MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

07-09-2018

Pedro y el arroz con leche

Pedro y el arroz con leche

Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es incurable.

Voltaire

El restaurante estaba repleto. Un domingo más de pilas de personas comiendo afuera, compartiendo el lugar aún si tener relación entre ellos.

Santiago había invitado a su mujer a almorzar y ambos habían pasado un buen rato charlando tranquilos mientras compartían la parrillada para dos del bodegón...

–Mozo! –exclamó Santiago–. Me trae un clásico?
Pedro era un mozo de raza. Treinta años de experiencia. Ni hizo falta la aclaración para que él mismo exclamara a su vez:
–Sale un fresco y batata para la cinco!

A los pocos minutos Santiago disfrutaba del “postre de vigilante” cuando, sin previo aviso, le dijo a Mariana, su mujer:
–Qué mierda hacen esos dos comiendo arroz con leche?

Mariana ya lo conocía. Había estado casada con él desde hacía muchos años y lo conocía bien. Por eso el tono cansino que usó para contestarle.
–Santiago… por el amor de Dios… otra vez con lo mismo? Por qué no disfrutás de tu queso y dulce y te dejás de romper siempre con lo mismo?
–El arroz con leche no es un postre. El arroz es comida. Y la leche es para desayunar o merendar. No se pueden mezclar –sentenció con voz de maestro tirano.

Mariana ya había pasado por esa conversación. Ya se lo había explicado treinta veces. Y la situación siempre había terminado igual, por lo que el fastidio la invadía de antemano.
–Amor… en qué te jode que coman arroz con leche, me querés decir?
–Que no es postre! Ni siquiera es comida. No entendés? –preguntó el marido con notorio enojo.

Mariana juntó toda la paciencia de la que era capaz y trató, una vez más, de hacerlo razonar.
–Santi –comenzó. Vamos a suponer que no es ni postre ni comida. Ni siquiera me interesa discutir semejante boludez. Decime de una vez, por Dios santo, en qué mierda te molesta que coman su bendito arroz con leche.
–Me da asco –refutó Santiago.
–Por? –preguntó Mariana como si no supiera la respuesta.
–Porque no me gusta, por qué va a ser? –respondió Santiago con cara de inquisidor.

Mariana suspiró. Juntó más paciencia y volvió a seguir los pasos del razonamiento que tantas veces había intentado. Trató de buscarle una vuelta, pero no la había. Cuando un razonamiento es sencillo e increíblemente lógico es casi imposible decirlo de otra manera.

–A mí no me gusta lo agridulce y acá estoy, viéndote comer queso y batata. Y no veo que me den arcadas por eso –intentó explicar.
–Pues a mí me da asco –repitió Santiago.
–Bueno… mirá para otro lado y dejate de romper las pelotas con el postre del vecino –creyó cerrar Mariana.
–Pero yo sé que están ahí! –insistió el marido.
–Santiago… la gente está comiendo correctamente su arroz con leche. No están volcando nada, ni hablan con la boca llena, ni hacen nada que pueda molestar a los demás –dijo Mariana. Hizo un pequeño silencio y agregó:
–Vos más de una vez comés tu maldito postre vigilante como un cerdo y nadie te dice nada.
–Porque es un clásico. A quién no le gusta el fresco y batata? –preguntó Santiago con pretendido aire retórico.
–A esta gente le gusta el arroz con leche!! –casi gritó Mariana, ya salida de las casillas. –Ya te dije que mires para otro lado y me dejes de romper los ovarios siempre con lo mismo. Que aparte ya sabemos cómo termina –concluyó.

Santiago mordió su postre y torció la cabeza tal como Mariana le había ordenado.

No pasaron más de dos minutos que la miró con los ojos desorbitados y ya gritando le dijo:
–Y ahora estas dos taradas se pidieron budín de pan! Ya no soporto esto. Estoy en un bodegón de barrio y hay gente comiendo arroz con leche por un costado y budín de pan por el otro? Adónde mierda vamos a ir a parar?
–La puta madre, Santiago! Cuándo carajo vas a aprender?
–Señor –interrumpió Pedro–. Lo puedo ayudar en algo?

El mozo había estado escuchando la conversación. Todo el restaurante había estado escuchándola, en realidad.

–Claro que me podés ayudar! Haceme el favor de hacer que esta gente se vaya –ordenó Santiago.
–Arroz con leche, banana con dulce de leche, paqueques quemados al Rhum, budín de pan… –comenzó a recitar Pedro.
–Vos sos boludo? –arremetió Santiago.
–…helado de gustos varios, queso y dulce, flan con crema o dulce de leche, frutas de estación… –continuó musitando Pedro.
–Qué mierda hacés, me querés decir? –inquirió Santiago completamente sacado.
–Le estoy diciendo la variedad de postres que hay en la carta de la casa –contestó el mozo.
–Y qué me querés decir con eso? Que estás de acuerdo con el arroz con leche? –preguntó Santiago amenazante.
–La verdad, no se trata de estar de acuerdo con el arroz con leche. De hecho a mí no me gusta. Yo prefiero, como usted, el fresco y batata. Es más, es lo único que como de postre –contestó sereno Pedro.
–No se gaste, Pedro. Ya se lo han explicado mil veces y no hay manera de hacérselo entender –terció Mariana.
–Qué mierda tengo que entender? Que se puede comer cualquier cosa de postre y yo me lo tengo que bancar?

Pedro era un mozo de raza. Treinta años de experiencia. Sabía muy bien cómo tratar a un idiota.

–Lo que tiene que entender es que así como usted disfruta del fresco y batata, hay gente que prefiere combinarlo con membrillo. Y otra gente que prefieren otros postres. Y que en la medida de que no joden a nadie comiendo el postre que se les cante el culo, tienen el mismo derecho a una mesa en este restaurante que el que tiene usted, mi querido imbécil, que dicho sea de paso, sí está jodiendo a los demás con sus gritos –declamó Pedro.
–Y qué carajo me querés decir con eso? –volvió a decir a los gritos Santiago.
–Que si quiere comer en este restaurante va a tener que respetar que cada uno coma el postre que quiera. Y que si no le gusta, bien puede ir a comer a la selva. No sé dónde mierda va a conseguir queso y dulce en la selva, pero ése no es mi problema –concluyó Pedro.

Santiago hizo un pequeño silencio y pidió la cuenta. Y mientras Pedro iba a la barra a buscarla, murmuró:
–Este mundo se está yendo al carajo…

...

Suena estúpido, no? Todo el cuento parece una pelotudez absoluta, verdad?

Es que si pudiéramos entender cuán Santiagos podemos ser y avergonzarnos un poquito de nuestra capacidad para pensar como idiotas tal vez, sólo tal vez, tengamos una oportunidad de comprender de qué se trata esta cosa,

tan sencilla de entender,

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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