19-02-2021
Y el humor os hará libres...
El autor
Vivimos una época de hipersensibles. De cada vez más gente que por todo se ofende, que todo la enoja. Y lo peor es que, en lugar de curtirlos, los sobreprotegemos. Con lo cual los condenamos a esa exagerada sensibilidad que no les traerá más que sufrimiento en un mundo que no siempre será “inclusivo”, “comprensivo” y “respetuoso” con ellos...
Esto no se puede decir porque hiere, tal cosa tampoco porque es falta de comprensión y esa otra menos que menos porque es faltar el respeto.
Todo cae bajo el reinado de la sobreprotección.
Y bajo esa reina ha caído hasta el humor. Porque siempre hay algún hipersensible culo que no le gusta ser siquiera rozado y reacciona con enojo ante un chiste. Y siempre hay algunos que hacen causa común con el culo y critican negativamente la broma que se haya hecho.
“Porque una cosa es reírse de uno mismo y otra muy diferente hacerlo de los demás.”, dicen. “Es muy diferente reírse CON que reírse DE”, vociferan.
Bien.
Cuando mis hijas me cargan con mi panza en las épocas en las que me olvido que ya no puedo comer como una bestia como cuando tenía 30 años sin que empiece a portar un barril conmigo, se ríen DE mí. De mi panza y de lo ridículo que me veo con el tambor que no me permite verme los huevos.
Cuando pasa a ser que se ríen CONMIGO? Cuando yo me sumo y me río de mí. Cuando mi autoestima no se pone en juego porque dos pendejas se caguen de risa de mi panza. Cuando comprendo que es grotesca y por eso me causa gracia a mí también. Y que todo lo que soy como ser humano no se derrumba por un par de kilos de más.
En estos días estoy literalmente viviendo en lo de mi madre y cuidándola hasta que se recupere de un porrazo que se dio una semana atrás. Y todas las noches me tiento cada vez que veo que se mete en la boca las pastillas que tiene que tomar, toma agua, traga el agua… y las pastillas siguen ahí.
Me río DE ella. De una mujer que como ella confiesa, jamás pudo aprender a hacer gárgaras siquiera. Y que hoy lucha con esas pastillas cada noche. Y ella se ríe de mi risa y de su situación. Y ahora me río CON ella.
Otra a la que tampoco se le juega la autoestima porque a los 82 años le cueste tragar un par de pastillas. Y por eso, no sólo no se ofende cuando estallo en carcajadas sino que se tienta. Y por supuesto, cuando se tienta, más le cuesta tragar las pastillas. Con lo cual, todo ese momento se transforma en una minifiesta de dos.
Pero hasta ahora estamos hablando de gente de la cual se da por sentado el afecto mediante.
Ahora bien.
Si alguien gordo se sienta en una silla y se rompe, causa gracia. Si un petiso no logra llegar a un tarro en la cocina, causa gracia. Si alguien se tropieza en la calle y queda despatarrado en el piso, causa gracia. Y si ninguno de los tres tiene problemas con su autoestima, se van a cagar de risa antes de que nosotros podamos soltar la primera carcajada.
Porque saben que nadie está tomando la parte por el todo. Nadie está diciendo que son menos que otro porque rompieron una silla por sobrepeso, no alcanzaron el tarro por su baja estatura o se pisaron el cordón de los zapatos por pelotudos. Sólo se están riendo de la situación. Y por eso mientras nosotros nos reímos DE ellos, ELLOS ríen CON nosotros.
Algunas veces he tenido situaciones en la calle en las cuales los que estaban alrededor no pudieron contener la risa. Y yo tampoco. Porque, como me pasó, pegarme la jeta contra el vidrio del Banco por querer entrar apurado es para cagarse de risa. Es ver a Chaplin en vivo y en directo. Es ser Chaplin por un momento. Y por eso también reí, alternando las caras de dolor con la risa que mitigaba ese dolor.
