29-08-2019
Cuando un hombre sabe adónde va, el mundo entero se aparta para dejarle paso.
Bertrand Russell
“Por algo se empieza”, me dijeron cuando lo critiqué por primera vez.
Si es así, entonces empezamos mal...
Hace un largo tiempo atrás, allá por mis 23 años, tenía una empresa maderera. Frente a la cuadrilla compuesta por 4 santiagueños de oficio yo era –como pasa mucho con la gente de campo– un “nene” de capital. Por lo que cuando me vieron manotear el hacha el prejuicio se hizo sonrisas socarronas en sus caras.
Menuda sorpresa se llevaron cuando comencé a cortar leña con la destreza de un canadiense. Lo que no sabían era que a mis 11 años mi madre había sido maestra de frontera y en aquella época en la que el hacha era tan alta como yo, me había encargado más de una vez de proveernos de la leña para cocinar y calefaccionar la casa.
Las sonrisas socarronas mutaron a de respeto, previa instancia de desconcierto.
Pero lo grosso es lo bien que me sentí ganándome ese respeto.
Ahora vamos a suponer que yo me hubiera presentado ante Tito (tal el nombre del jefe de la cuadrilla) para que me diera trabajo. Seguramente me habría costado mucho que siquiera me brindara la oportunidad de demostrarle que estaba tan o más calificado que cualquier santiagueño.
Pero de lo que estoy seguro es que Tito podía ser prejuicioso pero no boludo. Y cuando hubiera visto mi destreza, me habría contratado.
…
Cuando en esa época en la que mi madre era maestra de frontera la comunidad de Nanty Fall se juntaba una vez por año para la esquila, después del asado se armaba un partido de fútbol. Y a la hora de comenzar a elegir jugadores, el que había ganado el clásico “pan y queso” elegía como primera opción a… Victoria Berwyn, una galesa de unos 30 años. Y no, no era un trans. Era una mina. Y no era un marimacho. Era rea, pero brutalmente femenina.
Una mina que a pesar de que estamos hablando de gente de campo y de hace más de 40 años atrás (traten de imaginar el machismo reinante) era la elegida en primer lugar para el equipo de fútbol simplemente porque la tipa era una crack absoluta.
Seguramente, la primera vez que quiso jugar deben haberla elegido última. Pero sólo la primera vez. Porque cuando esta mujer demostró la habilidad que Dios le había regalado pasó de última a primera, volteando todo preconcepto machista en el camino. Porque los campesinos podrían ser prejuiciosos y machistas, pero no eran boludos.
Había que ver el pedazo de sonrisa ganadora que desplegaba Victoria cada vez que la llamaban en primer lugar. La enorme satisfacción de, en un mundo de hombres, imponerse de semejante manera en semejante actividad.
Muy parecido a mi caso, donde un “pendejo boludito de capital” dejaba absortos a tipos con experiencia en una tarea para la cual hacía falta ser “hombre de campo”…
Ahora vamos a suponer que voy a presentarme para conseguir mi trabajo de leñador y al mismo tiempo Victoria se postula para un equipo de fútbol. Y que a mí me toman porque –por LEY– están OBLIGADOS a tomar a un 30% de “pendejos boluditos de capital” y a ella la incluyen porque –por LEY– están OBLIGADOS a tomar a “minitas que quieren jugar al fútbol”.
Los dos tendríamos la oportunidad de mostrar nuestras habilidades después, es cierto. Pero ninguno de los dos sonreiría ni un poco. Ni aún en el momento de mostrar que hicieron bien en incluirnos.
Por?
Porque no nos lo hubiésemos ganado. Porque no habría ninguna satisfacción personal. Porque sabríamos que nos contrataron por obligación y no porque nos valoraran. Incluso los que nos hubiesen aceptado tampoco nos valorarían. Se limitarían a agradecer a Dios que les salió bien de puro culo y no aprenderían naíta e ná.
