07-01-2021
Si puedes soñarlo, puedes hacerlo.
Walt Disney
Se dice que los sueños, sueños son. Como si cumplirlos fuera un imposible. Y a la vez, en estos tiempos de “vamos que podés”, la frase de Walt Disney parece ser el mantra fundamental de miles de posts que aseguran que todo es posible. Que sólo se trata de ir por ello.
Algo que conduce a más de uno a la frustración absoluta cuando descubre que no todo depende de él y que muchas veces, por más esfuerzo que se ponga en perseguir esos sueños, simplemente no se dan.
O lo que es aun peor. Se cumplen, pero se acaban.
Entonces… ¿para qué uno querría sostener esos sueños?
Eran las seis de la mañana y el día empezó raro. Después de una tormenta de ésas en las que parece que el mundo está llegando a su fin, de escalofriantes truenos y serpenteantes rayos que amenazan golpear la tierra que estás pisando, amaneció frío en pleno enero.
El sol peleaba por hacerse espacio entre los nubarrones que parecían resistir el mandato de la naturaleza que les ordenaba seguir viaje al oeste, confabulándose para mantener al astro acorralado.
Enormes camalotes flotaban en el río dando cuenta de la gigantesca revuelta que había ocurrido el día anterior. El agua bajaba con cierto apuro por restablecer el equilibrio con la tierra mientras el muelle parecía descansar del agotamiento que le había provocado tener que resistir los embates de las olas que Eolo, el dios del viento, se había encargado de crear en una sinfonía brutal con el ensordecedor ruido de la lluvia.
Encendí un cigarrillo, miré el escenario por la ventana de la cabaña y recordé la inquietud que había sentido mientras mis cañas, debajo de la tormenta, habían hecho las veces de pararrayos que invitaban a ser los receptores de la furia de los relámpagos.
Tal vez el romanticismo que creía ver en toda esa matinal escena, quizás la somnolencia de mi mente a tan temprana hora… no lo sé, pero algo hizo que perdiera la mirada en el río y recordara que “allá lejos y hace tiempo”, en los albores de mi más incipiente juventud, había tenido sueños.
Así, en plural.
Vagos y desordenados sueños que en aquella época se había agolpado en mi cabeza luchando por prevalecer unos sobres otros.
Así vi pasar ante mis ojos el tiempo en el que, como decían las abuelas, tenía toda la vida por delante. Esa etapa en la cual los sueños tienen proporciones épicas. Ese momento de la vida en el que sería cantante famoso, arquero reconocido mundialmente, estrella de cine… y el éxito traería esa pila de dinero con el cual no tenía muy claro qué iba a hacer…
Di un sorbo al café y recordé cómo esas ilusiones fueron mutando, trocando su calidad de desvarío adolescente en proyectos concretos. A reales expectativas de ese éxito que todos anhelamos en la vida.
Y de esa manera, alguna vez quise ser Analista de sistemas. Alguna otra ser empresario maderero. Y alguna más, tener un pub.
Ya encaminado, recibido de psicólogo y dueño de una empresa de diseño gráfico, el sueño de formar una familia comenzaba a ser una realidad vivida de la mano del nacimiento de mis dos hijas.
Sueño que iba a quebrarse unos años más tarde, cuando me separé de la madre de ellas.
Caminé hasta el muelle, encendí un segundo cigarrillo y me senté en el banco que allí hay, de cara al sol, que ahora parecía estar ganando la batalla con las nubes y me acariciaba la cara con tal suavidad que permitió que siguiera en ese sopor en el que estaba inmerso.
Cerré los ojos y recordé el momento de mi vida en el que conocí a la que fue mi segunda mujer. Y cómo los sueños cobraron vida nuevamente. Y cómo fuimos transformando esas expectativas en realidades que se concretaron en agosto de 2008 cuando nos mudamos con nuestras hijas a la casa que habíamos comprado juntos.
Para años más tarde comprarle su parte del sueño, tiempo después de habernos separado…
Di una pitada al cigarrillo y mientras soltaba el humo con un suspiro recordé la enorme expectativa de hace unos años, cuando me encontré con un amor que no había podido ser dos veces.
Y que después de un muy breve lapso, no pudo ser una tercera...
Abrí los ojos y el río era un espejo que dejaba ver el pleno brillo del sol, que ahora había logrado que hasta la última nube hubiera decidido huir hacia otros lares.
Podía escucharse la alegría de los pájaros sobre el murmullo de las hojas de los árboles y algún motor que a lo lejos daba cuenta de la ruta que lleva al pueblo.
Di una última pitada al cigarrillo y el sorbo final al café.
Y con los ojos bien abiertos, ya despejado de toda somnolencia, me dejé llevar por la infinita satisfacción que llenaba mis tripas.
Ese inmenso placer que sólo puede sentirse cuando estás en profunda armonía con tu vida.
Cuando te das cuenta de que, de todos los sueños que alguna vez tuviste, cumpliste el que por lejos es el que le da sentido a tu existencia.
Ése sueño que –como dice Héctor Alterio en “Caballos salvajes”– hace que valga la pena estar vivo.
Un sueño que siempre tuve. Tal vez desde antes de tener el primero.
El sueño que viví y pienso seguir viviendo durante toda la vida que aún tengo por delante.
Porque es el que me mantiene vivo, en todo el esplendor de la palabra.
Es el que cada mañana me saca a patadas de la cama y me compele a devorarme el día saboreando cada bocado.
El que mantiene mi sonrisa visceral y hace de escudo en los momentos jodidos.
El sueño que hoy es promesa cumplida.
El sueño de que nunca,
sin importar qué,
dejaría de soñar…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.