18-06-2020
Todo hay que volver a intentarlo. El amor no tiene por qué ser una excepción.
Julio Cortázar
No sé por qué me atacan. Realmente no lo sé. Pero desde hace un tiempo, el suficiente para que cada tanto me sienta un poco agotado, no hago más que recibir agresiones.
Me bastardean todo el tiempo y hablan mal de mí, endilgándome la culpa de todo lo que les pasa. Me ningunean cada vez que pueden con un martillar constante en mi contra.
Niegan cualquier virtud que pueda tener y enarbolan argumentos falaces puestos al servicio de dar vuelta las cosas y hacerme a mí el culpable de todos los males...
No conformes con eso, o tal vez porque no podían conmigo, fueron por mis aliados e hicieron lo mismo con ellos. Los difamaron esparciendo rencor porque con ellos tampoco pudieron.
La declararon reina a ella, mi enemiga más atroz. Y van por la vida diciendo que su reinado es lo mejor que les puede haber tocado vivir. Que es bajo su tutela y no la mía que pueden ser realmente felices. Porque gracias a ella pudieron recuperar la plenitud de sus vidas. Algo que yo, según ellos, no pude darles.
Es una guerra sin cuartel contra mí y los pocos fieles que me quedan.
Una guerra que comenzó en algún momento cuando dejaron de pagar el precio por lo que yo les daba. Cuando creyeron que bajo mi reinado podían limitarse a recibir los beneficios sin pagar impuestos. Sin dar nada a cambio. Legión de vagos.
Como si los beneficios salieran de la nada. Como si no costaran esfuerzo, trabajo, constancia.
De dónde creerán que se sacan los recursos?
Se pasaron la vida exigiendo, reclamando hasta el punto del agotamiento, ¿y ahora me quieren derrocar?
Ahora quieren cambiar de rey?
Qué injusto pueblo me ha tocado gobernar!
Y qué poder de destrucción, por Dios…
Van por el condado quitándole esperanza a todo joven que viva en mis dominios.
Sacándoles cualquier sueño de construir su futuro en mis tierras, tildándolas de áridas, de incapaces de hacer germinar cualquier semilla que quisiera plantarse en ellas.
Y veo a los jóvenes dejarse arrasar por la amargura que despliegan estos enemigos y comenzar a desconfiar de la solidez de mi gobierno y me preocupa que crean en los cantos de sirena de la sediciosa reina que quiere hacerse del trono para instalarse allí para siempre.
Sus mentores se disfrazan de activistas, como si fuera cierto que la están eligiendo, como si a un reinado se llegara por el voto del pueblo. Cuando en realidad sólo se trata de resentidos que se abandonaron a su mandato por el mismo motivo que los llevó a querer derrocarme: no pueden con ella tampoco.
Pero les es más cómodo. Por eso la aceptan. Porque ella no espera nada de ellos más que la encumbren con loas y agitadas defensas.
Agitadas defensas que vienen de la mano de furtivos ataques a mí, puestas al servicio –en vano por ahora– de desmembrarme en irreconocibles pedazos, de licuarme en un mar de confusión tan denso que le quite todo brillo a mi corona y así pierda por completo mi poder...
Pero por más cansancio que sienta, nada temo.
Mis fieles, si bien son pocos, son los guerreros más poderosos de la Tierra. No por fuertes, sino por lo que son capaces de resistir. Son aquellos que pelean sin que les importe el resultado de la guerra, y que lo hacen porque creen que en librar cada batalla está la profunda belleza de mi reino.
Son adalides que por cada sedicioso que me injuria gritan mi nombre en sentidas poesías, en quijotescos textos, en idealistas canciones, dando cuenta del brillo de mis dominios. Y lo gritan así, a los cuatro vientos. Sin armaduras, a pecho abierto.
Son caballeros que no necesitaron de ceremonia alguna para ser nobles. Se hicieron nobles solos. Se ganaron el título honrándome a lo largo de sus vidas.
Son románticos empedernidos que no van a aceptar jamás que coronen reina a la Soledad por falta de cojones para lidiar conmigo.
Y que van a dejar un rastro de sangre que teñirá mis tierras del color de la pasión con la que viven, peleando hasta el último aliento en defensa de mi trono.
Porque conocen la verdad que encierran las palabras de uno de sus líderes.
Y si nada va a salvarlos de la muerte,
pues seré entonces yo, el Amor,
quien los salve de la vida…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.