MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

14-08-2022

Sin decir adiós

Sin decir adios

A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd.

Alphonse De Lamartine

Treinta años, casi once mil días, una barbaridad de horas… “toda una vida”, dirían las abuelas…

Julio Grondona, el “padrino” del fútbol argentino, tenía un anillo con la frase “todo pasa” grabada en su interior. Una frase que el hombre se cansó de repetir a lo largo de su vida.

Cuando falleció la mujer no faltó quien le preguntara acerca de su anillo y si existía la posibilidad de que “esto” también pasara. A lo que don Julio contestó que, si bien era cierto que todo pasa, él moriría antes de poder llegar a ese momento del duelo.

Y así fue. Murió mucho antes de que lograra duelar la muerte de su esposa.

No importa el momento del día. Sea cuando sea que se recibe ese llamado deja de ser un día cualquiera para grabarse en la memoria por todo lo que quede por vivir.

Es esa clase de instantes que marcan un antes y un después implacable y que abren una herida que tardará en sanar, si es que alguna vez llegara a lograr cicatrizar.

Era ese momento del día que nada importa cuando el llamado interrumpió el café que compartía con su hijo. Echó un vistazo al celular y decidió atender a pesar de no reconocer el número.

–Señora Gisela? –preguntó una voz desconocida.

Nadie la llamaba así. Nadie le decía “señora”, a pesar de sus 52 años.

Y eso fue lo que la puso tensa y la detuvo en el tiempo, poniéndola a buscar con la mirada a su alrededor una explicación a ese llamado que no quería escuchar.

–Hubo un accidente… –dijo en voz baja el ignoto interlocutor.

Se heló el café y la frase penetró su frente y nubló por completo su alma. Toda la cocina perdió la definición de sus límites y mutó a una difusa bruma de colores apagados que se mezclaban al compás del silencio sepulcral que invadió el ambiente

Ella sabía del código no escrito por el cual “no es nada” significa que es grave y “es grave” es que ya no hay nada que hacer. Por eso cuando escuchó esas palabras sólo atinó a dejarse caer en la silla y mirar a su hijo que, con la mirada clavada en ella, gritaba un inaudible “¿¡qué pasó!?”…

Treinta años de un matrimonio que había sobrevivido a la pérdida de una hija, algo que la inmensa mayoría de las veces acaba con la pareja, pero que de alguna manera habían logrado sobrellevar juntos. Una mochila eterna de tristeza muda con la que habían llegado a aprender a convivir, a “seguir adelante”, como se dice en estos casos.

Treinta años de lucha, de crecimiento mutuo, de crianza del hijo que aún tenían.

Treinta años de acompañarse, de proyectar, de trabajar por esos proyectos.

Treinta años de amor.

Treinta años… menos un segundo. Ese segundo que el llamado le había robado y que le había cambiado la vida para siempre.

Dejó el celular sobre la mesa y se llevó las manos a la cara tratando de contener el mar de lágrimas que se colaba entre sus dedos. Y que hizo que el hijo comprendiera qué significaba el “Es papá” que apenas llegó a balbucear antes de que la angustia calara sus cansados huesos.

Y la eternidad se apoderó del momento…

Tres meses.

Y esa eternidad sigue instalada en ella dando cuenta de la ausencia. Sin respuesta que explique cómo vivir con ese dolor, cómo sumar a la mochila más tristeza y aun así poder continuar caminando.

Sin saber cómo mantener el paso a pesar de esa sensación que don Julio tuvo, a pesar de sentir que no hay tiempo suficiente por delante para que “esto” pase.

No logro imaginar su dolor.

Pero si ella supiera el motivo por el que no logro imaginarlo, tal vez podría ser algo que la ayudara a desencorvar el alma un poco.

Porque los escépticos dirán que la muerte ennoblece y que “el rey ha muerto, que viva el rey” es una sentencia popular que da cuenta de ello.

Pero no creo que siempre sea así.

Creo que es posible compartir la vida con alguien durante treinta años y sufrir porque ya no podrán compartirla los próximos veinte.

Y por eso digo que tal vez mi imposibilidad de comprender semejante dolor podría servir para que ella encontrara, no sé si consuelo, pero sí alguna forma de caricia de la vida.

Porque no puedo dejar de sentir una profunda contradicción que se retuerce entre la pena y la envidia.

No puedo dejar de pensar que el dolor debe ser inmenso y siento un empático pesar por ella. Pero no puedo dejar de sentir que me hubiera gustado poder llorar a mares por la pérdida de semejante amor.

Un amor que ella tuvo la dicha de vivir

“toda una vida”

que son treinta años…

+++++++++++++++++
Antes de cerrar, REGISTRATE (ABAJO) para enterarte antes cómo convertirte en Mecenas de un hombre cualquiera en cuanto esté listo el sistema, ya que algunos beneficios serán con cupo limitado.

Mientras tanto, si te gustó la nota y querés apoyarme, invitame un cafecito.

Invitar un cafecito al autor






FACEBOOK





DESTACADO

Icono

Monólogos de un hombre cualquiera

Sin pasaje de regreso


$18.980,00

-/ ENVÍO GRATIS A TODO EL PAÍS /-


#amor #pareja #familia #hijos #convivencia #rutina #soledad #engaño #autoestima #egoísmo #mujeres #hombres #feminismo #cuidado #miserias #fidelidad #comunicación #belleza #conciencia #humor #sociedad #duelo #perdón y muchos más...

Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.

Comprar ahora