28-09-2017
Perdona mi impuntualidad. Me habría encantado haber llegado antes a tu vida.
El autor
Por alguna extraña razón, después de determinada edad, cuando uno comienza a enamorarse de esta nueva persona en nuestra vida, tiene la tendencia a pensar en qué podría haber sido, cómo podría haber sido, si la historia hubiera sido otra y la hubiésemos conocido antes. Y nos calmamos inventando que todo lo caminado fue sólo el sendero para llegar adonde hoy estamos.
Algo así como una romántica película de unas ciento ochenta mil horas (20 años, más o menos) que hoy llega al momento cúlmine. Ése en el que esos dos enamorados finalmente se encuentran...
Nos sentimos bárbaro con el otro y por eso, flor de paradoja, nos la pasamos melancólicos por el tiempo perdido. Por todo lo que no hicimos con este otro con el que estamos hoy. Por el casamiento que no fue, los hijos que no tuvimos, los momentos que no vivimos…
Y en el camino… sí, claro: en el camino no terminamos de disfrutar lo que sí estamos viviendo, los momentos que sí tenemos y vamos a tener, los planes que podemos proyectar.
Por eso hoy voy a escribirte esta carta, para el día en que vuelva a encontrarte.
Amor,
Quizás en algún momento sienta que me hubiera gustado haber llegado antes. En una de ésas en algún otro me inventaré la historia que dice que en realidad, todo lo que viví hasta hoy fue sólo el camino que me trajo hasta vos…
Pero no es así. No es verdad. Y no quiero perder ni un minuto de mi vida en pensar cómo podría haber sido. Porque sería un idiota. Porque estaría renegando de una vida que en su momento elegí, que a cada momento elegí. Y porque estaría gastando ese minuto en hundirme en la melancolía de lo que no fue y, paradójicamente, me estaría perdiendo de vivir este ahora con vos.
No me importa cómo podría haber sido. No voy a preguntarme por nuestra boda que no festejamos, los años juntos que no vivimos ni los hijos que no tuvimos...
Llegué hoy, ahora, en este momento. Con todos estos años y daños a cuestas. Con la sonrisa constante y alguna mueca de tristeza de vez en cuando. No, con las mismas ganas no. Con otras ganas. Con la experiencia que el tiempo vivido me dio, pero con un dejo de inocencia que me guardo para poder seguir dejándome sorprender por la Vida.
Llegué hoy. Con los ojos gastados y la mirada profunda. Que cala. Que habla cuando te mira. Que sabe cómo decirte en absoluto silencio todo lo que siento por el sólo hecho de que estés acá, frente a mí, dispuesta a caminar conmigo.
Llegué ahora. Curtido, tal vez hasta endurecido. Un poco porfiado, por esa ridícula sensación de creer que me las sé todas que los años me dieron, pero con espacio suficiente para que puedas entrar en esta dura cabeza y me enseñes otro modo.
Llegué en este momento. Con menos oxígeno por los años fumados, pero con el suficiente aire para suspirar a tu oído cómo me conmueve tu cuerpo, tu boca, tus ojos…
Hoy, ahora, en este momento. Así llego. Con los brazos fuertes y las manos firmes por haber levantado tantas veces tanto peso. Brazos con los que podés contar para meterte contra mi pecho todas las veces que lo necesites. Manos que podés buscar cada vez que quieras, que van a estar siempre extendidas para ayudarte cuando quieras salir, para caminar con vos, para acompañarte en tus proyectos. Pero también para pedirte que me saques, para que camines conmigo, para que me acompañes en mis planes.
No mires para atrás. No te preguntes por qué no fue antes. No tiene sentido…
Hay tanto para vivir de a dos. Incontables lugares que conocer, proyectos que cumplir, momentos que disfrutar. Pilas de charcos que saltar, muchísimas canciones que cantar, incontables carcajadas que soltar, unas cuantas lágrimas que dejar caer…
Vayamos a alguna cabaña frente al río a charlar por horas mientras cenamos juntos. Abrí otra botella de vino mientras levanto la mesa. Dejá, después lavamos los platos. Sentate conmigo y sigamos charlando. Apoyate sobre mi pecho y miremos al río.
Vení, dejame que te abrace. No sueltes nada de lo que viviste. Traélo todo y compartilo conmigo. Que yo voy a hacer lo mismo. Voy a poner acá todo mi ser. Vos poné todo el tuyo. Contame quién fuiste y mostrame quien sos hoy.
Porque yo quiero contarte quién fui,
entregarte el que soy,
y soñar con vos quienes vamos a ser…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.