MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

15-12-2017

Un día cualquiera

Un dia cualquiera

Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo hacés,
entonces estás peor que antes.

Confucio

Mi hija menor ha sido siempre muy prolija. Debe ser por eso que nació un lunes, como parece que corresponde. Y la mayor, ansiosa. Que no pudo esperar y nació en domingo.

Por alguna razón le endilgamos al inicio de la semana laboral, la facultad de generar el caldo suficiente para poder cocinar nuestros proyectos. Y después llega el lunes y el agua está demasiado tibia como para cocer algo...

El lunes parece ser el día para todo comienzo. El lunes empiezo la dieta. El otro, el gimnasio. Y el siguiente “suelto” este momento de mierda y empiezo a vivir.

Vivimos pateando para el lunes todas esas cosas que queremos hacer pero que, vaya uno a saber por qué, nunca hacemos...

Antes de ayer me levanté con un extraño zumbido en el oído. Pero lo más extraño, lo que no llegaba a comprender, era que no me molestaba en absoluto. Por el contrario, me llenaba de energía.

Así que dejé de preocuparme y aproveché para levantarme cantando, prepararme el desayuno y esta vez, hacer mi rutina de ejercicios completa y no sólo una parte, como muchas veces hago.

El zumbido subió de intensidad y con él, mi energía y mis ganas. Me senté frente a la compu y separé notas para el libro y vi un video explicativo para implementar un sistema de suscripciones. Tengo un sueño que hoy es proyecto de vida… por qué pasarme la vida postergando ese momento?

Fui a almorzar con mi amigo. Hacía rato que no lo hacíamos y, la verdad, es una estupidez que siempre dejemos pasar tanto tiempo entre un encuentro y otro, porque es algo que realmente disfruto. Comimos, charlamos y me despedí con un buen abrazo, para hacerle sentir cuánto lo quiero.

El zumbido volvió a aparecer, intenso. Y con él, más energía.

Fui a andar en bicicleta un buen rato y paseé sin rumbo, disfrutando del momento.

Volví a mi casa y llamé a mi madre. Charlamos de sus cosas y yo le conté de las mías. Le hace bien que le muestre que me importa y a mí me hace bien darle eso, que no cuesta nada. Es sólo tener presente cuánto ha hecho por mí y con eso alcanza para que recuerde llamarla de tanto en tanto.

El zumbido se hizo realmente fuerte e insistente.

Y la energía ya era ingobernable.

Volví a mis clases de canto y desplegué mi voz sintiendo cómo salía de mi pecho, cómo inundaba el lugar, llenándome del placer de expresar lo que siento cuando canto. No entendía por qué había pasado tanto tiempo desde la última vez que lo había hecho.

Entusiasmado por reencontrarme con mi pasión por la música, ni bien salí hice una cita para tomar clases de piano, algo que he postergado por años.

Una vez más volví a mi casa y, sin perder ni un minuto, llamé por teléfono y contraté la cabaña para mis vacaciones y saqué el pasaje para ir a visitar a mi hija menor a Nueva Zelanda en abril. Crucé un par de mensajes por WhatsApp con una amiga para ver cómo andaba. Volví a salir y fui a tatuarme un código de barras. Ése que planeo hacerme desde hace tanto.

Mientras me grababan la nuca, arreglé con mi hija mayor para cenar juntos comida mexicana, que le encanta. Sólo de ver su sonrisa cuando come, ya estoy satisfecho.

Otra vez apareció el zumbido y por eso, después de haber cenado y compartido con Agus un buen rato, me dí una ducha, me cambié de ropa y fui hasta la casa de esa mujer para decirle todo lo que sentía. Y a la mierda con los miedos.

Ya tarde, volví a casa, me serví una copa de Malbec, me prendí un habano y me quedé un rato disfrutando de ambas cosas, mientras escuchaba The final cut, de Pink Floyd.

Lloré un poco…

Y luego, al principio no entendía muy bien por qué, sonreí como nunca lo había hecho. Me sentía indescriptiblemente bien. Feliz, totalmente feliz, serenamente feliz. Absoluto protagonista de mi propia vida. Haciendo todo lo que me hace bien. Siendo yo, plenamente yo…

El zumbido se tornó insoportable. El mismo que me había dado la energía para hacer todo lo que había hecho durante el día, ahora era un molesto chillido que azotaba mis tímpanos.

Traté de no prestarle atención, pero llegó el momento en que ya no pude más…

Y desperté.

Decepcionado?

Para nada.

Porque ya sabía lo que tenía que hacer con mi vida.

Y porque no esperé al lunes

y empecé ayer,

un día cualquiera…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.

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