05-04-2018
Todo lo que termina, termina mal.
Andrés Calamaro, Crímenes perfectos
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“Como te digo, también me encuentro usando la expresión “no valió la pena”, pero fijate que aun siendo que mi voto de confianza se vea diezmado con el devenir, ni ahí funciona el 'no valió la pena'. Porque no hubo pena. En todo caso hubo una inversión de tiempo y energía que siempre debe hacerse, a mi entender, porque uno así lo desea, más allá de los resultados, por el gozo del camino. Y si 'valió la pena' aun menos califica esto de pena. En todo caso valió la intuición o el atrevimiento del coraje, no sé.”
-Cyin Saad, una escritora amiga
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“No valió la pena”, solemos decir cuando nuestro matrimonio no resultó como queríamos. Como si lo que hubiésemos puesto en juego hubiera sido pena. Una boludez, como bien dice Cyin.
Pusimos energía, ganas, trabajo… tiempo. Ese tiempo que leí por ahí que cuando alguien te lo da, te está dando lo más valioso que puede darte, porque es algo que no va a recuperar.
Pero en ese tiempo que pusimos en juego, que dimos, que invertimos en ese otro, también vivimos.
Y quizás eso es lo primero que olvidamos cuando nos separamos.
Es claro que la balanza terminó por inclinarse hacia el lado negativo o no nos hubiésemos separado, pero del otro lado de esa misma balanza está todo lo positivo que hubo como para que durara el tiempo que duró.
Pero insisto, parece ser que olvidamos por completo ese otro lado y entonces vamos por ahí con el peso de haber desperdiciado ese tiempo, por habérselo dado a alguien que finalmente “no valía la pena”.
…
Estuve 4 años de novio con la que fue mi segunda mujer. Y un día, ensamblamos familia y ambos nos mudamos a la que por 5 años más fue nuestra casa y que hoy es el lugar donde vivo.
Nuestra historia empezó antes, pero el gran puntapié inicial lo dí escribiéndole esta suerte de pretendida poesía:
Algún día, quizás
Te busco y no te encuentro
pero sé que estás.
Te miro muchas veces
y sé que vos mirás.
Me escapo muchas otras
como vos escapás.
Te pienso por momentos
y sé que me pensás.
Imaginate, por un instante,
lo maravilloso del día
en que te busque y te encuentre
en que te mire y me mires
en que no escape ni escapes.
Y que no haga falta pensarnos
porque estemos juntos.
De ahí en más, la historia que sinteticé recién. Y que se puede resumir en “estuvimos nueve años juntos”.
Ahora bien. Estamos separados. Es claro que la balanza, en el algún punto del camino, se inclinó hacia el lado no deseado y terminó con nuestro proyecto.
Ese platillo se colmó de discusiones, sinsabores e irreconciliables diferencias y finalmente, hizo que la moneda cayera, como dice la letra de la canción citada, por el lado de la soledad.
Pero contra el pavimento, aunque haya quedado escondido boca abajo, está el otro lado de esa moneda.
Si me quedara con el lado que veo, si olvidara aquella poesía, el encuentro, su inicial negativa y su llamado telefónico de unos días después; si ya no recordara el romance, las risas, las charlas, la increíble intimidad… sí, claro, iría por la vida diciendo que “no valió la pena”.
Si olvidara por completo nuestras clases de canto y la muestra cantando a dúo, si ya no recordara jamás la empresa de fotografía que encaramos juntos, si ni por un momento trajera a la memoria nuestras últimas vacaciones en el Sur, mostrándole el lugar y la gente que marcaron mi personalidad actual… sí, obvio, estaría repitiendo que todos esos años fueron tiempo perdido.
Si ya no recordara los desayunos en la cama, las idas al Puerto de frutos a comprar algo para la casa, si un manto de olvido cayera sobre los días de pesca, los mates en la camioneta, las claringrillas hechas de a dos…
Si olvidara los miles de momentos absolutamente imposibles de enumerar pero grabados a fuego en mi memoria afectiva, entonces, claro, seguramente lamentaría esos años desperdiciados en algo que finalmente no fue.
Pero no olvido que fueron años repletos de besos, abrazos, risas, sueños compartidos, proyectos concretados…
No olvido 'el gozo del camino'.
No olvido nada de lo que viví con ella.
Por eso no estamos más juntos.
Pero también por eso, jamás van a escucharme decir que “no valió la pena”. Primero, porque no fue pena lo que puse en juego durante esos años. Y después, porque si hablamos de la pena porque no pudo seguir siendo, entonces “valió la pena”.
Porque como dice John Travolta en “Una acción civil”:
Si conociera todos los resultados, todos los ángulos, todas las probabilidades,
de todas formas,
lo volvería a hacer…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.