MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

07-03-2019

Las chicas superpoderosas

Las chicas superpoderosas

No deseo que las mujeres tengan más poder sobre los hombres sino que tengan más poder sobre ellas mismas.

Mary Shelley, novelista inglesa, hija de la feminista Mary Wollstonecraft.

Un par de notas atrás dije que iba a ir por partes para “pelear”, porque el todo era inmanejable al mismo tiempo. Bien. Es el turno de #empoderarnos…

–Nene, bajá la tabla del inodoro –me dijo mi hermana, quien por ese entonces se había transformado en una suerte de fiscal de mi nueva vida, a cargo de la crianza de dos nenas que ahora vivían conmigo.
–Por? Ellas no la suben cuando terminan de pillar –contesté.
Y agregué:
–A la noche sí la bajo, por si se despiertan y van medio dormidas al baño.

Si bien es por la negativa, creo que en ese sólo acto puede verse cómo entiendo la igualdad entre hombres y mujeres.

Pero cuando mi madre me trajo el moisés para mi primera hija que ella misma había cosido, me calenté porque no era rosa. Me calenté en serio. Tanto que para mi segunda hija lo inundó de ese color.

Cuando el entonces mi suegro trajo de regalo el cochecito que sin bien tenía flores por motivo, la base era celeste, volví a calentarme, esta vez en silencio, pero puteé de lo lindo.

Al momento de hacer la ecografía del segundo embarazo de la madre de mis hijas, la pregunta por el sexo fue literalmente así:
–Quiero saber si pinto el cuarto de rosa o de unisex.
Ya tenía una nena y lo que era mi oficina en mi casa, pasaría a ser el cuarto de “ellas” o “ellos”. De ahí mi pregunta.

Pinté todo el cuarto de rosa y lila, cortinas haciendo juego en los mismos tonos. Acolchados dentro de la misma gama.

Y cuando –ya separado– dejé el despacho de mi oficina para transformarlo en el nuevo cuarto de mis hijas, repetí el proceso. Y hasta lijé y patiné la cama cucheta para que hiciera juego, siempre en esos tonos bien “de nena”. Y como nunca tuve la guita para cambiar el piso, siempre me molestó que fuera azul.

Mientras la situación económica lo permitió, compré vestiditos en Coniglio, una casa de ropa cheta que estaba dentro del Shopping Alto Palermo. Les regalé muñecas a lo estúpido, compré una casita, una cocinita y pagué cumpleaños en los que en algún momento se vestían de “princesas” y entraban en escena tomadas de mi mano.

Vieron toooodas la películas de Disney de “nenas”, desde Blancanieves hasta La sirenita, pasando por Cenicienta, La bella y la bestia y La dama y el vagabundo.

Tuvieron todas la Barbies que el dinero podía comprar y cuando el dinero no podía pagarlas, tuvieron las imitaciones, “Kens” incluidos. Pilas y pilas de muñecas, bebés, mamaderas, pinturas de labios, carteritas y hasta zapatitos con tacos.

Un desastre de padre “machista”…

Pero también vieron Mulán, Los aristogatos, Monster Inc., Toy Story, Buscando a Nemo, Bichos, y un montón más de películas en las cuales el protagonista era una mujer, juguetes, animales o lo que fuera.

A partir de las “Cajitas felices” jugaron con dinosaurios, Snoopys y el señor Papa.

Han leído libros de aventuras y cuentos de fantasía y de terror. Y visto dibujitos de La vaca y el pollito, Pinky y Cerebro y Bob Esponja.

Cuando en el primario había “baile” se vestían con la ropa que quisieran. Así fue como mi hija mayor pudo venir a los 10 años a preguntarme si estaba linda enfundada en un pantalón de cuero negro y un top blanco con brillitos que decían “Love”.

Cuando mi hija menor a los cuatro años se trepaba a los postes de las paradas de colectivo, jamás se me ocurrió pensar si eso era “de nena” o no. Y me reía al verla subir como un mono hasta el cartel del poste.

Pero nada de esto es lo que “balanceó” al desastre “machista” de padre que tienen.

Lo que las empoderó, para usar el término actual para hablar del simple hecho de ser dueñas de sus propias vidas, fueron cosas como que desde tercer grado les dije que ellas tenían que avisarme cuando había una nota en el cuaderno de comunicaciones, porque esa nota era sobre ellas. Cuaderno que a esa edad por supuesto yo revisaba todos las noches mientras dormían, lo que motivaba que les preguntara a la mañana en el caso de que hubiera una nota y no me hubieran avisado y que les recordara que era “su” vida y por ende, “su” responsabilidad.

Jamás las perseguí preguntándoles cuándo tenían prueba o si habían estudiado en caso de tenerla. Simplemente “pagaban” el precio si no lo hacían y les iba mal. Cosa que en el secundario se extendió a “Tienen que aprender a manejar sus tiempos y organizarse; hagan con su tiempo lo que quieran. Si reprueban, se acaba la libertad por el tiempo que les lleve arreglar lo que esté mal y una vez que lo enmienden, inmediatamente vuelven a tener la absoluta libertad de manejar sus tiempos, porque, como dije, tienen que aprender a hacerlo”.

