21-09-2017
Te estoy tejiendo un par de alas. Sé que te irás cuando termine, pero no soporto no verte volar.
Andrés Castuera-Micher
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Dedicada a Guadalupe, mi hija menor, que partió el miércoles pasado a Nueva Zelanda a cumplir el sueño por el que trabajó casi tres años.
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No te vayas. Esperá. Quedate un ratito más. No te vayas.
Que tengo que sentirte a través de la panza de tu madre. Dejame que apoye la mano y sonría con cada patadita que das. Esperá que vea la ecografía y escuche los latidos de tu corazoncito. No te vayas aún. Que todavía tengo que alegrarme cuando el médico me diga que pinte el cuarto de rosa tranquilo porque sos otra nena...
No te vayas.
Que tengo que ordenarle al anestesista que vaya del otro lado de la camilla porque yo no me voy a mover de donde estoy, tomándole la mano a tu madre.
Esperá.
Quiero verte nacer y besarte por primera vez. Quiero llevarte a casa. Quiero verte tomar la teta, eructar y quedarte dormida. Quiero ir a cada rato para estar seguro de que seguís respirando.
Quedate un poquito más.
Todavía tengo que prepararte la mamadera, cambiarte los pañales, bañarte.
Tengo que sacarte cuatrocientas mil fotos por cada momento que esté disfrutando al verte crecer.
Aún tengo que escucharte decir “papá” por primera vez y verte dar tus primeros pasos de astronauta, tambaleante, viniendo hacia mí.
No te vayas. Quedate. Sólo un ratito más.
Que tengo que hundirme en la pileta del jardín de infantes con vos para que agarres confianza mientras nos miramos debajo del agua.
Tengo que llevarte al “Pampita” y que te pares de golpe para escucharte leer por primera vez y que “Agua” pase a ser la palabra más maravillosa de la Tierra. Y correr enloquecido el resto de las cuadras haciéndote leer cuanto cartel se nos cruce: Gas, Gallo, Cartas…
Bancá.
Aún tengo que aprender a maquillarte para el 25 de mayo y llevarte a la fiesta disfrazada de bailarina de tango. Tengo que hacerte el rodete y preparar los pastelitos de dulce de batata.
Todavía tengo que lavarte los dientes, plancharte el guardapolvos, prepararte la cena.
Pará te digo.
Tenemos que hacer los multitudinarios pijamas parties. Preparar los panchos, armar los juegos y alquilarte unas pelis de terror.
Tengo que comprarte los hamsters. Y tengo que consolarte y explicarte la muerte e ir juntos a enterrarlos en el Boulevard de Charcas.
No te vayas.
Tengo que enseñarte a andar en bici y ver cómo te alejás cuando suelto el asiento sin que te des cuenta. Y ver la carita de satisfacción que tenés cuando parás y me ves allá atrás, lejos, sonriendo.
Esperá. Un poquito más. Sólo un poquito más.
Que tengo que verte bailar en la fiesta del día de la primavera y preguntarme cuándo creciste tanto. E ir a tu viaje de egresados de séptimo y vivir esos días como un espectador en primera fila.
No te vayas.
Tengo que llevarte a tu primer día de secundario y sacarnos la forzada y vergonzosa foto con papá.
Todavía nos falta preparar tu fiesta de quince, sacar las fotos, hacer el libro de firmas, preparar los videos. Tengo que olvidarme la letra y volver a empezar a cantarte “Little by little” mientras subo la escalera del salón para traerte al centro del escenario. Esperá, que aún no te vi ponerte de novia por primera vez. Y todavía no te consolé cuando dejaste de salir con él.
Adónde vas? Esperá.
Todavía no te cagué a pedos por mentirme cuando vaya a la puerta de la casa de tu madre para que cumplas que esta noche no podés salir. Aún no te fui a buscar a Cult para traerte segura y de paso poder medir cuánto alcohol tomaste. Y todavía falta para que me digas que no me bancás más, sentadita –con cara de culo– en la mesa del comedor.
Quedate.
Que quiero enojarme el día que descubra que fumás. Y un par de años después, quiero hacer un pacto para dejar juntos ese puto vicio.
No te vayas. Esperá. Tan sólo un ratito más.
No ves todo lo que me estoy salteando? No te das cuenta de todo lo que aún tengo que hacer?
Todavía tengo que verte partir a tu viaje de egresados de quinto.
Aún me falta trabajar juntos.
Y pelear un buen rato cuando renuncies.
Sólo un poquito más.
Me tenés que contar de ese chico con el que “te estás conociendo para que eventualmente un día sea tu novio” y reírme por no entender bien qué carajo significa esa modernidad. Y tengo que avergonzarte un poco el día que finalmente lo conozca, por lo pasado de “cool” que a veces puedo ser.
No te vayas. Quedate poco más.
Tenemos que ir a Salto para ver tu cara de desesperación buscándome para que te ayude a sacar la boga que pescaste. Tenemos que cagarnos de risa del clima de mierda y resistir juntos el frío y la lluvia.
Esperá. No te vayas todavía.
Que tengo que volver a Salto con vos y Agustín y ver tu cara de guerrera peleando con el dorado. Y ni hablar de la de asustada mientras lo sostenés para la foto.
No te vayas. Quedate otro ratito.
Dejame tener la charla de tu proyecto de ir a Nueva Zelanda y poder darte todo mi apoyo…
Sí, ya sé. Soy yo quien ni bien supo que tu madre estaba embarazada de vos sintió un profundo respeto por esa otra vida que venía al Mundo. Soy yo mismo el que se mató para criarte libre, independiente, dueña de tu propia vida. Soy yo quien vive lleno de orgullo al ver quién sos como persona. Soy yo mismo quien se queda atónito al verte mujer, decidida, trabajadora, tenaz…
Soy yo quien te admira en silencio. Y soy yo el que está inmensamente feliz por ver cómo usás esas alas que siempre traté de tejerte, aún cuando supiera que cuando terminara de hacerlo ibas a usarlas para volar.
Sí, es verdad. Soy yo quien cree desde lo más profundo de su ser que ser padre es trabajar todo el tiempo, por amor, para que ese ser que es tu hija algún día pueda “irse”…
…
Está bien. Sé que tenés que irte. Llegó el momento. Es así. Y está bien que sea así.
Pero entonces voy a darte una última “orden” de padre:
Disfrutá cada paso que des para alcanzar lo que quieras en tu vida y luchá por lo que lo desees con uñas y dientes. Alcanzá todas las metas que puedas y festejalas. Llorá y duelá las que no. Y seguí caminando.
Absorbé cada cosa de la vida que te toque vivir. Corré los riesgos que creas que hacen falta correr. Pagá los precios que tengas que pagar para ser feliz.
Viví intensamente. Llenate los ojos de todo lo que veas, saboreá despacio cada cosa que pruebes, escuchá con el alma todo aquello que oigas.
Reí a carcajadas de camionera como cuando eras chica, llorá como María Magdalena como cuando te mordió el pato en el Zoológico.
Amá con pasión. Con la paradójica locura de tener los pies sobre la tierra.
Corré, saltá, bailá, cantá.
Respirá profundo cada bocanada de aire de tu propia vida.
Es una orden. Si no la cumplís, no va a haber regalo del día del niño, como aquella vez.
Te repito: Es una orden.
Que te suplico que cumplas porque así voy a poder aceptar que ya no te quedes.
Pero sobre todo, porque es la única manera en que –aún con lágrimas en los ojos– voy a ser feliz,
inmensamente feliz,
cuando te vea partir…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.