MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

19-12-2019

Nada mejor que un perfecto mal día

Nada mejor que un perfecto mal dia

La muerte es más universal que la vida. Todos morimos, pero no todos vivimos.

Andrew Sachs

Había tenido un día de mierda. De ésos que me encanta tener. Sin ni una pizca de sarcasmo lo digo. Tener cada tanto un perfecto día de mierda es lo mejor que puede pasarme...

Llegué a mi casa y me dispuse a hacer lo que siempre hago en esos días. Encendí sólo las luces tenues para que las paredes de ladrillo a la vista y las maderas del ambiente se tornaran aún más cálidas de lo que son por naturaleza.

Me serví un copón de Malbec y encendí un habanito de los que tengo para estas ocasiones en las que quiero relajarme después de un día agitado y lleno de problemas, de los que te hacen ver todo negro.

Me desparramé en el sillón, me descalcé y puse los pies sobre la mesa ratona al mismo tiempo que encendía mi cigarro. Dí un pequeño trago al vino y mantuve el copón en la mano para poder ir alternando esos sorbos de Malbec con profundas pitadas al habano.

Y dejé que mi cabeza me llevara a ese desagradable lugar en el que ya he estado.

El lugar mental en el que me es inevitable pensar que algún día voy a morir...

...

No soy un tipo religioso. No creo en Dios ni en el Universo. Por lo que para mí, la muerte es sólo el fin de absolutamente todo. El “ya no más”. El “se acabó”.

Para mí nada habrá después de ese minuto en el que respire por última vez. Nada. Para siempre, nada de nada. Y siempre que lo pienso lo pienso así: “Nunca más”.

Porque después de ese instante nunca más podré disfrutar de mis hijas. No habrá más momentos compartidos. No habrá risas estalladas. Ni charlas con las que ellas y yo crecemos. No habrá más abrazos sentidos con las tripas. Ni más historias nuevas que contarles o viejas que repetir veinte veces. No habrá más cenas, ni asados, ni sushis festejando sus notas de sus carreras. No habrá más orgullo que sentir por verlas crecer dueñas de sus vidas.

Cuando haya muerto ya no habrá “ella” que amar y que me ame. No habrá más sueños compartidos. No habrá esperanza. Ni ganas. No habrá deseo que presione para abandonarse a la entrega ni ternura sobre la cual descansar. No habrá sonrisas que me iluminen ni ojos en los cuales perderme. No habrá más piel que tocar ni espalda que me rasquen suavemente. No habrá más lujuriosos besos ni pasionales humedades. No habrá más carne que apretar ni pelo que acariciar. No habrá más manos que entrelazar ni dedos para pasear por muslos que tampoco habrá.

Ese instante después de mi último latir ya no habrá amigos con los cuales charlar. No habrá más risas con Diego y su disparatada forma de vivir mientras comemos en Bahía ni sesudas discusiones con Fabio esas noches que arreglamos el mundo mientras tomamos más vino que vodka los cosacos.

Tampoco habrá familia con la cual reunirse cada tanto. No habrá arreglos para ver dónde festejamos Navidad o Año Nuevo ni cumpleaños felices cantados desentonando a propósito para divertirnos aún más.

Cuando haya dado ese último suspiro no habrá lectores para mis sentidas notas, mis sarcásticos chistes ni mis pataleos sociales. No habrá más “Me gusta”, “Me divierte”, “Me encanta” ni “Me enoja”. No habrá más comentarios que leer que me hagan repensarme cada vez. Ya no tendré nunca más la oportunidad de disfrutar de seguir creciendo cada día.

El día que muera ya no habrá colores. No habrá verdes copas de árboles ni azules de diáfanos cielos. No habrá lluvia para dejarse mojar ni sol para que me acaricie la piel y me lleve a dormitar en el pasto.

Tampoco habrá obras de arte que contemplar en silencio mientras me lleno el alma de las emociones que me provocan. Ni las versátiles sensaciones que me invaden cuando la música toca mis entrañas. No habrá lugares nuevos que visitar ni libros nuevos que leer.

No tendré más voz para cantar en el baño o mientras cocino. Ya no podré ensayar en el auto hasta lograr decir “one, two, tree, four!” justo en el momento en que entra la batería en el tema que estoy escuchando. Ya no me filmará mi hija para reírse por cómo puteo cuando no lo logro. Ya no podré reír solo imitando la voz aguda de Travolta cantando a dúo “you are the one that I love”.

No habrá más cabañas a las que ir a pescar. Ni dorados para luchar con ellos a brazo partido, con la adrenalina corriendo por mis venas por el miedo a perder esa batalla y que se me escape.

No habrá más nada.

No habrá más vida.

Nunca más...

Por eso tener esos días de mierda es lo mejor que puede pasarme.

Porque siempre me llevan a este desagradable lugar mental que me genera una presión en la boca del estómago que da cuenta de la creciente angustia frente a la idea de ese fin, de ese "nunca más".

Pero que me conecta con todo aquello por lo cual, como diría Héctor Alterio en “Caballos salvajes”, la puta que vale la pena estar vivo.

Y por eso, los días en los que siento que no tengo nada que agradecer a la vida, primero me dejo llevar a ese lugar mental.

Y después pongo en práctica algo que leí por ahí:

Me sirvo un vino,

enciendo un cigarro,

y me tomo el pulso…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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