28-03-2019
Todo capricho surge de la imposición de la voluntad sobre el conocimiento.
Arthur Schopenhauer
Queremos todo ya. Ahora. En este mismo instante. Ni se te ocurra hablarme de tiempos. Porque lo quiero ahora mismo. Sin dilación de ninguna naturaleza.
Y quiero que me lo resuelva otro…
En algún momento el tanque de mi casa comenzó a perder agua. Primero no lo ví. Después lo ví y no hice nada. Pateé de un día para el otro ocuparme del tema y finalmente hasta olvidé que estaba roto.
En algún momento el sol curtió el Recuplast de la terraza lo suficiente como para rajarlo, para agrietarlo. Y en algún momento el agua desbordada se filtró por el techo y comenzó a gotear en la escalera del living.
En algún momento le eché la culpa a la rejilla tapada y la lluvia torrencial de ese día.
Y subí al cuarto de mi hija, abrí la puerta que da a la terraza y rastrillé con los dedos las hojas y mugre que obstruían la rejilla.
Al rato dejó de gotear. Listo. Ya estaba seguro que el problema había sido ése.
En algún momento la pérdida del tanque se transformó en catarata y la gotera en lluvia dentro de mi casa. Así y todo, tardé unos días en ocuparme realmente del tema, con paliativos como abrir las canillas para que el tanque desbordara menos agua y tachos en la escalera con trapos dentro para que la lluvia no estropeara el living.
Pero finalmente me ocupé. Eliminé la pérdida del tanque.
El siguiente paso será sellar la terraza.
Y el último, arreglar el techo de mi living.
Pero para este último voy a tener que esperar a que el techo realmente seque.
Si hubiese empezado por arreglar el techo no estaría ni cerca de solucionar el problema. El real problema. El problema de origen. Que era el bendito tanque de agua.
Y hubiese puesto energía, dinero y tiempo en algo que duraría lo que un pedo en un canasto, ya que como el techo sigue con humedad, eso hubiese bastado para levantar la pintura. Si a eso le agregamos que el tanque seguiría perdiendo y el techo continuaría agrietado, es fácil comprender lo inútil que sería intentar arreglar la gotera de mi living por el camino de pasar enduido y pintar el techo.
Ahora bien. Es verdad que cuando gasto esfuerzo, tiempo y dinero en arreglar el tanque, no veo el resultado en mi living.
Cuando después gasto tiempo, dinero y esfuerzo en impermeabilizar el techo, tampoco veo el resultado.
Y encima, antes de poder poner mano a la gotera, me voy a tener que bancar el techo de mi living con esas horribles manchas de humedad que se generaron, no nos olvidemos, porque yo no me ocupé cuando debía del problema original.
Todo este relato sería una imbecilidad absoluta, un sinsentido total si sólo estuviera contando un problema personal como si a alguien pudiera importarle un pito la gotera de mi casa.
Pero el punto es que como sociedad hicimos, hacemos y seguimos haciendo las mismas cagadas que hice yo en mi casa.
No atendimos nunca las pérdidas de los tanques de agua ni las terrazas con el Recuplast rajado y hoy tenemos los techos repletos de goteras y horribles manchas de humedad.
Y qué queremos? Sacar las manchas de humedad.
Bueno, a bancarse la mala noticia: no es posible dejar de tener manchas de humedad si no paramos las goteras. Y no es posible parar las goteras si no impermeabilizamos la terraza. Y no es posible hacer eso si no arreglamos primero la pérdida del tanque.
Y toooodo eso lleva tiempo, esfuerzo y dinero. Mucho dinero, mucho esfuerzo y sobre todo, mucho, mucho, mucho tiempo.
Nadie quiere escuchar esto. Todo el mundo quiere el techo sin manchas ya. Sin asumir que así estamos porque nunca, nunca, nos ocupamos del tanque. Y lo quiere sin hacer nada al respecto y exigiendo que otro lo haga. Y el otro, político de raza, pinta el techo. Y somos tan pelotudos que creemos que el problema está solucionado. Y nos sentamos bajo el techo pintadito a disfrutar de la vida.
En poco tiempo la pintura se descascara, la grieta se abre y el agua vuelve a caer.
Y qué hacemos?
Vamos a gritar que vengan a pintar.
Y qué hace el político de turno? Pinta.
Y qué hacemos nosotros? Nos volvemos a sentar hasta la próxima gotera.
