16-03-2018
'Arrésteme Sargento y póngame cadenas', que de liberarme me encargo yo.
El autor
–Ésa es mi hija! Sí! La puta madre! Bien! Muy Bien! Ja! Eso! La concha de la lora! Qué alegría acabás de darme! Ésa es mi hija, carajo! Qué bien, la puta madre! Qué bien por vos, hija! Y qué bien por mí! –gritaba y repetía sin parar mientras cerraba los puños y hacía gestos de triunfo en el cuarto de Agus, mi hija mayor…
Circula por ahí un video con una adivinanza muy interesante y que es más o menos así:
Un padre va manejando un auto con su hijo y tienen un accidente brutal. El padre muere al instante y el hijo está gravemente herido. Trasladan de urgencia al pibe a un hospital y como su estado es crítico, llaman a una eminencia médica para que lo opere.
Pero cuando llega al hospital dice:
–No puedo operarlo yo. Porque es mi hijo.
Cómo es posible?
Difícil de adivinar, no?
En realidad no.
Es fácil.
Increíblemente fácil.
La eminencia médica es… la MADRE del pibe.
…
A mí no me gustan las conclusiones apresuradas apoyadas en una sola variable y por eso opino que hay una trampa. Si la adivinanza jugara con decir que la madre del pibe muere y al día siguiente alguien va a la escuela del chico a quejarse a Dirección porque lo dejaron faltar y le contestaran que lo permitieron “porque es mi hijo”, también uno estaría confundido, sólo por el hecho de que la inmensa mayoría de esos puestos de trabajo (Dirección de una escuela) están en manos de mujeres.
Pero es innegable que la demora y hasta imposibilidad de resolver la primera adivinanza se apoya en que cuando escuchamos “eminencia médica”, pensamos en un tipo. En un médico. Hombre.
Porque históricamente y aún hoy, la mayoría de esos lugares lo ocupan hombres.
Por qué?
Fácil. Tan fácil como la adivinanza.
Hasta no hace tanto, la mujer no tenía ninguna oportunidad de desarrollarse profesionalmente. Difícilmente vas a llegar a ser una eminencia en algo si ni siquiera podés hacer la carrera.
La mujer criaba hijos, “atendía” al marido, llevaba adelante la casa. Y si le sobraba tiempo o era “solterona”, cosía “para afuera”, como hacía y decía mi abuela. Frase que supongo que venía del hecho de que ella se quedaba “adentro”.
Eran tiempos en los que era imposible que alguien escribiera una obra que se llamara “m´hija la dotora”. Tiempos en los que cuando una mujer se atrevía a hacer algo “afuera” era vista como una especie de bicho al cual había que aplastar si fuera posible.
Tiempos de “andá a lavar los platos”, en lugar de estar haciendo “cosas de hombres”.
Épocas en las que el chiste que dice que si una mujer está fuera de la cocina es porque está esperando que se seque el piso no era un chiste. Era una aberrante realidad. Con un agregado muy curioso: en esas épocas de casas “chorizo” gigantes con ambientes de 7 x 5 y 8 metros de alto, las cocinas eran mínimas. Casi como si hubiera algo perverso desde el momento de construirla.
De ahí venimos. Todos. Hombres y mujeres. De esa cultura en la que la mujer tenía un rol preasignado en la sociedad y el hombre no.
De ahí vengo.
De una cultura que veía a mi madre con recelo porque era “una separada”.
De ahí vengo.
No es posible que escape a ese modelo. Estoy “condenado” por la estructura patriarcal en la que nadie se levantaba de la mesa hasta que el padre decidía hacerlo. Estoy irremediablemente atravesado por ese modo de contrato social en el que la mujer tenía un primer plano en sólo un área de la vida de un ser humano. No tengo manera de concebir un mundo en el que hombres y mujeres tengamos los mismos derechos.
Repito: estoy condenado.
Bueno… no.
Soy un tipo que va a sostener que es verdad que hay “cosas de hombres”, tanto como creo que hay “cosas de mujeres”. Un tipo que va a pelear a morir cada vez que se pretenda decir que somos iguales. Un tipo que va a argumentar hasta el cansancio todos los motivos por los cuales no somos iguales y va a insistir en cuán maravilloso es que no lo seamos.
Pero eso NO se refiere a derechos.
Crié solo a mis dos hijas desde que tenían 3 y 5 años. Yo, hombre, hétero, “macho”. El que viene de esa cultura. Al que por supuesto que a pesar de que se ha peleado toda la vida con el machismo como modo de pensar, se le filtran actitudes y posturas equivocadas. Peor aún: el tipo que va a defender algunos argumentos “machistas”.
Por eso la desbordante alegría del otro día.
Porque ví que nadie está condenado por la época en la que fue criado.
Porque sentí que, a pesar de la cultura de la que vengo, puse y sigo poniendo lo mío para un mundo mejor para mis hijas.
Saben por qué?
Porque cuando vi el video con la adivinanza, tengo que confesar que no lograba descubrirla. Me quedé tildado tratando de combinar padre / padre / hijo. Y no la resolví. Tuve que ver el desenlace.
Pero cuando subí al cuarto de “m´hija la dotora” (está en tercer año de Medicina) –ésa que yo mismo crié (el hombre, hétero, “macho”)– y le planteé la adivinanza, sonrió un instante encogiendo los hombros frente a lo que para ella no era una incógnita, no había nada que 'adivinar'. Era sólo una cuestión de lógica.
Y con una increíble, maravillosa y emocionante na-tu-ra-li-dad,
en menos de 10 segundos, respondió:
La madre es la cirujana…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.