03-07-2017
Prepárense para andar con el cierre bajo...
El autor
Mal que nos pese, la vida es realmente un jardín de rosas. La vida es bella, sin lugar a dudas, pero igual de repleta de espinas que el metafórico jardín.
Por eso, al mismo tiempo que la transitamos, disfrutando de sus tiernos colores rosas, blancos puros y pasionales rojos, nos vamos lastimando en el camino con las púas que el hermoso aroma que despiden no siempre compensa...
Cada rosa tiene sus espinas, decía Poison, y es así. No es posible una vida sin sufrimiento. Quizá ni sería soportable. No habría luces si no hubiera sombras. Nadie notaría lo dulce si no existiera lo amargo. Y podría seguir jugando con opuestos para llegar siempre a la misma conclusión: hay momentos de la vida que son maravillosos y otros... no tanto.
Esos en que no hay flores y sólo duele...
Y ahí vamos... sacamos nuestras frases de cabecera para estas ocasiones y le martillamos la cabeza al que sufre para ver si logramos metérselas dentro, así sana “de una buena vez por todas”.
“Mirá, tenés que duelar esto, dejarlo atrás. Dejate de joder, soltá, dejá ir”.
Y la más linda de todas: “A esto tenés que darle un cierre”.
En fin, un sinnúmero de máximas que garantizan volver a transitar los campos de rosas, pareciera que esta vez planeando sobre ellas, sin espinas que rasguñen en el camino (hasta que vuelva a poner los pies sobre la tierra, claro).
Y entonces, el que la está pasando como el tujes en ese momento, ahora tiene otro motivo para sentirse como el culo. Porque no puede soltar, dejar ir, darle un cierre...
Lucha como un hijo de puta contra los recuerdos, se mata tratando de olvidar, se retuerce de la bronca porque no logra soltar. Hace cosas para dar un cierre, doscientas cosas, en la esperanza que la 201 va a ser la última, la que cierre la historia...
Va a aprender a tocar el ukelele, toma clases de paracaidismo, se anota en grupos de meditación chamánica, se hace las tetas si es mina o se da una buena biaba a las canas si es hombre. No alcanza.
Le escribe una carta para mandarla/lo a la puta que la/lo parió, publica cuánto sufre en cuanta red social conoce. Tampoco.
Se dice mantras del tipo de “cuando una puerta se cierra, se abre un mundo”, pero nada. Todo sigue igual. No logra “soltar”, no encuentra manera de “olvidar”, no puede “dejar atrás”...
Hay cosas en la vida que sería mejor no recordar? Puede ser.
Duelar es la única manera de seguir disfrutando de la vida? No me cabe la menor duda.
Pero no creo que duelar sea dejar atrás. Mucho menos olvidar. No hay “historias” en la vida. Nuestra vida es “la” historia, una sola.
Por eso yo no suelto una mierda, no dejo atrás un carajo, lo llevo todo conmigo. De nada de lo que viví, ni de nadie de con quién, intento olvidarme. Yo me agarro todito y me lo guardo. Lo atesoro. Y de vez en cuando, hasta lo comparto.
De lo malo que me tocó vivir, aprendo. Y de lo bueno, me lleno el alma.
Y ando con la cremallera abierta por la vida.
Porque el único cierre a mi historia va a ser el de la bolsa de la morgue.
Y no voy a ser yo quien lo suba...
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.