MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

20-11-2020

Todo me da lo mismo

Todo me da lo mismo

Derramaré mis sueños si algún día no te tengo.

Rosana, Si tú no estás aquí

Me da exactamente igual si la mañana es gris o diáfana. Poco me importa si al despertar el cielo está teñido del plomo que anuncia la tormenta y sombrías nubes desdibujan la ventana o si haces de luz se cuelan hasta el borde de la cama y el resplandor rebota contra el techo en borroso prisma augurando un día repleto de colores...

No me importa si una gélida llovizna va a contraer cada músculo de mi cara o si un abrasador sol va a castigarla sin piedad. Puede ser invierno y tener que soportar la inclemencia del frío, apurando el paso hacia algún tibio refugio o pleno verano y padecer el agobio del cemento recalentado que trasforma mi camino en un brete con destino incierto y que recorro a paso lento y con agitadas bocanadas de aire para intentar encontrar algún equilibrio entre mis signos vitales y el hostil ambiente.

Me da igual.

Bien puedo estar en una cabaña frente al río, con el sol pegándome en la cara y la brisa atenuando el golpe hasta hacerlo imperceptible, viviendo el privilegio que supone poder ir a pescar en cualquier momento del año aun en medio de la semana laboral como estar haciendo una interminable cola esperando mi turno para ser atendido en el banco, soportando las caras que desaprueban que no me pongo el barbijo hasta que sea mi turno de entrar, que mi estado de ánimo es el mismo. Exactamente el mismo.

No me mueve un pelo si almuerzo un par de panchos y una coca de parado, en medio del ensordecedor ruido de la ciudad o si estoy preparando un asado a fuego lento en medio del campo, donde los sonidos regulan el ritmo cardíaco del alma. No hace en mí diferencia alguna si es el árido cemento o el manto de la pradera lo que sostiene mi humanidad. Ni me altera si el aire del valle abre mis pulmones a la vida o si el urbano hace que se contraigan tratando de detener el aluvión de humos que despide el constante tránsito.

Me da lo mismo.

No me interesa en lo más mínimo si son épocas duras en lo económico y tengo que contar las monedas hasta para comprar cigarrillos y el vino es un tetra con gusto a mucho alcohol y poca uva o si puedo encender un habano y descorchar mi malbec preferido. No altera mis sentidos la ausencia de sabor de un arroz hervido tanto como no lo hace el más jugoso de los bifes.

Puedo tomar mate, té de cualquier cosa o un café. Es lo mismo.

La cena puede ser en un lujoso restaurante de Cañitas o un bodegón de cuarta perdido en algún rincón de Villa Crespo. A la hora de sentarme a comer, el más elaborado y exquisito plato preparado por el más excelso sushiman o dos porciones de grasienta muzzarella hecha por el más desaprensivo cocinero no me conmueven en absoluto. Poco me importa.

Desde hace tiempo que todo me da igual. Que nada de lo que me rodea hace a la diferencia. Que no inclina la balanza si contemplo el más maravilloso de los paisajes que pueda imaginarse o si tengo frente a mis ojos el más sórdido baldío de alguna mugrienta ciudad.

Bien puedo viajar a prístinos territorios, vírgenes selvas con serpenteantes ríos o a inhóspitos pueblos con infecundas tierras. Da igual. Y cuando arribo a cualquiera de esos lugares, puedo ser tratado cálidamente o con la más implacable frialdad que no va a generar en mí reacción alguna.

Desde hace un tiempo que todo, absolutamente todo, me da lo mismo…

Porque desde hace un tiempo, cada mañana, aún hundido en el sopor que al despertar precede a la vigilia, tu aroma se cuela en mí y un suave temblor recorre mis tripas y sacude mi centro. Siento la tibieza de tu piel a mi lado y mis poros exudan una calmada alegría que despega mis ojos al regocijo que siento por verte a mi lado.

Tu somnolienta sonrisa asoma entre tu pelo revuelto y opaca cualquier rayo de sol e ilumina cualquier tormenta. No hay invierno que pueda con el calor de tu abrazo ni verano que se lleve la frescura de tu tierno mohín.

El candor de tu mirada excede cualquier calma que un río pueda darme y torna inocua cualquier expresión de desagrado que pueda recibir de algún extraño.

No hay gaseosa que siquiera emule la dulzura de tu entrega ni fuego lento que se compare con las brasas que alimentan a tu cuerpo retorciéndose contra el mío. No hay jugos más sabrosos que los que despedís en cada íntimo encuentro.

Ningún almuerzo puede competir con el intenso sabor que me deja el matinal beso al despedirnos hasta la noche y que llevo bailando en la boca, mascando un imaginario chicle con gusto a vida.

No existe en la Tierra cocinero alguno que pueda preparar un plato que conmueva mi paladar con la misma intensidad que lo hace el beso que nos damos al regresar a casa ni vino que me embriague más que la silenciosa promesa de pasión que me hace tu pelvis apoyada contra la mía mientras ese beso tiene lugar, cuando aún no terminé de pasar por la puerta.

La riqueza de nuestras charlas me alimenta más allá de los confines del cuerpo y cotiza cada moneda como las más preciadas acciones de la Bolsa. Y a la vez, no hay dinero en el mundo que puedo pagar las vacaciones que mi alma se toma cada noche, en cada cena, en cada charla. Aun en cada silencio compartido.

No puede encontrarse en este mundo valle más tierno que tu vientre ni monte más excitante que el que antecede a tu pubis. No hay territorio que me dé más placer que tu cuerpo al recorrerlo con mis manos, con mi boca, con todo mi ser puesto ahí, en ese lugar en el que, desde hace un tiempo, se ha transformado en el centro de mi universo.

Por eso todo me da igual.

Porque si vos estás aquí, la llovizna es romántica y el frío acogedor.

El calor es vida y el sol tibio.

Las monedas, fortunas y el vino exquisito.

Mis sueños, muy lejos de caer, se acumulan a diario.

Y si algún día no te tengo… pues seguiré derramando la alegría por la vida que me das y que se quedará por siempre,

como un manantial inagotable,

por el solo hecho de haberte tenido…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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