14-12-2016
Encontré uno de mis calcetines sin pareja. Lo abracé fuerte y le dije “Sé por lo que estás pasando”. Lloramos... fue hermoso.
Anónimo
Sé lo que pasó la primera vez que estuve solo en mi vida porque mi madre me lo relató con lujo de detalles. Sólo por eso puedo contar cómo fue el momento en el que vine a este mundo...
Nací cianótico. Me costó media hora llegar. Tenía dos vueltas del cordón umbilical alrededor del cuello y cada vez que mi madre pujaba, el cordón se retraía y yo volvía a entrar al útero. Así, durante treinta minutos.
Finalmente, aquí estoy. Pero –a pesar de que no era yo el que estaba haciendo el trabajo– debo haber experimentado una profunda soledad mientras me asfixiaba cada vez más, sin entender qué mierda era lo que estaba pasando...
Menos mal. Porque si hubiese sabido que si me moría, el que se moría era yo, habría nacido blanco del pánico.
...
Para cuando tuve la edad en la que mi madre me contó lo que fue mi parto, yo ya sabía de qué se trataba la soledad. Ya me había quedado por primera vez en un jardín de infantes, rodeado de chicos y maestras, pero –esa primera vez– sintiéndome absolutamente solo. Ya había tenido exámenes en el colegio, rodeado de compañeros en la misma que yo, pero totalmente solo frente a mi hoja. Ya había tenido que encarar a la chica que me gustaba, armado del apoyo de unas amigas que me enseñaron a besar, pero solito, solito, al momento de llevar eso a la acción.
Estamos solos en este mundo. Irremediablemte solos. En algún momento de la vida nos damos cuenta de esto. En algún momento nos cae la ficha de qué significa ser “yo”.
Qué es lo primero que hacemos con la ficha? La tiramos a la mierda.
No la aceptamos. Le cargamos las tintas a la media naranja que no está y nos decimos que por eso nos sentimos solos. Porque hay algo que nos falta. Y vamos por ahí buscando ese cacho de fruta, hasta que la encontramos y nos “fundimos” con ella, ahora sí, bien completitos, nada solos.
Y muchos de estos fundidos –las estadísticas de divorcio me apoyan en esta idea– terminan sintiéndose solos, aún bajo el mismo techo. Se desvivieron durante un tiempo –algunos más, algunos menos– por completar al otro y por lograr que ese otro los completara y nada.
Trataron de seducirlo para que se fundiera con ellos intentando ser los mejores amantes, las mejores esposas, los mejores hombres, las mejores mujeres. Todo puesto al servicio de ese objetivo final: ser “uno”, para no sentirse solos nunca más. Pero no hay caso. Siguen siendo dos. Y entonces, fácil: busquemos mejor, se vé que ésta no era mi media naranja...
...
Nunca quise dejar de estar solo. Jamás. Porque cuando comprendí que yo era yo y el otro otro, dejé de querer fusionarme en una sola fruta y quise acompañar a esa naranja –completa naranja– en su vida. Y que ella me acompañara en la mía, mientras construíamos, día a día, una vida más: la que teníamos en común.
Y dejé de preocuparme por ser el mejor marido, el mejor amante, el mejor hombre.
Porque todo eso estaba garantizado si lograba ser
solamente,
el mejor compañero que ella pudiera tener...
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.