09-03-2018
El infierno son los otros.
Jean Paul Sartre
Tipo jodido este Jean Paul, pero yo lo entiendo, padre. Vengo a confesar que lo entiendo al Jean Paul. Porque le juro, padre, que trato de ser buen cristiano. Y entonces cuando leo “no matarás”, pienso “OK”. “No robarás”, también OK. Me jode un poco esto de que no puedo desear –no digo la mujer del prójimo–, pero su carro, su casa, su caballo... eso me cuesta esfuerzo.
Y le juro que lo intento pero, la verdad, ¿usted vio el auto del hijo de puta de mi vecino? Cómo hago para hacerme el boludo y no desear tenerlo yo? Pero bueno, hago constricción y me la banco...
Ahora bien, con esto de amar al prójimo como a mí mismo sí que tengo kilombo, padre. No hablo del prójimo cercano, ese que sí quiero. Mucho menos del prójimo que incluso quiero más que a mí mismo, como mis hijas...
Hablo del prójimo, prójimo. Ese que está delante de mí en la cola del bondi y se lleva el último asiento. Ese mar de prójimos que sacaron las entradas de cine antes que yo y me los tengo que bancar a todos mientras yo veo la peli desde la estratosfera, padre.
Me refiero a ese desgraciado prójimo que tiene ese jardín de mierda, tan, tan verde...
En qué estaría pensando nuestro Padre, padre, cuando dictó esta ley? Qué clase de perverso es el tipo? Me ordena que ame al prójimo como a mí mismo y después me llena de desgraciados alrededor que me molestan, padre. Realmente me molestan.
Siempre hay más de uno –nunca menos de tres o cuatro– en la cola del súper. Y no hablemos del hospital o del Banco... decenas son, padre. Decenas de prójimos complicándome la vida.
Por todos lados hay centenares de prójimos rompiéndome las pelotas, padre...
Estacionan en mi calle, se llevan mi última docena de medialunas de la panadería, los eligen para el trabajo que yo quería... Pero sabe qué es lo más grave, padre?
Sabe lo que hacen estos desgraciados? Votan a quien no quiero!
Pero qué hijos de puta que son los prójimos, padre! Qué hijos de puta!
Por eso le digo que el Jean Paul la tiene clara. Esto es un infierno, padre...
Sí, ya sé padre. No soy boludo. Tengo claro que vivo en sociedad. Ya sé... los necesito. Son el canillita que me vende el diario, el colectivero que me lleva al laburo, el ferretero de la vuelta que tiene todo lo que me hace falta en mi casa. Son el gerente del Banco que me da el préstamo, el mozo que me trae el café y el kiosquero que me vende los fasos... Y ya sé!, la puta madre... yo soy el prójimo de ellos. Soy su infierno...
Está bien, padre. Tal vez podamos negociar y encontrar formas de bancarnos mutuamente, todo este prójimo y yo. En una de ésas aprendemos a convivir y a llevarnos lo mejor posible. Sí, claro. Otra no nos cabe. Porque también le dimos bola a Dios en esto de “creced y multiplicaos” y hoy somos un montón, padre. Y es un caos el multiplicaos...
Sabe qué, padre? Si los prójimos no dejaran la mierda de su perro en la vereda, si no tiraran basura en mi ciudad, si me dejaran pasar primero cuando voy caminando y ellos en auto, quién le dice, sería más fácil soportarlos.
Tal vez si protestaran sin prohibirme pasar, si no me empujaran para subir al subte primeros, si no se colaran en la verdulería, en una de ésas, me los bancaría más.
Quizá si los que van en auto respetaran su carril, si los que andan en bicicleta no se pasaran por las bolas los semáforos en rojo y los que caminan se quedaran en la vereda hasta que tengan luz verde... qué se yo, puede que me los fume un poco más.
No me parece tan imposible convivir con todos estos molestos si no me agredieran porque me gusta otro equipo de fútbol.
Ahora, si estos prójimos empiezan a bancarse las diferencias de culto, raza e ideología política... si dejan vivir en paz a los que tienen otra identidad sexual que la de ellos... si de repente hasta se atreven a hacer cosas en conjunto... si aprenden finalmente a vivir en sociedad...
Si todo eso pasa, padre, dígale al Padre que no sé si como a mí mismo, porque me parece que se fue al carajo con semejante demanda, pero créame padre,
que voy a empezar a querer un poquito
a este prójimo en el que estoy metido...
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.