MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

03-10-2019

Tolerame ésta

Tolerame esta

Tolero todo, menos tu opinión al respecto.

El autor

Un día los imbéciles dejaron de ser tan imbéciles y se dieron cuenta de que argumentaban pelotudeces tan grandes que eran desarticuladas de movida por cualquiera que tuviera dos dedos de frente. Y entonces qué hicieron? Dejaron de decir pavadas? De ninguna manera. Comenzaron a generar estupideces a lo pavote aprovechando el capitalismo y su cadena de producción.

Ésa es la época que nos está tocando vivir. La de producción en masa de toda clase de disparates, como una suerte de ataque masivo con la pretensión de sobrecargar las mentes que piensan hasta el punto de hacerlas estallar. No por la complejidad de lo que se propone, sino por la mera hiperproducción de “propuestas”. Planteos de tolerancia, empatía, sensibilidad, respeto. Todas palabras que ya existían, pero que hoy nos están disparando con una ametralladora para que no haya tiempo de darnos cuenta de cuánta estupidez viene mezclada con estos conceptos.

Y es por eso que la única posibilidad de razonar va de la mano de separar los “nuevos conceptos”.

Vamos con la tolerancia…

Lo primero que quisiera resaltar es la monumental paradoja en la que caerían (y caen) los “tolerantes” si a partir de lo que voy a plantear, decidieran no tolerar mi intolerancia. Menudo problema, no?

Ya con eso podría mandar a los tolerantes a casa con tarea para el hogar.

Pero puedo ir un poco más allá con mi intolerancia.

Porque no me banco ni un poco esta cosa de “cada uno vive a su manera y nadie es quien para juzgarlo”.

Porque no me banco que hayan contaminado la tolerancia con la censura, que es otra cosa.

Porque no me banco que “sos un intolerante” sea la frase de moda de los “Quicos” actuales, simplemente porque les desespera lo uno que está diciendo.

Quisiera ver esa espectacular capacidad de tolerancia a cualquier cosa que se plantee que se supone tienen cuando un tipo diga que es una pena que no hayan dejado que Aldofito pudiera terminar su noble misión de generar una raza superior.

O cuando algún otro se queje de la abolición de la esclavitud porque tiene campos de algodón desde hace un par de siglos y su familia pudo trabajarlos sin tener que pagar más que un mal techo y una pésima comida. Y hoy, pobre desgraciado, ni siquiera puede comprar negros traídos de África.

A esta gente también hay que tolerar? No se puede decirles nada? No se debe juzgarlos?

Estamos entendiendo como el culo lo que es tolerar o no tolerar.

Cada uno es libre de pensar y decir lo que se le canten las pelotas y es por eso que yo podré opinar que “Éste es un nazi hijo de puta y este otro un racista de mierda”, por el simple hecho de gozar, al menos en teoría, de libertad de expresión. La misma que tienen ellos para decir lo que a mi juicio son barbaridades.

No voy a ir a matarlos por lo que dicen o piensan. ESO es tolerar. Pero no voy a callar lo que pienso al respecto. Porque eso es censura.

O sea, tolerar es no HACER nada en contra de aquél que opina diferente. De ninguna manera significa aceptar que “todo vale” y mucho menos, tener que callar la opinión propia…

Larga introducción para ir a un nivel tanto más bajo que casi no puedo creer cuán boludos nos estamos volviendo los humanos.

Porque hoy la tolerancia está de moda. Hoy TENÉS que ser tolerante. Donde tolerante significa renunciar a toda opinión personal y a toda posibilidad de emitir esa opinión, a riesgo de ser tildado de… sí, claro: intolerante.

Hay que respetar TODAS las ideas, TODOS los comportamientos, TODAS las formas de pensar y andar por la vida.

Todas, salvo la que esté en contradicción con la mía, claro. Un rasgo típico de los “tolerantes” de hoy en día.

Y es así como hasta el nazi podrá llamarme “intolerante” cuando yo le diga que me parece un hijo de puta. Y lo mismo pasará con el racista cuando le diga que en mi opinión es un sorete.

Pero hay algo peor que trajo esta ola de “tolerancia”.

Y eso es la fenomenal hipocresía en la que vivimos.

