MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

30-07-2020

Querida feminista pop

Querida feminista pop

Sucede que me canso de ser hombre.

Pablo Neruda

No, querida. No necesito que me digas cómo ser hombre. Ya alguna vez escribí una nota (Carta de un macho al que cree que es) que si bien está dirigida a los imbéciles de mi propio género, bien podrías leer para enterarte de lo que es ser un macho, incluso…

Los machos, los verdaderos machos, venimos soportando estoicamente la falaz asociación que supone homologar macho a golpeador, abusador, tóxico, violador y hasta asesino.

Algo que de ninguna manera es así, ya que como hemos tratado de explicar mil veces aquellos que tenemos un mínimo de dos neuronas, no es un macho el que viola. El que viola es un violador. No es un macho el que asesina. El que asesina es un asesino.

Pero cuando aún no logran entender la brutal diferencia entre uno y otro y persisten en escribir barbaridades como “matá a tu padre, a tu hermano y a tu novio” o “macho muerto, abono para mi huerto”, entre otras sutilezas, ahora van contra el concepto “hombre” o “varón”, tal como vi en un “documental” de Clarín hace unos días titulado “Los hombres no lloran”.

El corto en cuestión tiene todas las manipulaciones posibles. Desde elegir como protagonistas a tipos que van desde un esmirriado hipster hasta uno más esmirriado y bien feíto joven (no sea cosa que se pueda ser musculoso y buen mozo y ser hombre), pasando por un profesor (no se sabe de qué) de aspecto bonachón. Eso sí, toooodos pobres. Tooodos en unas casas hechas percha, no vaya a ser cosa que se pueda ser hombre y tener guita.

Más allá de algún concepto en el que estaríamos de acuerdo (cómo se les hacía bullying a los homosexuales, por ejemplo) el video en cuestión sólo puede generar repulsión cuando se dicen cosas como que ser varón es subordinar a otro o que se hace culto de la violencia cuando uno se agarra a trompadas con otro varón.

Ni hablar de las ganas de gritar que dan cuando ahora resulta que existe el “abuso simbólico”…

No voy a tratar cada punto porque la cantidad de manejos psicopáticos de las imágenes, la música de fondo y hasta el tono de voz con el que hablan los personajes, todo puesto al servicio de decir una pelotudez detrás de otra, es de tal magnitud que necesitaría dar un ciclo de conferencias para “deconstruir” la catarata de agresiones “pasivo-agresivas” que se despliegan en el “documental”.

Por lo que voy a limitarme a escribirte una breve carta para explicarte por qué no necesito que me “enseñes” a ser hombre.

Querida feminista pop (para los que no saben, el “pop” alude a las fanáticas contemporáneas dedicadas exclusivamente a destilar veneno):

No necesité que me enseñaran a llorar. Y no hablo sólo del llanto porque me rompí una muñeca domando un ternero. No necesité que ninguna mujer me enseñara a emocionarme con una película, con una carta o con un simple video de America Got Talent con un ciego con sindrome de Down al que Dios le dio una maravillosa voz como escasa compensación.

No me hizo falta “deconstruirme” para respetar a las mujeres, porque lo que sí me enseñaron fue a respetar a los seres humanos. Y por eso pude “perseguir” mujeres por la calle sin perseguirlas. Acercándome, haciendo algún estúpido chiste o articulando algún gracioso o romántico piropo y proponiendo conocernos, para retirarme inmediatamente ante el menor “no, gracias”.

No, querida. No necesité que ninguna mujer me explicara la diferencia entre liderar y subordinar a otro. Y por eso pude ser “macho alfa” algunas veces y “beta” otras tantas. Muchas de las cuales, incluso, el “alfa” era una “hembra”.

No tuve que dejar de sentar de culo de un cachetazo a un tipo que casi había rozado la embarazada panza de mi mujer para ser sensible. Ni renunciar a romperle los huesos a un tipo que pretendió arrastrar a mi hermana tomándola del brazo para poder tener empatía con el prójimo.

En ningún momento de mi vida tuve que dejar de ser “macho” para poder planchar los guardapolvos de mis hijas. Guardapolvos que llevaron durante seis años (en séptimo me pidieron que dejara de hacerlo) recién lavados y planchados, impecables. Todos los días. Todos.

Ni una pizca de mi masculinidad estuvo en juego al pedirle a mi prima que me enseñara a maquillar a mis hijas para un acto patrio en el que actuaban, una en el jardín y la otra en la primaria. Ni cuando me levanté a las 5 de la mañana para cocinar los pastelitos del 25 de mayo.

Nunca necesité dejar de ser un orgulloso “orangután” que despliega su fuerza bruta cuando hace falta para poder cambiarles los pañales o darles la mamadera a mis hijas.

No tuve que renunciar a mi tosca y viril humanidad para, durante sus primeros años, bañarlas, secarles el pelo, hacerles las colitas y ayudarlas a vestirse.

Jamás dejé de usar mi brutalidad masculina para cargármelas al hombro al subir la escalera hacia mi casa cuando llegábamos de alguna reunión familiar en la que se habían quedado dormidas para poder tomarles la mano con suavidad cuando cruzábamos las calles.

No, querida feminista pop.

No necesité que ninguna mujer viniera a enseñarme cómo ser padre de una familia no tóxica. Crié casi solo a dos pendejas de 3 y 5 años que hoy son mujeres plenas e independientes de 24 y 25 años que trabajan, estudian, luchan por lo que quieren y por sobre todas las cosas, son buenas personas.

No necesité que alguna mujer me explicara cómo dar espacio para que pudieran crecer en absoluta libertad sin que eso significara no ocuparme de ellas.

No, niña.

Puedo llorar, emocionarme, sentirme débil, buscar ayuda, ser empático, respetuoso y buena persona sin tener que “deconstruir” mi masculinidad. Esa masculinidad que me hace rústico, simple, básico si se quiere.

Puedo admirar en silencioso culto la inteligencia, bravura, capacidad de mando, independencia y cualquier otra virtud de una mujer sin que por eso sienta amenazada mi calidad de “macho”.

No, querida fanática. No soy abusador, ni golpeador, ni violador, ni mucho menos asesino.

Soy varón, viril, masculino, orangután, macho.

Y, a diferencia del autor del epígrafe, nunca me canso de serlo.

Porque no necesito que nadie me enseñe,

desde su pretendida supremacía moral,

qué es ser un verdadero hombre…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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