Les he dicho incluso cosas como “Si te pregunto por una nota, no me mientas, pero si porque no te pregunté un día venís y me decís que te sacaste un 8 y compensaste un 4 anterior, no hay reto alguno. Porque equivocarte te vas a equivocar mil veces en la vida, y lo que importa es qué hacés con lo que hiciste. Y si lo que hacés es ponerte las pilas y arreglarlo, no sólo no habrá reto, sino que voy a estar orgulloso de vos como ser humano”.

Lavate “tu” bombacha, sacá “tus” pelos de la bañera cuando terminás de bañarte, hacé “tu” cama y ordenen “su” cuarto han sido las progresivas “obligaciones” que fueron teniendo que asumir a medida que crecían. No por dictador, sino por respeto a “sus” vidas.

Espacio para hablar de cualquier cosa, ni una pizca de actitud “cuida”, respeto a que se pusieran la pollera del corto que se les ocurriera, que eligieran el “novio” que se les cantara y una libertad que fue creciendo con ellas hasta el “de igual a igual” actual fueron y son los pilares de mi relación con ellas.

Hoy son absolutas dueñas de sus vidas. Mi hija mayor estudia Medicina y trabaja en la Histoteca de la Universidad para pagarse sus gastos, junto con una beca privada y mi ayuda económica, beca y ayuda que honra con un compromiso con su carrera que me deja mudo más de una vez.

Mi hija menor, después de haber cumplido su proyecto de irse a Nueva Zelanda por un año para el cual juntó guita trabajando, estudia Diseño multimedial, labura de noche como camarera en un restaurante y se alquila un cuarto en la casa de una amiga de mi hija mayor.

Las dos hacen “su” vida, la que eligen, la que quieren para sí mismas.

Por eso cuando veo pelotudeces como un escándalo porque Carrefour comete la “barbaridad” de ofrecer autos para pibes y cocinas para pibas en oferta para el Día del niño (por poner sólo un ejemplo de la enorme cantidad de sinsentidos en los que veo que ponemos energía), me preocupo por cuán estúpidos podemos ser como sociedad.

Me preocupo por cuán perdidos estamos que creemos que la cosa pasa por ahí, que ahí está el “machismo” opresor, que la solución está en que no dejemos que haya promotoras (haciendo que estas mujeres se queden sin su trabajo) o prohibiendo concursos del mejor culo de la Costa (cosa con la que nunca comulgué), haciendo que estas mujeres pierdan su diversión, o pretendiendo que el empoderamiento viene de la mano de usar pantalones o jugar al fútbol.

Y no pasa por ahí.

Cualquier ser humano se puede vestir como se le canten las pelotas o los ovarios y puede jugar al fútbol, a la rayuela o al tinenti. Que tengan por seguro que si los criamos en el marco de la falta de respeto, si lo hacemos como si fueran un objeto propio, sin espacio, sin libertad para ir conquistando sus vidas y la consiguiente responsabilidad que les atañe, no habrá vestimenta, deporte o prohibición que haga que ese ser humano sea protagonista de su propia vida, sin importar un pito si se trata de un hombre o una mujer.

Mis hijas son increíblemente “femeninas”, con pilas de cosas de “minita”, como ellas mismas dicen. Pero se meten al barro cuando se les canta. Se pintan los labios, se hacen las uñas y tienen un arsenal de productos “de minas”, pero tienen sus convicciones propias y pelean por ellas. Y así como van a cenar a un lugar copado y se “arreglan” para eso, se tiran en el pasto o en el piso de la terraza a tomar mate. Son “reas” sin dejar de ser “femeninas”.

Así como se pueden poner un vestido para salir (pocas veces), se calzan jeans y borcegos y trepan una montaña. Nadie las obliga a ser la Sirenita. Pero nadie les ordena ser Mulán. Ellas eligen cuando ser una o la otra.

Tal vez sea una etapa de la sociedad. Un momento en el que se patea el tablero para después acomodar mejor las piezas. Puede ser.

Pero si es el caso, estamos dejando que ese “momento” sea demasiado largo. Estamos derrochando energía en pavadas. Estamos peleando por estupideces sin límite.

Y si queremos que las mujeres se empoderen, lo primero que tenemos que querer es que los seres humanos se empoderen. Tenemos que educar y educarnos para que todos, hombres y mujeres, puedan sentirse y ser dueños de sus propias vidas. Y créame que eso no se logra pintando el cuarto de otro color. Eso es una boludez.

Porque no vaya a ser cosa que por gastar tanta energía en boludeces, estemos agotados y sin fuerzas para cuando llegue el momento de,

de una vez y para siempre,

ocuparnos de lo que sí importa…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.

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