MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

20-02-2020

Te cuento por qué no creen

Te cuento por que no creen

Sólo nosotros sabemos estar distantemente juntos.

Julio Cortázar

Entendieron mal, amor. Por eso no comprenden.

Compraron la versión “Hollywood” del amor y por eso hoy lo bastardean. Lo ven como una suerte de utopía por definición inalcanzable y no les da el coraje para siquiera intentarlo...

Se convencieron de que romántico es correr en cámara lenta por la pradera para encontrarse con el otro en un abrazo captado por el lente desde arriba, mientras giran al compás de la música de fondo. Y se pierden de unos mates en la plaza una tarde cualquiera, sentados al sol, mientras sólo se oye el ruido de los pájaros y la risa de algún chico en el tobogán.

Desprecian al amor porque creyeron que el “The end” de las películas era realmente el final de esa historia a la que por supuesto no le habían faltado momentos de desencuentro y angustias. Pero que a partir del instante en que comenzaron los créditos, esos momentos pasarían al olvido y jamás volverían a repetirse.

No creen en el amor –como si de una cuestión de fe se tratara– porque pensaron que una vez que prometieron el clásico “hasta que la muerte los separe” ya no había necesidad de hacer nada más. Y que de ahí en adelante no comerían otra cosa que no fueran perdices.

Por eso no creen, amor. Por boludos.

Jamás comprendieron que esa promesa era sólo un lugar desde el cual encarar la jornada de ida que es la vida. Una zanahoria puesta por delante con el único fin de mantenernos incentivados a construir, a no dejar de caminar, a no olvidar que no hay fuego que se mantenga encendido si dejás de tirarle leña.

Él no tiene idea, gorda. No sabe de la magia del vino. Cree que es el año de la cosecha o la selecta uva con la que el sommelier le cuenta que fue hecho. Y se pierde del sabor a su mujer que tiene la copa, como cuando vos y yo la compartimos en la cocina. Está convencido de que el olor de ese vino se mide por si es afrutado o si sus taninos son amables y nada sabe del aroma a calma que reina entre nosotros mientras lo tomamos charlando.

Ella cree en los restaurantes de Puerto Madero que nosotros también disfrutamos, pero no en el chori en la Costanera que nos clavamos de vez en cuando, en esas noches en que estamos con ganas de tan sólo un poco de aire y que sabemos que es ese boulevard el que puede dárnoslo.

Se convencieron de que romántico es sólo el hogar encendido en una cabaña y no tienen ni idea de la calidez de una noche pescando a la intemperie, aunque sea en plena época invernal, emocionándonos con cada pique, riendo por pavadas, charlando sobre cualquier cosa o compartiendo el éxito de haber completado un crucigrama como si nos hubiesen otorgado el Premio Nobel a la cultura general.

Para ellos, románticos son los lejanos Alpes o los impagables cruceros por el Caribe. Y pierden la mirada en un horizonte inalcanzable mientras que a sólo unos kilómetros frondosos árboles custodian un río que corre servido a tus pies para que un día cualquiera puedas sentarte a disfrutarlo mientras se cuece el pollo que tiraste a la parrilla.

No, amor. No tienen ni idea. Y ése es el problema.

Creen que románticos son sólo los besos contorsionando la boca y nada disfrutan del choque de labios diario, después de ese desayuno que ellos ven como alimento mientras que a nosotros nos llena el alma. Creen que la energía está en los nutrientes mientras nosotros la obtenemos de la mirada previa a despedirnos hasta la noche.

El dice que es la escenografía lo apasionado de ese amor, sin saber cuánta luz puede caber en una sonrisa, una simple sonrisa. De ésas que me regalás al pasar, cuando nos cruzamos en el living, cada uno con diferente destino final en la casa.

Y ella espera la banda sonora para vivir el romance porque no sabe cuánta música puede haber en los ojos de un hombre como cuando me descubrís mirándote, absorto como quien contempla una obra de arte de la creación, sentado al borde de la bañera mientras te maquillás frente al espejo.

No, amor… no saben nada. Critican al romanticismo porque no tienen ni la más remota idea de las risas, las charlas, los silencios y los llantos. No saben de roces de manos ni de abrazos de oso. No viven la complicidad, el compañerismo, apoyo mutuo y crecimiento compartido. No sienten el placer de la eterna construcción de ese camino sin hacer como el que emprendimos juntos hace un tiempo...

Viven engañados. Creyendo que en algún lugar tan sólo unos pasos más adelante, una cinta de llegada los espera. Jamás entendieron que el “Y vivieron felices para siempre” es algo que se cuenta en diferido, cuando la muerte los haya separado.

Y si es la vida la que los separa, creen que ya no hay chance de construir con otro hasta que la muerte te separe. Y así golpean con una estocada mortal aquella ilusión de vida que en algún momento tuvieron.

Y hoy mantienen los ojos abiertos para que nadie sepa que ya no ven los colores. Se ríen fuerte para no encontrarse con el silencio que la muerte de esa quimera dejó como amarga sobra.

Y echan pestes del amor y del romance porque creyeron que el camino estaba hecho y no lograron encontrarlo.

Nunca entendieron que el amor es trabajo y lo buscaron sin éxito en el horizonte sin saber que estaba ahí, bajo sus pies, lleno de vida por cada paso que daban juntos.

Y fue por creer en el destino y no en el sendero que sólo quedó el desierto del olvido y la sequedad en la boca con la cual hoy gritan que no vale la pena.

Por eso despellejan al amor. Por eso lo desprecian.

Porque no saben que ese amor murió en el preciso instante en que,

por no encontrar un camino que no existe,

decidieron dejar de caminar…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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