26-12-2019
No hay nada más seguro que el fracaso cuando se deja de trabajar.
El autor
Fórmula del Agua: H2O
Etanol: C2H6O
Amor: Ni la más puta idea…
Vivimos utilizando vocablos científicos a todo lo que nos rodea. Tal vez por eso, hablamos de la presión que sentimos en determinados momentos, afirmamos que tal cosa es una cuestión de peso y analizamos el tamaño de nuestros problemas.
Lo aplicamos a todo. Al trabajo, a nuestros hijos, a la política…
El amor no tenía ninguna oportunidad de quedar fuera de este lente y por eso, a la hora de hablar del tema, la frase “tenemos química” es una de las más repetidas por nosotros, los mortales. Y –salvo que estemos en quinto año del secundario– no es a qué sigue después del recreo a lo que nos referimos.
Es nuestra forma de decir que en ese encuentro con el otro, nos pasa algo del orden de (los psicólogos chochos con esto de “del orden de”) una reacción corporal. Algo que sentimos en la boca del estómago –salvo en la adolescencia, donde se registra un poco más abajo– y que de mariposas tiene poco, ya que estos bichos no tienen masa suficiente para ejercer tanta presión.
Cuando esto pasa, desplegamos nuestros conocimientos científicos y hombres y mujeres ponemos en acción nuestras fórmulas de seducción. Ese compendio de principios básicos por los cuales vamos a generar la suficiente fuerza de atracción para que el otro se quede acá, con nosotros.
Y así, poco a poco, tubos de ensayo en mano, pasamos todo eso por un proceso de destilación que nos deja, del otro lado del aparejo, el resultado buscado.
Y vivieron felices para siempre…
Hasta acá, una maravilla.
Pero una vez que arribamos al resultado y para hacernos la vida más fácil, comenzamos un fino trabajo de ir despejando variables (x) alentados por la serenidad que genera que las constantes (k) son las que pueden controlarse.
Y así descartamos las flores sin motivo, ese vestido que tanto le gusta, la cena solos sin que sea un día en particular… Dejamos de cuidar, de mimar, de contener, de estar para el otro… No más variables, no más sorpresas.
Una a una vamos eliminando las equis que –allá lejos y hace tiempo– formaron parte de la fórmula que utilizamos para obtener el resultado que deseábamos.
Y como pasa con cualquier ecuación, si empezamos a quitarle elementos vitales, todo se va a la mierda. Y lo que obtenemos, seguro, no tiene nada que ver con la idea original.
Y ahí dejamos de ser los Einstens que éramos y pasamos a ser lo boludos más grandes del planeta preguntándonos qué pasó, cuando en realidad la respuesta está ahí, frente a nuestros ojos, en esa pila de variables tiradas a la basura. Justamente las que fuimos descartando para hacernos la vida más fácil, porque –una vez más– esto de laburar todos los días… dejate de joder…
Bueno, entonces, por los principios más básicos de la ciencia, si hacemos todo lo contrario sí vamos a obtener el resultado buscado.
Laburemos todos los días para mantener esas variables y listo.
Y vivieron felices para siempre…
Hummm… no.
Parece ser que el problema es que por un lado, las XX –representantes cromosómicas femeninas– son una doble incógnita para los varoncitos. Y a la vez los XY tampoco parecemos ser muy fáciles de descifrar.
No, queridos, no hay química que nos respalde. No es una cuestión científica y menos que menos vamos a encontrar fórmulas matemáticas para esto.
Creo saber qué es lo que no hay que hacer, pero no tengo ni la más remota idea de qué sí garantizaría el resultado, si es que tal aval existe.
Vamos a tener que experimentar día a día, ajustando la fórmula todo el tiempo, tratando de conocer cada vez más al otro término de la ecuación y buscando nuevas soluciones a cada nuevo problema que se nos plantee.
Quizá estas ganas de ir descubriendo con el otro el bolonqui que es la vida sea la única variable que tengamos que mantener constante.
Y tal vez, sólo tal vez, logremos resolver la ecuación.
Y tal vez, sólo tal vez, logremos aprender a ser verdaderos alquimistas.
Esos que logren mantener viva,
contra todo principio científico,
la maravillosa química del amor...
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.