17-07-2017
Si no hiciste estupideces cuando eras joven, no tendrás de qué sonreír cuando seas viejo.
El autor
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Dedicada a Oscar, que hace unos años inspiró esta nota..
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Cuando los mortales empezamos a llegar a “cierta edad” nos dividimos en dos grandes grupetes en función de cómo la llevamos. Uno, que añora “los mejores años de su vida” y los recuerda con depresiva melancolía y otro, que pretende que estos son los mejores, tratando de compensar que “ya no son los mismos” que hace años.
Cumplimos 40 y nos da la popular crisis de la mediana edad. Repasamos qué hicimos, qué no, qué es lo que estamos a tiempo de hacer y qué ya no. Algunos sólo se deprimen por un rato, otros se separan y se compran una moto y una campera de cuero, alguna se encama con algún pendejo.
Cumplimos 50 y nos viene a la cabeza la estrofa de Cacho Castaña: “Voy camino a los cincuenta, punto y coma de la vida, sin pensar, sin darme cuenta, cerca del punto final”. Hijo de puta! Cerca del punto final?? La puta que te parió, Cacho...
Cuando tenía 23 años había renunciado al Banco donde trabajaba para dedicarme a mi proyecto de montar una empresa maderera. El negocio lo había conocido unos meses antes cuando, depre porque me había separado de mi novia de aquél entonces, había aceptado la invitación al campo que me había hecho un amigo.
Así fue que unos meses después yo andaba por la provincia de Buenos Aires con mi F100 buscando monte para comprar.
En uno de esos periplos, decidí que me iba hasta Baigorrita, tal el nombre del pueblo donde mi amigo trabajaba, sólo para cenar con él. Y así fue que manejé los 120 kilómetros que en ese momento me separaban de ese pueblo. Cenamos, charlamos hasta cualquier hora y finalmente me quedé a dormir allí.
Al día siguiente, le digo a Eduardo:
–Y si vamos a pescar a la Laguna de Gómez?
–Esperá que pido permiso para no laburar hoy –me dijo.
Se paró frente al espejo, se pidió permiso y se dijo a sí mismo que sí.
Y ambos nos cagamos de risa.
Entonces le dije:
–Escuchá. No seamos boludos. No todos los pelotudos de 23 años pueden decidir que hoy no laburan. Disfrutémoslo. No vaya a ser cosa que dentro de algunos años seamos esos tarados que se la pasan recordando qué bien la pasaban “antes”.
Y creo que a partir de ahí hice de eso mi religión.
No hubo cosa que me tocara disfrutar que se me haya pasado por alto. Y no hablo sólo de hitos, como el día que me casé o los días que nacieron mis hijas, no. Me refiero a todos los putos días de mi vida, cada uno de ellos.
Es imposible enumerarlos. Aun cuando intentara acotar la lista y la restringiera a mis hijas y sólo a momentos especiales, sería enorme: el día que supe que la madre estaba embarazada de cada una de ellas, la primera ecografía de ambas, el momento en que me enteré que iban a ser nenas, las pataditas en la panza... y todavía no habían nacido. El parto, la primera vez que me dijeron “papá”, el día que caminaron, primer día de jardín... en fin. Ya me salteé 200 cosas sólo del ítem “hijas” de la lista de mi vida...
Si sólo hago una lista de un corto tiempo y me limito a lo individual, pasaría lo mismo, aún cuando agrupara grandes cantidades de días: mi primer noviazgo, la época en la que era “el cachorro” por ser el más joven en el lugar donde trabajaba, mi “fama” como arquero en el campeonato interbancario, mi época de “gato”, los disparates que he hecho con mi hermano como socio en la locura, la facultad, el pub del que fui primero mozo y después encargado... y aún no llegué ni a la mitad de la edad que hoy tengo.
Me salteo 27 años y pasa lo mismo. Hace bastante tiempo, ese beso y lo que viví después, el ok del Banco a un crédito hipotecario, una cena con la gente con la que laburo por el festejo de un éxito laboral muy esperado, los textos que me escribieron mis hijas por el día del padre, el que me escribió mi 'prestada' que deseé leer durante años, los “me gusta” de ustedes a mis notas, ni hablar de los comentarios. Los asados en el laburo, los mates que inspiraron “La casa del lago”, una charla que tuve con mi hermana...
Ya hoy, aquí y ahora: los saludos por mi cumple que estoy recibiendo desde las doce de la gente que quiero, las hamburguesas y choris a la parrilla que voy a comer con mis hijas, mi yerno y amigos, el vino que me van comprar, la gente nueva que conocí, los amigos que tengo, esa mujer que me inquieta...
Larga la nota? Son unos cuantos los años...
Cuando la gente es ya grandecita usa una frase muy conocida para explicar su experiencia de vida: “Yo ya estoy de vuelta”, dice la gente “grande”. Algo así como si la Vida fuera una suerte de colina a la cual subimos por un tiempo, para después ir bajando de a poco hasta llegar nuevamente a la llanura, ésa, en la que nuestros restos descansarán en paz algún día.
Bueno, en lo que a mí respecta, hace muchos años que vivo a mi manera y por eso, cuando les diga que hoy es un día como cualquiera a pesar de ser mi cumpleaños, créanme.
Porque para mí, todos los días de mi vida son los mejores.
Y porque yo, durante todo el tiempo que siga en este mundo y justamente por la experiencia que los años me han dado, voy a seguir,
siempre,
estando de ida...
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.