23-03-2018
El escritor debe escribir lo que tiene que decir, no hablarlo.
Ernest Hemingway
A veces quiero llegar y que no te des cuenta. Tomarte por detrás por sorpresa mientras estás cocinando y hundir mis pulgares en los hoyuelos de tu cintura mientras te traigo con mis dedos hacía mí. Y apoyar mis labios en tu cuello para darte un beso suave, con la humedad justa para darle un toque de lascivia...
A veces quiero que seas vos la que me tome por sorpresa cuando cocino y llegás. Y desde atrás y sin que lo espere, me rodees la cintura con tus brazos y hagas resbalar las manos hacia mi pecho. Y que seas vos la que me da ese beso en el cuello.
A veces quiero que eso estropee lo que estemos cocinando, que se queme la comida que esté al horno y que caigan al piso las hojas de rúcula que iba a cortar. Y que queden tiradas, mirando desde ahí, cómo te siento en la mesada, cómo me sacás la remera, cómo levanto tu pollera.
Pero sólo a veces… no siempre. Sólo a veces.
Porque a veces quiero que después del beso, sólo sonriamos y te sientes en el banquito de madera a charlar de nuestros respectivos días de laburo, del tiempo, de esa noticia que leíste hoy… mientras te sirvo una copa de vino y sigo cocinando.
A veces quiero llegar a las puteadas con cualquier cosa que me haya irritado y que me sirvas vos el vino y me banques un rato mientras despotrico contra el laburo, el país, la inflación o el hijo de puta que cruzó en rojo. Y que me regales esa mirada que aún en silencio me va calmando. O que me hables suave, rozando los botones que sabés que me van haciendo “bajar cambios”.
Pero sólo a veces… no siempre. Sólo a veces.
Porque otras quiero que llegues fastidiada por el trabajo, el país o lo que sea. Y hacerte la mueca que uso por sonrisa cuando eso pasa. Abrazarte, tomarte por la nuca y darte un beso en la mejilla. Servirte esa copa tan nuestra y terminar de cocinar mientras me contás de tu fastidio. Y ser yo quien te abrace con palabras. Con las que ya sé que te contienen, que te calman, que te devuelven la paz perdida por un rato.
Algunas veces quiero levantarme temprano un domingo, hacer café y dejarte dormir hasta más tarde, como a vos te gusta. Prender la compu, leer un rato y salir a comprar medialunas para llevar el desayuno a la cama. Despertarte suave y, en silencio y compartiendo la bandeja, mirar la tele juntos hasta el momento en que ya comenzás a hablar.
A veces quiero que bajes del cuarto mientras estoy leyendo en el entrepiso del living. Que pases por el comedor y que desde abajo me digas “buen día, amor”, para asomarme a sonreírte. Que sigas de largo y prepares tostadas. Que me llames cuando todo esté listo y bajar a besarte. Y ese domingo desayunar en el living en lugar de hacerlo en la cama.
Pero sólo a veces… no siempre. Sólo a veces.
Porque a veces quiero que nos levantemos juntos, nos traguemos un café y cualquier galleta y que el desayuno sea en un pueblo que vayamos a conocer. O tomemos mate en el camino, mientras las migas de las cremonas se desparraman en el piso de la camioneta y vos protestás porque soy un puerco.
A veces quiero que vayamos a cenar a algún nuevo lugar a probar alguna comida. Que experimentemos nuevos aromas, nuevos sabores.
A veces quiero que la cena sea en ese lugar que ya conocemos, que ya sabemos de sus aromas y sabores y que por eso vamos una y otra vez.
Pero sólo a veces… no siempre. Sólo a veces.
Porque otras veces quiero quedarme en casa y comer cualquier cosa juntos. Y ver una peli sentados en el mismo sillón, con tu espalda sobre mi pecho y tu cabeza recostada sobre mi hombro, mientras te abrazo descansadamente y te acaricio el pelo de a ratos.
A veces quiero que hagamos el amor en cualquier lugar de la casa, incómodos, estúpidamente pasionales, como si el tiempo nos corriera y tal vez hasta rompiendo alguna cosa en el camino. Quiero morderte y que me muerdas, quiero apretarte contra mí y que me aprietes. Agarrarte por los glúteos y que me rasguñes al espalda.
Y algunas otras quiero que lo hagamos en la cama, desesperantemente lento, angustiosamente suave, perversamente saboreado. Y que el placer del final sea una meta que parezca inalcanzable. Para sentirte estallar entre mis manos, para que me sientas estallar entre las tuyas, después de habernos saboreado así, como quien deja un chocolate derretirse en la boca.
Pero sólo a veces… no siempre. Sólo a veces.
Porque a veces quiero que hablemos de esos temas que nos apasionan y que nos ponen a discutir desde tu punto de vista y el mío. Quiero la pasión de esas ideas, la aguerrida defensa de tus puntos de vista y la histriónica exposición de los míos. Quiero esos encontronazos en los que ambos crecemos.
Y a veces quiero estúpidas charlas de cualquier cosa, la risa sin sentido, la risa con sentido. Quiero la picada, el sushi o los panchos mientras vemos alguna película bien boluda. El ajedrez, las damas, o el Burako. Quiero gastarte cuando gane y reírme de cómo lo hacés cuando sos vos la que me vence.
Quiero que salgas con tus amigas y que me cuentes qué tan bien la pasaste, de qué charlaste y hasta alguna infidencia, de puro chusma. Quiero que hagas un viaje con ellas y que me mandes fotos del lugar.
Quiero cenar con mi amigo y que te vayas a dormir sin esperarme porque sabés que esas cenas duran hasta las 5 de la mañana. Y al día siguiente contarte de qué charlamos y cómo otra vez “arreglamos el mundo” en esas pocas horas. Quiero hacer un viaje con él y mandarte fotos del lugar.
Pero sólo a veces… no siempre. Sólo a veces.
Porque a veces quiero que hagamos un viaje los dos. Que conozcamos lugares o que vayamos a ésos que nos gustan. Que disfrutemos juntos de la sorpresa de los paisajes nuevos. Quiero que nos relajemos en los lugares nuestros.
Quiero peleas, desencuentros, discusiones. Quiero hasta gritos por momentos.
Quiero reconciliaciones, acuerdos, entendimientos. Quiero hasta lágrimas algunas veces.
Quiero aprender y enseñarte. Quiero crecer y que crezcas. Quiero acompañarte y que me acompañes. Quiero amarte y que me ames.
Quiero todo, absolutamente todo.
Pero sólo a veces… no siempre. Sólo a veces.
Porque algunas veces,
como esta noche,
tan sólo quiero escribirte…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.