MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

23-04-2021

Que sea la muerte quien se encargue

Que sea la muerte

El amor es también una sonrisa silenciosa.

El autor

Hace unos años una amiga me contaba que estando casada y sintiéndose atada a esa relación que la intoxicaba a diario, el hermano se divorcia. Y que en aquel momento pensó: “Claro, la gente se separa”, como si hubiese descubierto esa posibilidad recién al momento de enterarse del divorcio de su hermano...

Y sí, hubo un momento en la Historia en que nos dimos cuenta que podíamos separarnos. Que el “para toda la vida” era una forma de encarar la relación y no una condena de la cual no podía zafarse hasta que fuera la muerte la que tomara la decisión.

Y progresivamente miles de relaciones matrimoniales se fueron disolviendo. La inmensa mayoría lo hicieron muchos años después de haber pasado el punto de no retorno, con todo el hastío y el pesar que eso supone.

Más o menos al mismo tiempo, y tal vez como consecuencia de este descubrimiento, el amor “a la Hollywood” con su “y vivieron felices para siempre” se derrumbaba estrepitosamente.

Algo que podría haber sido uno de los actos de salud más grandes posibles si hubiésemos aprovechado el aprendizaje que podía inferirse. Que, a mi juicio, es que lo que no existe es ese “The end” de las películas, porque en realidad, el “the end” es el principio y no el fin.

Y si hubiéramos entendido eso, habríamos comprendido que lo que veníamos haciendo como el culo era tomar el casamiento como un “ya está”, cuando en realidad, era y es, un “esto recién comienza”.

Y si recién comienza, pues tirarse en un sillón a engordar el cuerpo al mismo tiempo que adelgazamos las almas, es sin duda la peor decisión que puede tomarse.

La brutal paradoja es que al mismo tiempo que se derrumbaba Hollywood, tanto los jóvenes como los boludos grandes, parecieran haberlo comprado por completo.

Y por eso se tiene tan poca tolerancia y las parejas duran cada vez menos. Porque nadie comprendió que la muerte del amor hollywoodense era el aviso de que no es algo que se da y listo.

El amor es, por definición, trabajo. No es descanso bajo el sol. Es laburo para mantener la calidez de ese sol. Y cuanto menos trabajes, más rápido va a llegar el frío.

Ya alguna vez planteé qué significaba “trabajar”. Y que ese laburo no era más que mantener aquellas cosas por las cuales el otro era feliz con uno.

Algo tan sencillo como sería que si se daban un beso antes de ir a trabajar o si salían a cenar una vez cada tanto, mantuvieran esas “rutinas” que alimentaban la relación. E incluso, que agregaran algunas otras.

Porque dejar que “la” rutina despedazara esas otras rutinas era el comienzo el fin, del verdadero “the end” de la pareja.

Pero hay más. Aunque tal vez igual de “sencillo” de poner en práctica...

Cuando se “acaba el amor” –salvo los casos concretos de infidelidad– en general es por pelotudeces. Por la repetición de esas pelotudeces.

Él deja el fósforo apoyado en la mesada después de haber prendido una hornalla y a ella le rompe los ovarios tener que tirarlo a la basura.

Ella deja la alfombra del baño en el piso después de bañarse y a él le llena los huevos tener que levantarla cada vez.

Sin embargo, los dos usan la misma frase para quejarse:

“Tanto te cuesta?”

Una frase que, si nos detenemos un segundo a pensarla un poquito más, vale doble en ambos casos.

Porque si es tan sencillo que no cuesta nada hacerlo, qué nos impide hacerlo nosotros?

Qué hace que sea tan dramático tirar a la basura el fósforo que el tipo dejó o agacharse un instante para poner sobre el borde de la bañera la alfombra que ella nunca levanta?

Nos llenamos la boca de orgullo diciendo que aceptamos al otro con sus defectos, ésos que son notorios para todos los demás. Pero dejamos que esas pequeñas “malas costumbres” se transforman en la gota que orada la piedra hasta convertirla en arena.

Y hasta somos capaces de pelear por esas gotas.

...

Convivir, vivir con, caminar juntos es a la vez una tarea titánica y el más sencillo de los proyectos que puede ser encarado.

Alguna vez leí un cartel que una gerente de una editorial tenía en su despacho que decía que había que encarar los problemas grandes como si fueran pequeños y los pequeños como si fueran enormes.

Algo muy sabio a la hora de emprender un proyecto comercial.

Pero al tiempo de comenzar una historia de dos, deberíamos aprender a darle a las cosas la dimensión que tienen.

Porque dentro de las cotidianeidades no es lo mismo encontrar todo el baño hecho un desastre que tener que levantar la vista para ver si el rollo tiene suficiente papel higiénico antes de sentarse en el inodoro o si, otra vez, el desgraciado lo dejó casi vacío.

Ni por asomo se asemeja una mesada repleta de ollas y cucharones sucios a un solitario fosforito reposando al lado de la cocina.

Alguna vez conté que durante mi segundo matrimonio aprendí a bajar no sólo la tabla sino incluso la tapa de inodoro. Pero seguí siendo el tipo que no baja las tazas del estudio y las va acumulando sobre su escritorio.

Hace tiempo había un programa de tele en el que tres participantes escuchaban actitudes de sus parejas y tenían que adivinar quién era el que hacía esas cosas. Famosa se hizo la frase “¡ésa es mi mujer!”.

La Biblia, a la que tomo sólo como referencia literaria dice “se conocieron” cuando se refiere a que una pareja hizo el amor.

Hacer el amor (en el sentido más amplio de la frase) es conocerse. Es reconocer a ese otro con el cual compartimos la vida. Y es sonreír cada vez que algo nos recuerda que es él o ella y no otro cualquiera.

Es esa persona que elegimos nada más ni nada menos que para compartir nuestra vida.

Y hay que ser realmente estúpido para dejar que las gigantescas cosas por las cuales lo elegimos puedan ser olvidadas porque no tira la yerba del mate.

...

Y ya está? Con mantener las costumbres que teníamos al comenzar y tolerar las “gotas” del otro tenemos garantizados que será la muerte la que tenga que ocuparse de separarnos?

No, claro. Hay infinidad de variables más. Incluso muchas que no controlamos.

Pero estoy seguro de que si comprendiéramos que el amor supone trabajo, que trabajo no siempre es acción y que esas pequeñas cosas del otro son también las que lo definen, es muy probable que durante mucho tiempo ambos podamos decir “¡ésa es mi pareja!”.

Claro que para que sea la muerte y no nosotros los que tengamos que ocuparnos de separarnos,

no hay otro camino que no sea,

que lo comprendamos los dos…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.

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