MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

10-12-2020

Cuando se “trans” pasan los límites

Cuando se trans pasan los limites

Cualquiera que sea la libertad por la que luchamos, debe ser una libertad basada en la igualdad.

Judith Butler

La fábula de la liebre y la tortuga, aquella que cuenta cómo la tortuga termina ganando la carrera porque la liebre se tira a descansar, es un cuento realmente interesante para enseñarle a nuestros hijos a no “dormirse en los laureles”.

Pero en la vida real la historia es bien diferente y siempre gana la liebre. Simplemente porque no es boluda y se tira a descansar una vez que pasó la línea de llegada...

“Mientras haya negros en el mundo jamás ganaremos una carrera” me dijo alguna vez un deportista blanco. Y es así. La raza negra no sólo tiene características externas que la diferencian de la blanca, sino que además, tienen otra contextura física.

Algo que los hace demoledoramente superiores en esta clase de competencia.

La realidad es que si fuéramos justos y no estuviéramos enfermos con esta peste de ver discriminación hasta en la sopa (con el agregado de la historia de mierda que hay en relación con esa raza), deberían ser dos categorías, tal como pasa en el boxeo con el peso y tamaño de los contrincantes.

Allí nadie se siente discriminado por ser pequeño ni se ofende por ser peso “pluma” o peso “pesado”. Todos comprenden que si van a competir, tiene que haber cierta igualdad de oportunidades. Lo que en deporte se conoce como que no haya “ventaja deportiva”.

Ahora bien.

En los albores de este siglo y de la mano de la apertura mental que las sociedades debían tener, finalmente hemos decidido avalar que alguien, a pesar de haber nacido de un sexo determinado, pudiera ser social y legalmente aceptado como del sexo opuesto.

Tal es el caso de los hombres que, identificados con el sexo femenino, han conseguido el cambio de identidad.

“Era hora”, diría mi abuela.

Pero ese respeto por la persona transgénero conlleva una pila de problemas que nadie se puso a pensar y por ello, hoy enfrentamos más de una situación para la cual no estamos preparados.

Y ése es el caso del deporte.

En las lides de lo físico los hombres compiten por un lado y las mujeres por el otro. Y esto nada tiene que ver con el machismo, ni con la sociedad patriarcal, ni con la discriminación de la mujer.

Simplemente se busca que no haya la ventaja deportiva que mencioné tienen los negros sobre los blancos.

Los hombres tenemos características físicas más aptas para todo aquello que suponga esfuerzo físico. Nadie es culpable de esto, obvio. Es simplemente un hecho tan natural como cualquier otro.

Nada-nada tiene que ver con la cultura.

El problema surge cuando, en esta buscada igualdad, terminamos jodiendo a aquellos seres sociales para los que buscamos esa igualdad.

Es hasta irónico que el movimiento que comenzó defendiendo los derechos de las mujeres sea el mismo movimiento que, en la continua expansión de sus demandas, terminó generando que hoy una mujer transgénero (o sea, con estructura ósea y muscular masculina) deba ser aceptada como mujer “a secas” (sin la aclaración de transgénero) en todos los órdenes de la vida social.

Y que por ello pueda competir, con clara desventaja para todas las mujeres “cisgénero”, en cualquier deporte dentro la categoría femenina “como si fuera mujer”.

Sé que la frase “como si fuera” podrá causar irritación y hasta podrá ser tildada de discriminadora o cosas peores, pero la realidad, la puta realidad, dice que esa mujer es una mujer trans-gé-ne-ro. O sea, un tipo de mujer di-fe-ren-te a las hoy llamadas cisgéneros, nombre que las misma transgéneros han inventado en pos de querer, justamente, diferenciarlas.

Por ahora parece ser que al menos se exige que el cambio de género no esté basado sólo en la autopercepción, lo que no me permite a mí la avivada de presentarme a competir con una mujer con el sólo argumento de que yo me siento de ese sexo.

Pero de todas maneras, por más hormonas que la persona transgénero tome, no deja de tener la estructura ósea y muscular de un hombre.

Y eso, mal que les pese a los fanáticos defensores de la igualdad imposible, se llama hacer trampa. En términos deportivos, ventaja. Y en los de mi barrio, ser un hijo de puta ventajero que aprovecha los agujeros legales para cagarnos “legalmente”.

Eso es poner a la tortuga a tener que aceptar que la liebre es también tortuga y apostar dinero en la carrera.

Porque en el deporte profesional hay dinero de por medio, se acuerdan?

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Si alguien lee que estoy llamando “tortugas” a las mujeres, es el momento de dejar de leer y tomar un curso intensivo de comprensión de textos.

Porque en el ejemplo de las carreras, los blancos (hombres) seríamos las tortugas engañadas.
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Sigo:

La igualdad, en cualquier ámbito, es ante todo igualdad de oportunidades. Ése es el válido reclamo de las mujeres que exigen ser medidas con la misma vara a la hora de ser evaluadas para un puesto directivo o profesional.

Al no haber ninguna clase de diferencia entre hombres y mujeres en el plano de las facultades intelectuales, pues no hace falta generar “categorías” y todo se reduce a quién es mejor o está más capacitado para el puesto en disputa.

No hay discusión posible al respecto.

Pero a la hora de cuestiones que tienen que ver con la resistencia física, poner a competir a una mujer con una mujer transgénero es claramente tomar a la primera por pelotuda.

Y lo loco es que cuando una cisgénero denuncia esta ventaja (como pasó con un equipo de hockey), como no puede ser de otra manera en estos tiempos que corren, la tildan de discriminadora, retrógrada y toda clase de adjetivos insultantes.

Creo que es hora de comenzar a repensar algunas decisiones sociales. Creo que es hora de comenzar a pensar un poco, tan sólo un poco, ANTES de tomar decisiones que generan grandes cambios.

La sociedad tiene la obligación de aceptar que alguien que nació hombre quiera y pueda ser mujer, porque negarlo es negar una realidad absoluta.

Pero esa mujer debe aceptar que es transgénero, porque eso también es una realidad absoluta.

Y entonces, tal vez, de lo que se trate en esos casos, sea de reclamar derechos como mujer transgénero. Y no torcer una realidad al irónico punto de estar avasallando los derechos de la inmensa mayoría de mujeres, las “cisgénero”.

Yo no puedo reclamar el día femenino en el trabajo. Por? Acaso no tengo los mismos derechos que cualquier otro ser humano?

Y… no, en este caso no. Porque no soy mujer. Y como no soy mujer, no menstrúo.

Y por ello, la ley laboral no contempla que yo necesite al menos un día al mes para poder faltar justificadamente al trabajo.

Pero lo ridículo del punto al que hemos llegado es que técnicamente una mujer trans bien podría reclamarlo y tomarle el pelo al empleador sin que éste pudiera decir nada, so pena de ser sentenciado a la hoguera por la caterva de irracionales que, bajo banderas de igualdad, no están haciendo otra cosa que generar nuevas y peores desigualdades.

Desigualdades que, y esto es el colmo de la ironía del feminismo pop contemporáneo, atentan

nada más ni nada menos,

que contra el género femenino…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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