MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

19-10-2016

La comezón del séptimo año

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Nada es para siempre, pero lo que se cuida dura un poco más.

Página Una noche sin café

Estoy profundamente enamorado de mi casa. Nos conocimos hace unos cuantos años, después de un sinfín de citas con muchas otras que me decepcionaban apenas las veía, apenas empezaba a conocerlas.

Por eso fue tan maravilloso encontrarla. La vida nos juntó un domingo, casi de casualidad. Y aún cuando de afuera parecía ser como las otras, ni bien crucé su puerta comencé a conocer a la que sería como el Sol: única, vital, insustituible… y que se da una sola vez en la vida, si es que tenés suerte.

Fui recorriéndola, descubriendo los hermosos recovecos que escondía, disfrutando de sus luces y sus sombras, sintiendo la calidez de cada ambiente, respirando el aire de su terraza y me fui enamorando. Y ella vio mis ganas de cuidarla, de protegerla, de mimarla… vio que me enamoraba de ella no por su fachada sino por su alma y no pudo resistirse.

Tanto creció nuestro amor, que al tiempo decidimos vivir juntos…

Claro que cambié algunos colores de sus paredes, colgué los adornos que a mí me gustaban, hice algunos agujeros y arranqué alguna que otra alfombra. Pero jamás me metí con su estructura, porque justamente de eso es de lo que me había enamorado.

Por supuesto que yo también tuve que pintar sobre algunos colores míos y cambiar algún que otro piso sobre los que me paraba, pero –al igual que ella– mantuve mi esencia, mi alma. Y nunca dejé de cuidarla.
Llevamos siete años juntos y siempre nos conectamos desde lo más profundo de ambos y por eso, cuando cae la tarde y salgo del laburo, sonrío en silencio porque sé que en un ratito, voy a estar “en casa”. Y cuando llego, ella está contenta de verme y de compartir conmigo la cena y alguna peli que veremos después.

Y ni les cuento nuestra alegría cuando esas niñas que criamos juntos y que hoy son jóvenes mujeres, vienen “a casa” a comer asado, pizza, sushi o lo que sea…

Muy parecido a un matrimonio…

Hoy la recorrí con ojos frescos. Hay dos canillas que pierden hace meses, una en la terraza y otra en la cocina. La mampara del baño que se rompió hace un siglo sigue sin haber sido repuesta. Ese pedazo de techo que alguna vez tuvo humedad y que arreglé, quedó a medias, sin pintar. La lámpara del farol de la entrada está quemada hace más de un mes y así sigue. La baranda de la escalera necesita pintura hace ya un tiempo y el cuarto de mis hijas arreglos que sigo sin hacer…

Es que estuve muy ocupado, muy metido en mí…

Y sin embargo ella me sigue dando su calidez, el encanto de sus recovecos y los matices de sus luces y sus sombras. Su puerta blindada –para cuidar lo que está adentro– sigue abriéndose con una sonrisa para mí.

Está siempre acá, en el mismo lugar, cada vez que la necesito. Sonríe cuando canto a los gritos en el baño y me acompaña cuando lloro. Toma vino conmigo cuando cocino y se banca mis arranques de mal humor. Brilla cuando la limpio y soporta el polvo cuando no tengo ganas...

Maldición! Qué estoy haciendo? En qué clase de boludo me convertí?

Ya mismo vuelvo a cuidarla…

No vaya a ser cosa que se canse y ya no tenga arreglo.
Dios no permita que llegue el día en que ya no pueda entrar.

Porque podré mudarme a otra casa, eso es seguro.

Pero habré perdido a ésta,

la casa de mi vida…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.

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