Porque toda sociedad tiene una escala de valores dentro de la cual todos tenemos la propia. Escala por la cual hay cosas que nos parecerán bien o mal, moralmente aprobables o reprobables, estéticamente agradables o desagradables y así podría seguir sumando categorías que los seres humanos tenemos por el simple hecho de ser seres humanos. Si en todos los idiomas hay adjetivos calificativos es para poder “calificar”, o sea, juzgar y sentenciar (en el sentido de “opinar”, “sacar conclusiones”).

Si una tipa cuenta que se come los mocos, muchos –sino todos– van a pensar que es una asquerosa. Pero ojito con decirle que te parece una inmunda! Ahí viene la horda de Quicos a decirte “La mina está abriéndose. Quién te creés que sos para juzgarla?”

Si un tipo dice que no le presta nada a nadie, ni siquiera a sus mejores amigos, muchos –sino todos– van a pensar que es un miserable. Pero ni se te ocurra decirlo. Porque de nuevo aparecen los Quicos para decirte “El tipo está compartiendo su experiencia de vida. Quién sos vos para criticarlo?”.

Todas formas modernas del famoso “Cállate, cállate, que me desespeeeeeras!”.

La realidad es que cuando surgieron las redes sociales y la comunicación se abrió de par en par, muchos sintieron la necesidad de “normalizar” su propio comportamiento (Fuera el que fuese. Cuanto más reprobable, más ganas de normalizarlo) y lo expusieron ahí. Y cuando vino el precio de exponerse, no quisieron bancarse el corolario. Y fue entonces que los imbéciles inventaron el teorema de la tolerancia. Postulado por el cual estás condenado a ser tildado de intolerante a menos que estés dispuesto a sumarte a la caterva de hipócritas temerosos de la ira de los tolerantes en la que estamos transformándonos.

Vivimos en un mundo donde gays que bregan por la tolerancia expulsan de sus filas a otros gays porque son “plumas” (gays fuertemente amanerados). Un mundo donde una de las corrientes feministas (TERF) que luchan por la igualdad de género sacan a patadas a transexuales porque para ellas siguen siendo hombres.

Mientras tolerantes profesionales viven tildando de intolerante a todo que aquél que tenga opinión sobre algo o se atreva a cuestionar.

Soy un “intolerante” al que un “pluma” le parece medio ridículo y le da risa. Pero no lo echaría a patadas de ningún lado, mucho menos de una marcha por la tolerancia. Porque no soy hipócrita.

Soy un “intolerante” que puedo estar de acuerdo con que un transexual sigue teniendo el mismo sexo biológico. Pero no lo aparto de la sociedad por su identidad de género, mucho menos de una marcha por la igualdad, porque la paradoja me daría náuseas.

Soy un “intolerante” que cree que si un tipo engaña a su mujer es un hijo de puta. Pero no lo castro. Porque vivo en un estado de derecho.

Soy un “intolerante” que opina que la amante de ese hijo de puta, si está al tanto de la situación, es otra hija de puta. Pero no la quemo en la hoguera. Por la misma razón que no castro al tipo.

Y así podría seguir… diciendo, escribiendo, expresándome.

Tengo opinión propia sobre cualquier tema humano. Y capacidad de crítica, acertada o no. Y libertad de expresión. Y me banco la opinión del otro sobre mi punto de vista, la capacidad de crítica de otro sobre mis ideas y la libertad de expresión de ese mismo otro para decir lo que quiera decir sobre lo que yo decidí exponer.

Por eso en mi blog podrán encontrar opiniones que disienten con la mía, que me critican ciertas posturas que planteo y hasta comentarios en los cuales se me tilda de machista, misógino, machirulo, retrógrado, pelotudo y otros adjetivos “descalificativos”. Porque cada uno tiene derecho a pensar y decir lo que le parezca. Y si yo lo tengo, los demás también. Y si yo expongo mi modo de vivir, de pensar o de sentir, tengo que poder “tolerar” que a otros les parezca que ese modo de vivir, de pensar o de sentir está equivocado, es reprobable moralmente o simplemente me hace un pelotudo sin remedio.

Si desespera lo que digo, a bancánserlo. A “tolerarlo”. O se estarán convirtiendo en lo mismo que critican.

Soy un ser humano. Que piensa, juzga, opina, critica, expone.

Y me banco que otros seres humanos piensen diferente, juzguen con otra vara, opinen de otra manera, critiquen lo que digo y expongan todo eso.

A los únicos que no me banco ni un poco son,

paradójicamente,

a los “tolerantes”…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.

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