24-11-2017
Y ahora tú te vas, así como si nada…
Chayanne, Y tú te vas
El dolor es inconcebible. Desgarrador. Como si nos hubiesen arrancado pedazos de nuestro cuerpo y estuviéramos en carne viva sangrando. Si es verdad que cuando un amigo se va queda un espacio vacío, ni hablar de cuando lo que se va es un amor…
Dios! Le dí tanto… tanto… y se llevó todo mi ser.
–Si te fueras mañana, no sentiría que perdí nada. Porque creo que lo que te doy lo guardarías, aún cuando ya no estuviéramos más juntos –le dije, no sin cierto temblor en la voz. Incluso con algunas lágrimas que nublaban mi vista sin que yo entendiera muy bien por qué.
Era la cuarta o quinta vez que nos encontrábamos y estaba cocinando “para” ella. La trampa? No era la cuarta o quinta vez que nos veíamos en la vida. Nos conocemos desde hace “algunos” años… unos 25 más o menos. Y tal vez por eso “las cosas” iban a una velocidad difícil de controlar.
Ambos estábamos aterrados por eso, pero yo ya estaba entregado. Decidido a convivir con el miedo y sus consecuencias por el tiempo que hiciera falta a cambio de la posibilidad de que “las cosas” pudieran seguir creciendo.
Ella no.
Y por eso contestó, aún en medio de la romántica cita:
–Ah, menos mal…
Sí, al tiempo se fue.
Cuida lo que le dí? Lo atesora? No lo sé. Creo que sí.
Pero no importa demasiado.
Porque lo que dí era lo que tenía para dar y no pedazos míos. No me arranqué nada para dárselo. No dejé de ser yo ni un poquito. Ni por un instante.
“Te entrego todo mi ser” puede ser una de las más románticas frases para decirle al otro cuánto lo queremos. Pero jamás la pondría en práctica. Me gusta mucho más poder entregarte todo lo que mi ser tiene para dar. Y dejame mi ser bien enterito. Que si te vas o me voy, no va a quedar ningún espacio vacío.
Basculamos como pelotudos entre la entrega absoluta y la acérrima defensa de nuestra individualidad. Nos han martillado tanto la cabeza con esto de “fundirse” con el otro que en algún momento de nuestra vida lo hicimos. Y cuando ese otro se fue, o incluso cuando fuimos nosotros mismos los que nos fuimos, el desgarro fue monumental.
Y por esa puta costumbre –como diría Cacho– de irnos de un extremo al otro, ahora no entregamos ni un pelo. No vaya a ser cosa que se lo lleve…
Tal vez si aprendiéramos a amar dando todo, absolutamente todo lo que tenemos para dar y “sólo” eso, ya no sería incompatible una entrega total con la más férrea individualidad.
“Amar es dar lo que no se tiene a quien no es”, decía Lacan (que era un jodido retorcido de proporciones siderales), para explicar al amor en términos de lo que se juega en el inconsciente.
Me quedo con Fito, que la hace corta: dar es dar. Y si te doy, es para vos. No para mí. Y si te doy, es porque primero soy. Y por eso puedo dar. Porque soy.
Si te “llevás” lo que te dí, no te estás llevando nada mío. Fue mío hasta que te lo dí. Y ahora es tuyo.
Es común que parejas que se pelean se pidan “de vuelta” regalos concretos que se han hecho. Esa remera que te compré en GAP, el anillo que te traje de La Rioja, mi foto de cuando era chico, los lentes de sol que te conseguí en el Free Shop…
Una boludez. Un intento desesperado de recuperar lo que pusimos en manos del otro, que no son cosas tangibles precisamente. Porque lo que pusimos fueron sueños, proyectos, ilusiones. Y esas cosas no se pueden “devolver”.
En alguna nota (Amo y señor de mis dominios) ya describí la imagen de la cola de caballo de la que había sido mi mujer por casi 9 años bamboleándose mientras ella se alejaba, después de habernos despedido para siempre en la puerta de casa.
Claro que sentí que me partía en pedazos, a pesar de seguir estoicamente parado viéndola alejarse. Pero los pedazos que ahora iba a tener que empezar a juntar, estaban todos acá. Ella no se llevó nada de mi ser. Se llevó en el alma todo lo que mi ser le dio durante los años juntos. Se llevó los huevos de oro, pero no la gallina.
Porque yo me quedé acá, habiendo tenido que atravesar un proceso de duelo, pero con la capacidad intacta para seguir 'poniendo huevos' en nuevos sueños,
nuevos proyectos,
nuevas ilusiones…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.