MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

27-02-2021

Tenemos que hablar

Tenemos que hablar

La gota que horada la piedra y la hace suave también es la que puede destruirla.

El autor

Es absolutamente imposible prever cuánto daño puede hacer una gota con el paso del tiempo. Nadie puede anticiparse a las consecuencias de una minúscula lágrima cuando lleve tres años cayendo sin cesar.

Cuando nos enamoramos, después de esa primera etapa en la cual ese otro es maravilloso y perfecto, viene el lógico y sano momento en el que comenzamos a verlo tal cual es, con las virtudes que realmente tiene pero con los defectos que todo mortal porta consigo.

Superado ese momento de crisis la relación crece por y a pesar de. Y el punto del que va a depender la solidez de esa pareja se reparte entre cuán fuertes y permanentes son los “por” y cuán constantes son los “a pesar de”.

Ya he escrito más de una vez acerca de la importancia de que esos “por”, esos motivos por los cuales uno eligió al otro que no sólo deben perdurar en el tiempo sino que incluso deberían crecer.

Pero ¿qué hacer con esas gotas que al principio eran tolerables pero que comienzan a llenar el vaso y amenazan con desbordarlo?

La canilla de agua fría de la cocina de mi casa gotea desde hace tiempo. Comenzó, como siempre pasa, con una gotita casi imperceptible a la que se podía asfixiar por el camino de apretar más fuerte la canilla al momento de cerrarla.

Sólo un apretón. Sólo un poquito más de fuerza por un instante.

Tan poquito que no percibí que había agregado una tarea que se iba a reiterar varias veces en el día y que, si se quiere, se iba a sumar al cansancio natural que la vida genera cotidianamente.

Y obviamente la fuerza que había que hacer era cada vez mayor.

Hasta que llegó el momento en que, por más que la apretara con todo el poder que mis dedos tienen (y se sorprenderían de la inusitada fuerza que específicamente tengo en los dedos) de todas maneras la canilla dejaba caer una gotita.,

Con el paso de los días la gotita cobró el suficiente tamaño como para hacer ruido al golpear contra la bacha. Algo que comencé a resolver por el expediente de hacer que cayera sobre un costado, allí donde comienza la curva entre los lados y el fondo.

Cada vez más trabajo para no trabajar en el arreglo definitivo.

En el camino, uno de esos sábados en que los hombres decidimos que ya pasaron suficientes meses con pendientes arreglos, compré el cuerito y me dispuse a cambiarlo.

No pude sacar la canilla porque el óxido que generó por dentro la eterna pérdida se solidificó tanto que hizo un bloque que aún hoy, al momento de escribir esta nota, sigue sosteniendo la permanencia de la gotera, que ya tiene características de pequeño arroyo…

Fácil es comprender que si me hubiese ocupado en su momento me hubiera ahorrado un montón de esfuerzos y no estaría en esta situación.

Pero no lo hice.

Del mismo modo en que no nos ocupamos de hacer lo único que se puede hacer cuando las gotas del otro comienzan a jodernos: hablar.

He cometido ese error más de una vez con mis parejas. Error que disfracé de cualidad por el camino de sentirme tolerante y buen tipo.

No pude distinguir qué gotas podían ser eternas y cuáles debían ser atendidas o terminarían siendo un torrentoso río.

Y por eso, cuando finalmente hablé al respecto, la conversación fue mucho más difícil, mucho más tensa, mucho más compleja que si –como decía mi abuela– hubiera tomado el toro por las astas desde el principio y hubiese planteado serenamente aquello que me molestaba. Y por ese motivo, ocasionalmente, la conversación fue la última…

“Tenemos que hablar” es una frase que diría que siempre es la introducción a plantear el fin de la relación. Una frase que anuncia la última charla que vamos a tener, al menos como pareja.

“Tenemos que hablar” bien podría ser lo último que uno le dijera a su pareja. Porque al momento de pronunciarla el otro ya sabe de qué vamos a hablar.

Tal vez por eso no la pronunciaba en los momentos en que debería haberlo hecho. Quizás el peso de su tradicional significado hacía que cuando aquella gota que otrora había sido intrascendente pero que ahora tenía el poder de la que horada la piedra es lo que hacía que me refugiara en sentirme tolerante y buen tipo para esquivar una charla que, como la gotera, iba a ir creciendo en intensidad hasta el punto de ser destructiva.

“Tenemos que hablar” es una frase que evitamos todo lo que podemos. En aras de “tener la fiesta en paz” y amparados en nuestra supuesta tolerancia.

Creo que tenemos que aprender a distinguir qué sí podemos tolerar y qué no. Qué cosas vale pensar “yo la conocí así y la acepté tal cual era” y cuáles, sólo por el efecto de la repetición en tiempo que no podíamos prever, hoy necesitamos replantear.

La vida es constante cambio. Es ridículo pensar que la relación entre dos vidas va a ser siempre igual. No hay manera de mantener constante y rígido un vínculo entre dos seres que están en permanente evolución y crecimiento por un lado, y en permanente e inevitable desgaste por el otro.

Creo que de lo que se trata es de alimentar aquellos “por” los que nos elegimos, fogonearlos todo el tiempo, aprovechar la dinámica de la vida para hacerlos crecer.

Y eso nos va a dar la suficiente solidez para poder seguir caminado y creciendo juntos.

Pero para que ese caminar sea realmente crecer en compañía no alcanza con seguir cenando a la luz de las velas de vez en cuando o continuar trayendo flores sin motivo.

Para crecer en compañía y que la serena felicidad que eso genera perdure en el tiempo vamos a tener que ocuparnos de las goteras.

Porque el amor es trabajo.

Y para que ese trabajo sea efectivo,

necesariamente,

tenemos que hablar…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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