Las cuotas forzadas son un insulto. Son la reafirmación de que no podés ganártelo por vos mismo y que hace falta obligar a otro para que vos puedas conseguir eso que querés.
Con un agravante. En otra nota hablé de esta moda de legislar sin parar a pensar un poco (Sólo la muerte es gratis) y de las posibles consecuencias que no prevemos por actuar sin que medie una seria reflexión previa.
Hecha la ley, hecha la trampa. Y entonces, en una de ésas, yo no tengo ninguna oportunidad de ser contratado como leñador porque el jefe de la cuadrilla elige al “pendejo boludito de capital” que a la vez es el hijo del dueño de la empresa. Y así cubre la cuota y queda bien con el “patrón”.
Y el DT del equipo de fútbol, mete a la amante, cubre la cuota, y de paso cañazo se garantiza el polvo en los vestuarios cada domingo.
Tendrían que haber visto la cara de orgullo, de satisfacción consigo misma de mi hija mayor cuando le asignaron el Hospital de Clínicas (el mejor que te puede tocar) para la etapa de su carrera en la que comienzan las prácticas porque su promedio hizo que la eligieran y no porque haya ninguna obligación de que un porcentaje de esas asignaciones sean destinadas a partir del género del estudiante.
Ese lugar se lo ganó con horas y horas de estudio, con cumpleaños de los que volvía antes para poder seguir estudiando, con fines de semana internada en casa o en lo de algún amigo quemándose las pestañas. Se lo ganó con esfuerzo, con dedicación, con pasión por lo que hace.
De ahí la sonrisa hasta un toque fanfarrona (sale al papá) con la que me dijo: “Me asignaron ‘el Clínicas’”.
Tendrían que haber visto la cara de mi hija menor cuando me contó que un trabajo que tuvo que hacer para un final de Representación gráfica de su carrera de Diseño multimedial, había sido elegido para participar de una exposición que la universidad hace porque era de una creatividad y profesionalismo tal que ameritaba ser mostrado, y no porque hubiera ninguna obligación de presentar un porcentaje de trabajos de mujeres.
Si bien ella es de bajo perfil (no sé a quién sale), de todas maneras la luz en sus ojos podía encandilarme y su mueca por sonrisa brillaba tanto como la de la fanfarrona mayor.
Toooodo esto es lo que les habrían robado si esos logros hubiesen quedado sepultados bajo una ley que obligara a la UBA y la Da Vinci a “elegir” a cierta proporción de mujeres en relación con la cantidad de hombres.
Y toooodo esto es nada más ni nada menos que los pilares de la autoestima, ese “pequeño” soporte en el que se apoya nuestra humanidad y que condiciona virtualmente todos los aspectos de nuestras vidas.
Las mujeres no son menos que nosotros. No son seres débiles que necesiten que los hombres les allanemos el camino. No necesitan que los espacios se les “den”. Hay pilas de casos en la historia de mujeres que se abrieron paso en ambientes mucho más hostiles que los que aún hoy puedan subsistir. Hay pilas, cientos, miles en la actualidad que demuestran todos los días el famoso “we can do it” (nosotras podemos hacerlo). Y ni siquiera necesitan que sea haciendo el gesto de corte de manga. Simplemente lo hacen. Porque pueden. Ni más ni menos.
Porque cuando una mujer sabe adónde va, también el mundo se aparta para dejarle paso. No por obligación. Por respeto. Por admiración.
Esta ley de mierda, que paradójicamente exigieron muchas mujeres, es sostener el machismo, es perpetuar la idea de que una mina NECESITA que la ayudemos nosotros, los que tenemos pito.
Es en nombre de mis hijas que me rebelo. Es en nombre de ellas que no quiero un mundo en el que las mujeres consigan cosas porque una ley lo dispone.
No lo quiero ni como “primer paso”.
Porque un primer paso no tiene nada de bueno,
si ese paso
es dado en la dirección equivocada…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.