02-04-2022
Lo efímero de un momento siempre se hace eterno en la memoria.
Héctor Carranza Alcívar
Eran épocas agitadas. Trabajaba como encargado de un pub y vivía de noche. Noche que, como la calle, es la madre de todos los vicios.
Siempre rodeado de muchísima gente, música al palo, alcohol consumido como combustible y relaciones superficiales, muchas relaciones superficiales, eran el combo diario de aquel entonces, cuando tenía 24 años y era inmortal.
–Hola A –me dijo sin mediar presentación alguna.
Tardé unos segundos en comprender que no era una forma rara de acentuar el “hola” (holaá) sino que me estaba llamando por la primera letra de mi nombre.
Y tardé esos segundos porque no la conocía. No sabía quién era esa mujer que con total desenfado se había interpuesto en mi camino, bloqueándome el paso hacia la mesa del pub a la cual estaba llevando el pedido.
Estábamos cortos de personal esa noche y por eso yo, que en ese entonces ya era el encargado de Juan Salvador, un pub que quedaba en Belgrano, estaba atendiendo mesas a la par de los otros mozos.
–Hola… –atiné a contestar mientras cambiaba la mirada de la bandeja a ella ida y vuelta, en un intento de que comprendiera que debería dejarme avanzar.
–Si no prometéis tomar algo conmigo más tarde no os voy a dejar pasar –sentenció al tiempo que desplegaba una sonrisa pícara, sensual, con la boca apenas entreabierta y la lengua apenas apoyada sobre el labio inferior.
No eran épocas en las cuales las mujeres encararan a los hombres. Por eso recuerdo haber pensado “Maravilloso continente Europa, que están siempre un paso adelante” mientras trataba de reponerme del impacto inicial.
Algo que no logré en un primer momento…
–Hoy? –pregunté. Y al instante me odié por lo estúpido de la pregunta.
–Técnicamente será mañana –me boludeó golpeteando suavemente su dedo sobre mi reloj.
Miré la hora. Doce menos cuarto de la noche.
–Ok –le dije al oído, pretendiendo resultar seductor, en un intento desesperado y fallido por pasar a ser yo el que tomara las riendas del juego.
–Okey –contestó, rozando su mejilla contra la mía antes de dar un ligero giro hacia la mesa desde la cual dos amigas reían mientras miraban toda la escena.
Sacudí la cabeza para que quedara claro mi desconcierto y llevé los tragos hasta la mesa que había hecho el pedido.
…
Aún con el pub repleto, pero ya pasada esa “rush hour” en la que llegaba el aluvión de gente, tuve oportunidad de contemplarla mientras pasaba por el costado de la barra, para perderse tras la puerta que llevaba al pasillo al aire libre que conducía a los baños.
Contuve la respiración por el momento durante el cual creí que venía hacia mí. Las desprolijas mechas rubias de su pelo se enredaban en su desalineada melena mientras algunas caían sobre su cara, un instante después de que ella hubiera sacudido la cabeza hacia un costado para dejar ver el celeste profundo, casi azul, de sus ojos.
Por la pequeña grieta que formaban sus labios apenas separados asomaban las dos paletas centrales que se destacaban del resto de sus blanquísimos dientes.
Caminaba con el mismo desenfado con el que hablaba. Daba la sensación de que el aire se corría para dejarla pasar. Era perturbadoramente sensual y lo sabía. Y por eso soltó una risa cuando vio que yo volvía a respirar.
…
Eran casi las tres de la mañana –la hora en que cerrábamos los días de semana– cuando se acercó a la barra mientras las amigas dejaban el pub.
–Ya es más tarde –me dijo.
Sonreí. Sólo sonreí…
Preparé un par de cafés con Tía María, crema y chocolate rallado y nos sentamos junto a uno de los hogares a leña que en esa época del año –pleno invierno– daban calor y onda al lugar.
Charlamos hasta que se hizo de día. Reímos mucho con las diferencias de lenguaje cuando me contó que tenía un “curro” como mesera de un restaurante que también quedaba en Belgrano.
Y nos pusimos serios cuando nos contamos sueños y proyectos.
Aún hoy recuerdo lo extraño que me parecía sentir cómo la abrumadora belleza física que la naturaleza le había dado iba disipándose, abriéndome paso hacia el otro lado de su piel, ahí donde lo íntimo descansa, donde el ser habita. Ahí, donde la esencia se despliega.
Y cómo yo, que en aquellos tiempos vivía de joda, bajaba los brazos y abría mi pecho. Y ponía mis entrañas en manos de esta desconocida “gallega” en un salto sin red y sin retorno durante el cual pude hablar hasta de mis miedos.
No había venido a la Argentina para quedarse. Estaba de paso en su paseo por diversos países que había querido conocer. Y el trabajo en el restaurante y su estadía acá durarían hasta que juntara el dinero para seguir viaje para continuar conociendo otros lugares y otras personas hasta el momento en que decidiera volver a España.
Ella también venía de estar viviendo “la vida loca”, saltando de país en país, conociendo gente y paisajes aquí y allá, en un ritmo tan ligero como su andar.
Pero por algún motivo –algunos lo llamarán “química”– nos entregamos mutuamente como si hubiera alguna posibilidad de un futuro juntos.
…
Durante esos dos meses que vivimos de a dos nos conocimos, nos dimos al otro, nos amamos en el sentido más amplio de la palabra.
Ella pudo jugar con su belleza, pero para encontrarse con la mujer, con la persona que había debajo de su exquisita piel.
Y yo pude dejar mi lugar del canchero encargado del pub de moda y encontrarme con mi inocencia, con los miedos que ocultaba, con la sencillez que no mostraba.
Tiempo después ambos viviríamos unos años más de “vida loca” antes de “sentar cabeza”, como decía mi abuela. Seguiríamos con nuestras agitadas vidas de aquellos tiempos y ya no sabríamos más qué fue del otro.
Pero aún hoy recuerdo cuánto crecimos en esos dos meses en los que vivimos juntos,
lo que fue para ambos,
un maravilloso descanso…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.