su escritorio y volvió a levantar la tapa de la laptop.
Era escritor, es escritor.
Y por eso no pudo evitar poner las manos sobre el teclado,
y a pesar del sopor que aún lo envolvía,
parir este lánguido relato…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.