07-02-2019
Las amplias masas de la población son más susceptibles a la apelación de la retórica que a cualquier otra fuerza.
Adolf Hitler
No es inocente que haya elegido una frase de semejante hijo de puta como epígrafe de la foto e introducción a la nota. Para nada. Los que me conocen saben de memoria que, tal como dice el dicho original, no doy puntada sin nudo...
Ahora bien, qué quiere decir la frase del zorete?
Que a las masas se las manipula con el discurso, sin importar la lógica del mismo.
Porque entre las características principales de las masas se encuentra una que se destaca por sobre todas las demás: las masas NO piensan. Actúan. Y siempre lo hacen de la mano de los líderes de esas masas, que son los que manejan muy bien la retórica, la cháchara, el verso.
Pero como hoy “masas” tiene una connotación especial, a los grupos grandes de gente con intereses comunes se los denomina “colectivos”.
Bien. Voy a plantear lo creo que pasa con esos colectivos.
La cosa empieza más o menos así: alguien tiene alguna forma de problema y se junta con aquellos que tienen el mismo problema porque en forma individual no obtiene la solución. Ese grupo conforma el colectivo X. Colectivo al cual llamo X sólo por joder, porque es claro que voy a arremeter con el feminista. (Sí, está tan contaminado que ya no me caliento en distinguir feminismo de fanatismo).
Ese colectivo no está conformado sólo por mujeres, porque el reclamo que hacen es tan válido, tan grotescamente obvio que nadie en su sano juicio no lo apoyaría. Cuando seres humanos reclaman igualdad de derechos y oportunidades es hasta vergonzoso como sociedad que haya que hacer tal reclamo.
Pero cuando un problema es de orden social, son muchos más que unos cuantos los que tienen ese problema. Y es por eso que ese colectivo se llena rápidamente de gente.
Y ahí comienza el problema de las masas. Alguien, con alguna forma de prestigio social, decide que ya el número de gente es el suficiente como para que pueda generar alguna forma de provecho: más fama, más guita, más poder, o las tres juntas.
Y se sube al “colectivo” con la tácita promesa de “llevar adelante” el movimiento. Toma el volante y ante la perplejidad de todos cambia el recorrido y comienza a subir al bondi a un montón de gente con diferentes problemas, al principio, aparentemente válidos.
El arte de este nuevo colectivero es ir manipulando el discurso para que a medida que se suman “voluntades” se siga creyendo que todos tienen algo en común.
Así el bondi se va llenando de gente al compás del colectivero gritando “atrás hay lugar”. Y así, los primeros que se juntaron por aquél innegable reclamo que querían visibilizar, terminan apiñados en el fondo en un primer momento y bajados del colectivo después, dejándolos tirados en el camino donde, paradójicamente, ya nadie los ve.
Mientras tanto siguen subiendo las “Matá a tu papá, a tu novio y a tu hermano” (Hijas de puta manipuladoras: no les dieron los ovarios para poner también “hijo”, no?) que ya nada tienen que ver con el válido reclamo original.
Una parada más y suben al bondi las “hétero muerto, abono para mi huerto” que si bien está en masculino, como hétero también puede ser una mujer, ya atacan al mismo colectivo que dicen defender.
Mientras tanto, fregándose las manos de satisfacción, el colectivero se junta con otros colectiveros que se apropiaron de la flota y, siempre con un discurso de masas fantástico, igualan piropo a violación, hombre a asesino, abuso a muerte y que te abran la puerta y que te dejen pasar primero a una forma de insulto y degradación tal que el “agresor” que ose hacerlo merece ser empalado en Plaza de Mayo.
Allá lejos, tiradas en esa parada a partir de la cual ya no había lugar para las fundadoras, quedaron aquellas colectiveras que hoy ven contaminado su reclamo a tal punto, que padecen la descalificación absoluta de cada vez más gente que se siente tan “bajada a patadas” del colectivo como ellas.
Como toda empresa que crece, los colectivos empiezan a quedar chicos para meter tanta cosa. Ya no cabe un alfiler más. Ya subieron las “Abortá al macho”, las “Si nos organizamos los matamos a todos” y las “Ante la duda, tú la viuda” y ya no entra ni una convocatoria a la violencia más.
Y como todo empresario, estos “colectiveros” se expanden y crean los “micros”. Pa´ la larga distancia, vio?
Palo y a la bolsa y en un santiamén tenemos una multinacional de transporte, de la mano del “microrracismo”, el “micromachismo” y la “micro apropiación cultural”.
Otra que la Biblia y el calefón: tenemos, en la misma empresa de transporte a mujeres que hayan padecido problemas reales por el machismo (cada vez menos dentro del colectivo) y aquellas que tengan problemas personales con un hombre (cada vez más) y a la comunidad LGBT que haya sido discriminada y a los heterófobos que simplemente odian tan por el placer de odiar como lo hacen los homófobos.
