MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

24-03-2017

Volver a empezar

Volver a empezar

No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio.

Charles Darwin

Se fue. Nos dejó. Todo el cimiento del pasado, todo el presente que vivíamos y todo el futuro repleto de sueños proyectados se fueron por la borda. Y ahí estamos, en el piso, derrotados. Sin saber muy bien qué hacer ni cómo salir adelante, sin tener la más mínima idea de cómo pararnos.

Es entonces cuando los que te quieren te dicen “volvé a comenzar”, “empezá de cero”. Resurgí de las cenizas, como el ave Fénix.

A veces podemos ser tan pelotudos que hasta me sorprendo de nuestra capacidad infinita para generar “máximas” que en el fondo, no tienen ningún sentido.

Qué se supone que es volver a empezar? Hablo con mi vieja y trato de convencerla de que me deje entrar a su útero un rato porque necesito empezar de nuevo? Alguna de mis tetillas es, en realidad, un botón de Reset y yo no lo sabía? La otra es F5 y si la aprieto a repetición voy a lograr borrar de la memoria Ram de mi vida todo lo acumulado?

A los bifes: no creo sea posible “volver a empezar”. Es más, es un disparate conceptual pensar que se pueda poner en cero alguna parte de nuestra vida. No puedo creer la cantidad de veces que aconsejé esta pavada a alguien en su momento de estar tirado en el piso.

Cuando estaba casado teníamos una costumbre que muchos tienen. Íbamos metiendo las monedas de un peso en una botella (es increíble cuánto se junta con el tiempo) y cada tanto, las cambiábamos y nos íbamos al Puerto de frutos a comprar algo para la casa. Algo que nos gustara, que nos hiciera bien.

Después de separarme y por mucho, mucho tiempo seguí metiendo monedas. No las cambié. Me resistía a hacerlo por la carga afectiva que esa costumbre tenía. Por lo que había significado en mi historia.

Había sido “nuestra” rutina. Esa botella detrás de la pila de ropa había sido por mucho tiempo una de las tantas cosas que hacíamos juntos, en complicidad. Y las monedas eran los granitos de arena que poníamos a diario para seguir construyendo lo que era nuestro hogar. Ir al Tigre a comprar pavadas tales como un portarretrato o una nueva lámpara era todo un momento nuestro, bien nuestro.

Por todo este afecto depositado en la bendita botella es que pasó tanto tiempo durante el cual seguí, ya solo, poniendo arena a diario.

Hasta ese día en que llevé las monedas al supermercado chino de la vuelta de mi casa y las cambié (la china, feliz).

Pero nada se perdió. Ni la parte afectiva se esfumó en el Chino de la vuelta, porque eso quedó dentro de mi ser en formato de recuerdo, ni el valor económico de las monedas, porque me traje los billetes, obvio.

A partir del día siguiente comencé a poner monedas de nuevo.

Eso es, en general, lo que llamamos “volver a empezar”.

Welcome to your life, there´s no turning back (Bienvenido a tu vida, no hay vuelta atrás) dice la letra de una vieja canción de Tears for fears. La vida es una sola. Y no tenemos botón de Reset o tecla F5 que haga desaparecer de la memoria las monedas acumuladas porque ahora sean billetes. Los billetes no se esfuman. Ahí están. Son las monedas, ahora en formato papel.

Cambiar las monedas acumuladas no es volver a empezar. Es capitalizarlas. Es transformarlas, no ponerlas en cero. Aún cuando las hubiese regalado o incluso si las hubiera tirado a la basura, no estaría volviendo a empezar. Estaría decidiendo un destino diferente al que elegí (cambiarlas por billetes) a ese afecto que tenía acumulado dentro de la botella.

Por eso, porque no podemos deshacernos de lo vivido, porque es imposible resetearnos, hay una sola cosa para hacer cuando estamos en el piso.

Cambiar las monedas.

Comprar algo para la casa que te guste, que te haga sentir bien. Sumarlas a otras monedas y tomarte un par de días de vacaciones. Ir a comer afuera a algún lugar en el que cocinen rico. Hacer una picada en tu casa… no sé, cualquier cosa. No importa demasiado.

Porque, hagas lo que hagas, estarás engordando tu capital de vida.

Las veces que estuve en el piso nunca volví a empezar. Simplemente porque no es posible.

Siempre seguí juntando monedas y cambiándolas cada tanto.

Sumando vida a ese cero que fui,

allá lejos,

el día en que nací…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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