Hace unos días, un lector compartió un post que hice hace mucho sobre un “Miércoles de reflexión” en el que me reía de un cartelito que involucraba nada más ni nada menos que al mismísimo Dios.
Tal vez sirva para que entendamos que el humor es eso: humor. Y que si aprendemos a reírnos de nosotros mismos, nunca se van a reír DE nosotros. Siempre será CON nosotros. Y así podremos tener la fiesta en paz, como decía mi abuela.
Voy a transcribir algunos párrafos del post porque creo que demuestra, de alguna manera, qué ridículo es vivir ofendiéndose por todo...
El post comenzaba así:
Vamos a suponer que Dios existe.
Como pasa algunos miércoles, alguien se sintió ofendido por mi chiste de hoy y por supuesto, me lo hizo saber a través de dos comentarios.
Bien.
Los dos comentarios aluden a los hombres que no creen en Dios y al castigo que les espera por no creer y por –encima– burlarse.
Vamos por partes, como decía Jack:
Primero, si alguien no cree y creer es una cuestión de fe y la fe es algo que no se puede controlar, aquél que no la tenga es digno de piedad y no de enojo.
Porque sería como enojarse con un paralítico porque no puede caminar. El no creyente, siempre razonando desde la lógica religiosa, no ha sido bendecido con el don de la fe. Es un discapacitado en ese sentido.
Y segundo, y ésta es la parte que más me interesa plantear desde mi punto de vista, no me burlé de Dios ni mucho menos.
Pero vamos a suponer que sí. Y junto con el suponer que existe, propongo que pensemos si realmente el Tipo se va a calentar tanto conmigo como para condenarme al infierno.
En lo personal no creo que Dios tenga tiempo ni ganas de ocuparse de enojarse conmigo por tamaña pavada, habida cuenta del enojo monumental que debe tener por los humanos que declaran guerras, matan, abusan, violan, roban, dañan y un montón de verbos más mucho más preocupantes que “burlan”.
No creo que Papá se vaya a olvidar de mi escala de valores, ésa en las que la honestidad, la paz, el amor, el compromiso, la bondad y otras tantas cosas más ocupan el tope de mi lista.
No, la verdad que no creo que tenga una mirada tan parcial como para defenestrarme porque una mañana me levanté e hice un chiste articulando un cartelito con una canción, con el único fin de reírnos esa vez por semana que nos supimos conseguir con los “Miércoles de reflexión”.
Lo que sí creo es que hay que aprender a reírse no sólo cuando “le toca” a los demás. El verdugueo al cartelito no es más “burla” que cuando hago chistes con algún post romántico. El que escribió el post original lo hizo desde sus afectos, a veces, desde lo más profundo de sus afectos. Y que yo haga una lectura “forzada” pervirtiendo el sentido original para hacer un chiste, no es que le falte el respeto al romanticismo. Cualquiera que haya leído “Carta para cuando vuelva a encontrarte” o “Mi noche triste” entre unas cuantas más, sabe muy bien cuán romántico soy.
No, no le falto el respeto ni a quien lo escribió ni al romanticismo. Sólo hago un chiste.
Ya lo he dicho muchas veces y no me voy a cansar de repetirlo:
He hecho chistes con mi panza, con mi pelada, con mi incapacidad de decirle “no” a una mujer y hasta con lo paspado que mi trasero puede estar si no hay bidet. Me he llamado a mí mismo borracho, demente senil, tonto y alguna cosa más.
He verdugueado a las feministas, a la ciencia, a los hombres, a los políticos, a los ciclistas… en fin… hace más de un año que escribo una pavada semanal para reírnos los miércoles: dudo que me quede algo con que “meterme”.
Y saben qué creo?
Que si hay Dios, el Tipo se ríe con nosotros una vez por semana…
…
Y hoy les digo. Sigo creyendo que si Dios existe descansa los domingos y se ríe con nosotros los miércoles.
Y con semejante aval, no esperen que deje de reírme de mí,
de ustedes,
y de nosotros…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.