27-06-2019
Allá voy, contra viento y marea. Otra vez, una misma pelea. Ni siquiera sé si vale la pena, pero tengo ganas de probar...
Las pastillas del Abuelo, Contra viento y marea
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Dedicada a Guadalupe, mi hija menor,
para que tenga algo para leer un día de miércoles cualquiera.
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–Publicá los miércoles, pa.
–Por?
–Porque es un día de mierda. Está lejos el próximo finde y el pasado ya quedó lejos.
–Y qué tiene que ver?
–Para tener algo para leer, al menos.
Fue esa charla la que inspiró la idea de reír a mitad de semana con los "Miércoles de reflexión". Un clásico para aquellos que ya los conocen. Pero antes de eso, inspiró la nota de hoy...
Al fondo de la casona en la que laburo, hay un pequeño jardín en el que tenemos una parrilla que disfrutamos –en una costumbre ya instalada– una vez por semana. Pollo, asado u ocasionalemente –los desgraciados dirían “muy” ocasionalemente– pescado que traigo de mis días de río y sol.
También tenemos un aro de básquet que nos permite relajarnos de vez en cuando apostando las medialunas del día siguiente. O el vino. O el pollo, el pan, la ensalada y hasta el helado de postre cuando nos carajeamos en nuestra faceta competitiva.
Y ahí, en ese jardín de ciudad apretadito al fondo de la casa, recostado contra la pared trasera, hay un rosal.
No es gran cosa. No es estético. Es chico y desparejo. No tiene ese aspecto señorial que los rosales saben tener. No lo han cuidado mucho y creció como pudo, buscando el sol en los ratos que pega como para poder ser alcanzado y tomando agua de lluvia con cierta desesperación, como queriendo acopiarla para los tiempos secos que le han tocado vivir.
La mayor parte del tiempo ni reparamos en él. Hasta se ha comido más de un pelotazo en esos minicampeonatos de básquet...
Pero, a pesar de todo, ahí está: incólume, estoico, de pie. Dando unas extrañas rosas, particularmente hermosas que hacen que cada tanto, alguno de nosotros lo comente.
–Qué raras son estas rosas... son increíbles –alguno dice.
Y siempre, invariablemente, alguien acota:
–Y da rosas TODO el año...
Lo cual es cierto. Absoluta y extrañamente cierto. Todo el año, a veces más, a veces menos, florece constantemente y aporta lo suyo al jardín.
Está en la naturaleza de los rosales “dar”. Cuando uno florece decimos “mirá qué lindas rosas dio este año”, pero este rosal hace de eso su motor de vida, casi su religión. Y las da todo el tiempo, contra viento y marea.
Pero lo que es casi de otro mundo es cómo se despliega cuando alguien se acuerda de él y lo poda un poco. Cuando alguno de nosotros decide “mimarlo” un rato.
Estalla. Se llena de rosas. Las despliega por días y días, en una mezcla de alegría de vivir y agradecimiento por el cariño que recibió...
Cada vez que tengo un día de miércoles, cada vez que siento que hay cosas que no valen la pena en este mundo de porquería, me acuerdo del rosal. Y ahí voy, contra viento y marea, a esta pelea constante que es vivir, sin saber si vale la pena, pero con renovadas ganas de probar...
Porque cuando Agustina me acompaña a hacerme un análisis de sangre, cuando Guadalupe me invita a cenar, cuando Sofia me llama para encontrarnos a tomar algo, me riegan, me podan.
Olvido por completo que no tengo el aspecto señorial de los padres clásicos, que muchas veces me las tuve que arreglar como pudiera para que el sol me pegara un rato y que hubo épocas en la que necesité de la lluvia desesperadamente... y estallo. Florezco. Y disfruto de darles todas las más raras rosas de las que sea capaz.
Y al mismo tiempo, corro al fondo de mi casa. Y riego y podo todos los rosales que allí hay: mi hijas & prestada, mi madre, mi familia, mis amigos y amigas, alguna mujer...
Tal vez sólo se trate de eso. De "podar" nuestros afectos. De regarlos. Y de disfrutar del efecto que eso tiene por los cuidados que les damos. Por el amor con el que los tratamos.
Porque les aseguro que cuando veo a esos rosales estallar, sea el día de la semana que sea, nunca es un día de miércoles.
Siempre,
invariablemente,
es una soleada mañana de domingo...
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.