MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

21-02-2019

La era de la pavada

La era de la pavada

El arroz no se cuece habándole de cocerse.

Refrán chino

En un viejo comercial del Banco Itaú se podía ver a un gerente de otro Banco muy preocupado diciéndole a su asistente: “En el Itaú están dando éste y éste y este otro beneficio. Y nosotros?” Y el asistente contestaba: “Y… lo estamos diciendo”…

Hace poco vi por la tele un stand up de un tipo que arrancaba diciendo “nosotros los progres”. Si bien detesto esta cosa de me alineo a un pensamiento hegemónico y a partir de ahí “soy”, me gustó que arrancara en primera del plural porque lo que siguió fue autocrítica.

Y a mi entender, cuando alguien que se identifica con un modo de pensar conserva la capacidad de reflexión, no está perdido. Todo lo contrario.

Vivimos una época en la que decir que no sos políticamente correcto es políticamente correcto. Una locura. Pero bueno. Soy de los que no son políticamente correctos. Y por esa puta costumbre, como diría Cacho Castaña, va mi nota de hoy.

A los bifes.

En esta pretendida evolución social hemos reemplazado los hechos concretos por palabrerío absolutamente innecesario e inútil por completo. Por alguna extraña razón, así como creemos que cuando le ponemos “me gusta” a un post sobre el hambre en alguna parte del planeta estamos “haciendo” algo, de la misma manera creemos que hemos mejorado el mundo cuando a un discapacitado lo llamamos “persona con capacidades diferentes” o, peor aún, “persona con capacidades especiales”. Esta última hoy en desuso, gracias a Dios.

Porque más que incluirlo, parecería que le estuviéramos tomando el pelo. Si alguien no puede caminar, está menos capacitado para trasladarse que el resto. Si alguien es ciego (ahora “persona no vidente”) está incapacitado para ver. Y ninguna de estas dos personas tiene necesariamente alguna capacidad que sobresalga de la media de la población.

No arreglamos nada de nada con cambiarle el nombre. Nada.

Por qué me preocupa?

Porque creemos que sí estamos arreglando algo. Porque nos damos por satisfechos con estupideces.

Y no. No estamos haciendo na-da como sociedad.

Porque por llamar a un indigente “persona en situación de calle” esa persona no sale de su situación de mierda. Sigue tirado ahí, cagándose de frío en el invierno y friéndose en el verano.

Por decir que alguien es “una persona de origen boliviano” (algo que por otra parte no decimos cuando se trata de un alemán o un francés) no arreglamos la xenofobia. Esa persona sigue siendo, a los ojos de los xenófobos, un ser al cual juzgan inferior por su nacionalidad u origen étnico.

Por decir que un ciego es 'una persona no vidente con capacidades diferentes' no se le hace más fácil cruzar la calle. Sigue necesitando ayuda de un lazarillo o un ser humano, ante la ausencia de semáforos sonoros.

En algún post de mi página de Facebook, criticando la estupidez del lenguaje “inclusivo” ironicé diciendo que ahora los antisemitas podrían decir “les judíes hijes de pute” o un “gorila” iba a decir “les negres de mierde” para que quedara claro cuán idiota era pretender lograr la inclusión por el ridículo y hasta contradictorio camino de usar la letra e, mostrando que incluso en muchos casos, seguirían siendo los masculinos los dominantes, tal el caso de “les profesores”, “les directores” o “les instructores”, por poner algunos ejemplos.

Ni hablar de “le presidente”, cuya única virtud era desandar la ignorancia de la composición de las palabras (esa que llevó a decir “presidenta”), ese origen que dice que “presidente” es el ente que preside, donde “ente”, tal como pasa con estudiante, asistente o disertante, es el ser humano que ejecuta la acción de referencia: estudiar, asistir, disertar.

Ya alguna vez, una mujer había pedido perdón (irónicamente) a los dentistos, analistos de sistemas, altruístos y demás “istos” para marcar la inicial idiotez que terminaría degenerando en el “lenguaje inclusivo”, después de pasar por el problema de enfrentarse a tener que decir “todequis” o “todarrobas”.

En el stand up el comediante jode con que si un boliviano indigente es ciego, no terminaríamos más de hacer referencia a él, ya que deberíamos decir que se trata de “una persona de origen boliviano en situación de calle no vidente con capacidades diferentes”.

Y yo agrego: y seguiría siendo un indigente que encima es ciego al que van a seguir discriminando por ser boliviano.

Entre las cosas que caracterizan a esta época, la pavada absoluta está entre los tres de la “pole position”, descorchando champagne y rociándonos a todos desde ahí arriba, donde no sé muy bien cómo llegó a estar.

Todas estas boludeces las equiparo al “yo tengo un amigo judío”. Cuando alguien las dice me genera más desconfianza acerca de cómo piensa realmente.

Porque ese mismo que me marca que no es “el boliviano que tiene una verdura buenísima” y me dice que es “una persona de origen boliviano” es el mismo que me dice “andá a lo del alemán de la esquina, que tiene el repuesto que estás buscando”.

Con lo cual, tiendo a pensar que es él el que cree que el boliviano es menos y que cree que con su estúpida frase “compensa” esa diferencia.

No tengo un amigo judío, ni uno negro ni uno boliviano.

Digo que voy al “chino” de la vuelta a comprar la leche, que el reloj se lo compré al “negro” que los vende en la parada de diarios, que mi ex suegro es un “ruso” cabrón y que las zapatillas se las llevo al “turco” de la otra cuadra porque el tipo les pega bien la suela y no me mata con el precio.

Y respeto como seres humanos a todos.

Mi vecino tiene un espacio para estacionar su auto por su discapacidad, no por las capacidades especiales que pudiera o no tener.

Y mi respeto es al ser humano, sin que su dificultad para moverse tenga algo que ver en nuestra relación.

Tal vez estaría bueno que dejáramos de querer renombrar todo porque es un gasto de energía estúpido e inútil. No sirve más que para discutir por pelotudeces mientras seguimos sin ocuparnos de lo que realmente importa.

Veamos qué podemos hacer para sacar a los indigentes de la calle e insertarlos en la sociedad.

Veamos qué podemos hacer para hacerle la vida más llevadera a aquellos que tienen alguna dificultad.

Veamos qué podemos hacer para mejorar las relaciones entre los seres humanos.

Dejemos de creernos que porque cambiamos las palabras, cambiamos algo.

Dejemos de gastar energía en pelotudeces que sólo sirven para sostener enfrentamientos cada vez más virulentos.

Que tal vez,

quien les dice,

logremos poner el arroz a hervir…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.

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