En el camino, gastamos tiempo, esfuerzo y dinero en… en nada. En estar un tiempito con la ilusión de que el techo está arreglado.
Esto no es una cuestión de gobiernos o determinados partidos políticos. Llevamos decenas de años así. Creyendo que por raspar la rejilla y pintar sobre las manchas el problema está resuelto.
Y muchos, muchísimos de los problemas que tenemos son, a mi juicio, problemas de educación. Serios problemas de educación. No hablo sólo de la que se obtiene en la escuela. Hablo de educación en un sentido mucho más amplio.
Pero nunca, jamás de los jamases –como decía mi abuela–, exigimos que arreglen el tanque.
Nunca, en la puta vida –como digo yo–, pedimos que impermeabilicen la terraza.
Porque nunca, ni en pedo, estamos dispuestos a bancarnos el tiempo que eso lleva.
Por eso no hay marchas para que se acaben las listas sábanas de los partidos políticos y engendramos una caterva de inútiles que se esconden tras el nombre del famoso que votamos. Y después nos quejamos de que no hacen un carajo.
Por eso en la puta vida nos plantamos frente al Congreso imposibilitando que los diputados y senadores salgan hasta que se reduzcan los honorarios al valor de un sueldo de un bancario con lo cual sólo quedarían los de real vocación de servicio. Y después nos quejamos de cuánto ganan.
Por eso no hay registro de una manifestación seria exigiendo cambios fuertes en el Código Penal. Y después puteamos a los jueces que se atienen a él. Y decimos que son ellos los hijos de puta que sueltan delincuentes.
Por eso en la puta vida hicimos una marcha para que el presupuesto asignado para educación sexual básica y prevención se aplicara y se hiciera efectivo. Y nos quejamos de la cantidad de embarazos no deseados que proliferan en los sectores más desprotegidos.
Y así podría seguir enumerando pilas de cosas de las que no nos quejamos, por las que no exigimos, de las que no nos ocupamos.
Nos sentamos en el Bar La Paz a filosofar sobre los sectores desprotegidos de la sociedad y cuánto nos preocupan, pero somos tan pelotudos que cuando decimos “desprotegidos” hablamos de guita, de pobreza económica. Y la desprotección, queridos compatriotas, es educativa. Es la exposición a toda clase de males que la ignorancia conlleva. Es ésa la real, brutal e imperdonable desprotección que estos sectores padecen.
Pero nunca, jamás, cortamos calles para exigir cosas de fondo. Siempre es para que pinten el techo. El nuestro, claro.
Y cada tanto, salimos a las calles blandiendo banderas de justicia social que nos hagan sentir bien con nosotros mismos y exigimos que les pinten el techo un poco a ellos también.
Y listo. Nos vamos a casa con la conciencia tranquila a disfrutar de nuestro techito recién pintado.
Somos, como sociedad, infantiles, pelotudos y caprichosos. No tenemos los huevos para hacer una huelga de hambre y entonces rompemos cosas. No nos dan las pelotas para bancarnos el proceso y exigimos todo ya, sin importarnos un carajo si va a durar poco.
Gritamos y pataleamos por la urgencia sin medir las consecuencias que siempre trae tomar decisiones apresuradas bajo la presión adolescente de una sociedad que no quiere madurar.
Mientras sigamos creyendo que los problemas económicos y sociales son de base económica, que lo que hace falta es guita para pintar el techo y que el/la hijo/a de puta de turno es el/la culpable de todos nuestros males, vamos a seguir teniendo problemas económicos y sociales.
Vamos a seguir siendo un país donde mucha gente se caga de hambre, donde cuesta un huevo progresar, donde muchos no lo logran siquiera. Un país donde la inseguridad nos acompaña a diario, donde los afanos y asesinatos están a la orden día, donde las injusticias dominan los fallos, donde las puertas giratorias de las cárceles son empujadas por violadores, asesinos y delincuentes de toda clase para volver a la calle… podría seguir.
El día que maduremos y aceptemos que nosotros no vamos a vivir lo suficiente para ver el techo pintado puede que decidamos ocuparnos del tanque de agua. Y en una de ésas, sólo tendremos que bancarnos las goteras los días de lluvia.
Y nuestros hijos podrán ocuparse de impermeabilizar la terraza y en una de ésas podrán estar en el living sin miedo a mojarse.
Y en una de ésas, quien les dice, nuestros nietos podrán sentarse en el living a disfrutar de lo lindo que está el techo,
recién pintado,
de una Argentina sin goteras…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.