MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

04-12-2020

Nadie sufre por amor

Nadie sufre por amor

Nunca estamos tan indefensos frente al sufrimiento como cuando amamos.

Sigmund Freud

Lo he intentado. Juro que lo he intentado. Más de una vez me he sentado frente a la pantalla dispuesto a escribirle al amor desde ese lugar de desgarro que supone la partida de ese ser amado…

La poesía y la prosa romántica están repletas de creaciones que dan cuenta del sufrimiento de un alguien que dejó de tener a otro en su vida. O, incluso, que no puede tenerlo.

Cientos de miles de líneas y versos acumulados a la lo largo de la historia que, en formato de una agonizante letanía, relatan el dolor que el amor trae consigo.

Novelas, películas, series televisivas ponen frente a nuestros ojos el profundo dolor de algún atormentado personaje que padece “por amor”.

Pero no puedo. No me es posible plasmar en prosa sentimientos en los que no creo.

Y no creo que haya quien sufra por amor.

Por dolor? Ah, por dolor es otra cosa.

Porque hasta Romeo y Julieta no sufren por amor. Sufren por la impotencia de la imposibilidad que generan sus respectivas familias.

Y Cyrano de Bergerac sufre por la paradójica baja autoestima que tiene, ésa que, escondida tras su habilidad con las palabras le permite decir acerca de las rimas sobre su nariz “que con tanta gracia las repito mas que otro me las diga no permito” pero que le imposibilita animarse a acercarse a Roxane.

Y acá, de este lado de la pantalla, nadie se despierta y “de la noche a la mañana” –como decía mi abuela– deja de querer al otro. Irse de una pareja es el último paso de algo que comenzó tiempo antes. En general, mucho tiempo antes.

Hay olvidos –como alguna vez escribí– que ese otro va haciendo. Atenciones que va dejando de tener. Pequeñas puertas que va cerrando de a una.

Besos sin sabor que se dan en un rutinario choque de labios antes de partir a trabajar, abrazos que cada vez son menos intensos y que terminan siendo más un descansar sobre el otro que un real estrujón de cariño, charlas sin especias, desabridas, absolutamente intrascendentes que ocupan el lugar de aquellos apasionados debates sobre cuestiones de la vida son sólo algunas de las antesalas del día en que esa pareja se encuentra con que ya no te ama.

En el mejor de los casos, un resabio de cariño hace que la ruptura sea en el marco de cierta paz, sin reclamos, sin rencores. Pero si llegó a ese punto no fue precisamente por el camino corto ni espontáneo.

Y si uno no advirtió ninguna de las señales no fue por amor.

No creo que el amor, el verdadero amor, sea ciego. Todo lo contrario. En mi opinión, el amor real es aquél que se despliega con los ojos bien abiertos, viendo muy claramente al otro y eligiéndolo por lo que uno ve en él o ella.

Y si no ves que las cosas que hicieron que lo eligieras se van desvaneciendo de a poco es porque también vos estás desconectándote de a poco.

O forzando una realidad que en algún momento va a darte flor de sopapo.

En cualquiera de los dos casos, no es por amor por lo que vas a sufrir. En ambos casos, es dolor. Por el desgarro que genera lo que se “va yendo de a tironcitos” o por el ardor del cachetazo de esa realidad que, finalmente, se va a imponer.

Alguna vez escribí (Olvídala, mejor olvídala) acerca de los mentados cinco pasos del duelo que describió Elisabeth Küber-Ross, ésos que hablan de la negación, la ira, la negociación, la depresión y finalmente la aceptación.

Pero sin pretender erigirme por encima de la brillante psiquiatra, creo que el proceso de duelo debería empezar por la comprensión de que lo viene no es por amor.

Porque lo que vamos a tener que aceptar en el final de ese proceso no es que esa persona a la que seguimos amando ya no nos quiere.

Puede que tengamos que aceptar que no quisimos ver las señales o bancarnos que fuimos cómplices en el lento asesinato de aquello que nos unía.

Tal vez haya más opciones que se me escapan.

Pero de lo que estoy seguro es que no es de amor de lo que se trata.

Vamos a tener que hacer un proceso de duelo en el que lo que vamos a tener que aceptar va a fluctuar, dependiendo de la historia personal de cada uno, entre la herida narcisista que provoca que el otro ya no te elige y la ceguera de la que fuimos capaces, pasando por nuestros granos (tal vez montañas) de arena que aportamos para que ese amor se fuera diluyendo.

Granos que no necesariamente fueron errores; tal vez fueron pequeñas decisiones que fuimos tomando a lo largo de la historia con nuestra pareja de las cuales no terminamos de hacernos cargo.

Quizá deberíamos aceptar que rara vez se sufre por amor.

Por qué deberíamos aceptarlo?

Porque mientras que frente a una ruptura sigamos llorando por motivos que no son los reales, no nos sorprendamos que ese duelo lleve tanto tiempo y cueste tanto atravesarlo.

En mi opinión, la titánica tarea que es el duelo de una pareja debería comenzar por una gran lucha para, a pesar de la nube de dolor que en esos primeros momentos nos envuelve, tratar de ver con la mayor claridad posible qué es lo que tenemos que duelar.

No creo que ese proceso vaya a ser menos doloroso por ello. Pero sí más efectivo. Y tal vez, quien les dice, lleve un poco menos de tiempo.

Y va a pasar algo más grande aun.

El amor va a dejar de tener la mala prensa que le hemos ido haciendo y que nos ha puesto a querer luchar desesperada e inútilmente para quitarle protagonismo en nuestras vidas.

Algo que ha dejado a media humanidad en el más abyecto de los vacíos.

...

No, nadie sufre por amor.

No es posible.

El amor es tal vez el afecto más maravilloso del que somos capaces.

Y en una de ésas, si derrumbamos todos los muros de falsos adjetivos que le hemos adjudicado, podamos recuperar su esencia y,

simplemente,

volver a disfrutarlo...

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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