También tenemos a los de cualquier raza que haya sufrido por ello y a aquellos, tan xenófobos como los que critican, bien mezcladitos entre ellos.
Y a gente violentada en su cultura junto con pelotudos que se sienten ofendidos porque un pibe usa rastas sin ser de la comunidad original para la cual esas rastas significan algo más que juntar mugre en el pelo.
Como si semejante berenjenal fuera poco, vamos por el capitalismo y sus males y así metemos la política también, porque “todo acto humano es político” (un juego de palabras digno del psicópata del epígrafe), le sumamos un poco del “Miente, miente, que algo queda” y tenemos la fórmula perfecta para juntar una pila gigante de pasajeros que van adonde los lleven.
Y así, paradójicamente, todas las verdades quedan absolutamente invisibilizadas.
Porque cuando un par de hijas de puta arman una movida en la cual todas las mujeres han sido violadas, las que realmente fueron violadas quedan perdidas en esa masa que ahora, a los ojos del mundo, es un montón de locas fanatizadas capaces de consignas como las que comenté que se subían al bondi.
Porque cuando los reclamos comienzan a bordear el ridículo, las mujeres que realmente sufren diferencias sólo por ser mujeres, quedan desdibujadas por reclamos idiotas que, en el mejor de los casos, son anacrónicos, como si alguna mujer portara un cartel que dijera “quiero mi derecho a votar”.
Y porque todas aquellas mujeres a las que no les guste el “no pensamiento” de masas y decidan tener su propia opinión, pasan a ser DISCRIMINADAS por el movimiento que las “defiende”.
Así, una mina que haya sido ultrajada y que reclame justicia por ello, no tendrá lugar en el feminismo si no está a favor de la ley del aborto. Una mujer que sea víctima de maltrato no merecerá ser defendida si comete el pecado de no odiar a los hombres. Ahora parece ser que una mujer no será contenida por el colectivo si es tan retrógrada como para ser heterosexual. Ni hablar de la patada en el culo que va a recibir una mujer, padezca lo que padezca, si se le ocurre pensar que algo que huela a capitalismo está bien. Esa ni sube al colectivo. A ésa la sepultan en la terminal.
Y así, un sanísimo movimiento social que bregaba por la igualdad de los seres humanos, termina aboliendo las bases más sólidas y elementales de lo que vivir en sociedad supone: a la mierda con tu derecho a disentir, al carajo la libertad de expresión, tirá a la basura la presunción de inocencia, a la concha de la lora con tu derecho a ser un individuo que sea, por ejemplo, gay y quiera usar rastas, estar en contra de la legalización del aborto, votar a la izquierda y abrirte la puerta del auto para que subas.
Porque estos colectivos no son como los de la calle, a los que todo el mundo puede subir. Estos bondis son “o todo o nada”. O acatás la línea de pensamiento del colectivero completa o te bajan a patadas sin esperar a llegar a la parada.
Porque cualquier otra cosa es pensar por vos mismo y eso… eso está prohibido. Eso se castiga. Porque es peligroso. Porque atenta contra la masa, esa cosa tan, pero tan fácil de manipular a gusto siempre y cuando se mantenga bien juntita, bien apretadita dentro del colectivo, con los cerebros bien fundidos por el calor corporal reinante. Que a nadie se le ocurra abrir la ventanilla del pensamiento propio.
Me molesta profundamente que por este recorrido del colectivo, pasé de ser “un hombre cualquiera” a ser un “macho capitalista heteroreproductivista opresor” que merece ser abono del huerto de alguna de las iluminadas que, sobrevolando la sociedad, por encima de todos y con la llave de la moral en el bolsillo, decide que yo, por ser todo eso que me endilga, debería ser separado “en piernas y brazos, machistas a pedazos”.
Todas estas barbaridades, con tipas que votaron en contra del registro de violadores y hoy enarbolan las banderas del feminismo, con políticos viendo qué partido le sacan a esto, con Tinellis (Dios mío, qué boluda hay que ser para aliar a Tinelli, justamente) reivindicando el valor de la mujer, con artistas olvidadas como Asia Argento resurgiendo al volante del colectivo, pasan por una sola cosa:
Las masas no piensan. Actúan. Visceralmente, sin razonar nada ni cuestionar algo. Y en el mundo abundan los y las hijas de puta siempre con el carnet de conducir a mano para ir apoderándose de colectivos para llevarlos por su propio recorrido, que nunca tiene nada que ver con el original.
Tal vez sea hora de bajarse del “colectivo”.
Quizá sea el tiempo de una nueva ola del feminismo, el real, el humano. Y que esa ola se lleve mar adentro a toda esta escoria de colectiveros que no suma nada.
Porque por lo menos yo,
cuando de pensar se trata,
prefiero ir a pie…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.