MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

08-11-2018

Antes del amanecer

Antes del amanecer

Esta noche olvidemos todo, sólo háblame de amor.

Patricia Sosa, Endúlzame los oídos

En la película que lleva el nombre del título Céline se encuentra con Jesse en ese tren que va de Budapest a Viena, lugar en el que él logra convencerla de pasar la noche juntos en la capital austríaca. Noche que usan para charlar de la vida, la muerte, el amor y el sexo. Noche que termina con un beso y la promesa de encontrarse seis meses después en el mismo lugar, sin necesidad de pasarse ninguna clase de datos personales de contacto.

Amor, hoy quiero hacer algo parecido…

No necesito ni del tren ni de Viena para eso. Me alcanza con nuestro living. Me sobra con la cena que estoy preparando desde hace un rato, mientras espero que llegues para poder proponerte nuestro “antes del amanecer”.

Apagá la luz del comedor y vení. Traé el vino al living. Cenemos acá, a la luz de las velas que puse como anuncio de una noche distinta.

Sentémonos en el piso… después ponemos a lavar los almohadones que bajé del sillón. Descalzate, ponete cómoda. Dejá colgados los kilombos del día en el llavero. Paremos juntos este tren que es la diaria y bajémonos acá, en esta “Viena” que armé para nosotros.

Dejame que te mire un rato para ir llenándome de vos bien despacio. Mirame en silencio para que pueda decirte con los ojos todo lo que siento, todo lo que vivo a diario pero que no siempre te digo.

Contame alguna anécdota que aún no me hayas contado. Dejame que te cuente alguna de las que me guardo para estos días.

Miremos junto para atrás, para repasar mentalmente de dónde venimos cada uno. Recordemos cuál fue el tren en el que nos conocimos. Riámonos un rato de los juegos de seducción que cada uno desplegó en su momento, de los nervios que sentíamos en cada encuentro, de la tensión en cada roce de aquél entonces.

Besémonos con los ojos mientras nos acordamos de aquella primera vez en que nuestras bocas se fundieron en esa suavidad inicial que degeneró en pasional lascivia, cuando mi boca recorría tu abdomen lentamente, en espera del permiso para seguir bajando.

Probá un bocado y sonreíme como premio a mi despliegue de pretendido chef. Dale un sorbo al vino y levantá la vista para clavarme esa mirada que me nubla, que me pone en ese estado de sopor parecido al punto intermedio entre el sueño y la vigilia. Dame ese mareo que no deja de sorprenderme cada vez, todas las veces. Y esa mueca que hacés por sonrisa por la satisfacción que te da saber cuánto provocás en mí con sólo mirarme.

Pensemos juntos hasta dónde llegamos. Acá, ahora, en este momento. En esta cena que habla por sí sola de lo todo lo que es nuestro.

Repasemos los sueños y proyectos que teníamos. Disfrutemos los que logramos concretar. Cada uno. Sin que medie diferencia entre los más grandes y los más pequeños, por muy tontos que puedan parecer. Duelemos de a dos aquellos para los cuales ya el tiempo pasó y finalmente no fueron. Porque otros los reemplazaron o porque simplemente no pudieron ser.

Quiero escuchar los que tenés hoy, aunque ya los sepa. Quiero contarte los míos, aun cuando ya los conozcas. Renovemos el apoyo y el aliento a esos sueños propios. Hagámoslos un cóctel con los proyectos y sueños que tenemos de a dos. Ésos que nos mantienen trabajando por nosotros. Los que no han traído hasta acá y que prometen ser los que no van a llevar más allá.

Dejame que te acomode el mechón y aproveche para darte un beso suave, cálido, de ésos que tienen más de electricidad que de química. De ésos que el calor lo da el arco que se forma antes de que nuestras bocas se encuentren. Y sonreí cuando baje la vista para espiar por tu escote mientras despego mis labios de los tuyos.

Sigamos conociéndonos. Es maravilloso cómo el tiempo nos va cambiando, cómo va moldeándonos, cómo nos va haciendo crecer. Porque eso nos da, constantemente, la fantástica posibilidad de seguir descubriéndonos mutuamente. Dejame desnudarte un poco más. Y dame ese maravilloso espacio que me das para desnudarme. Y no, claro, no hablo de quitarnos la ropa.

Quedémonos en silencio otro rato. Saboreemos la cena, el vino y el momento. Tan nuestro. Tan íntimo...

Vení cuando todavía tengas el último bocado en la boca y recostate contra mi pecho. Dejame que cruce mis brazos desde atrás. Disfrutá de ese beso mitad labios mitad mordida en el cuello.

Hagamos planes para el fin de semana mientras te acaricio el pelo. Decidamos ir a conocer y almorzar en algún pueblo al que todavía no hayamos ido. O al Puerto de frutos a comprar algún adorno o un nuevo portarretratos. O quedarnos en casa e invitar algunos amigos para compartir un rato.

No importa demasiado qué decidamos finalmente. El gozo del camino que hacemos para decidirlo me sobra para disfrutarlo. Dejame que te diga mi acostumbrado “no tengo problema” a cualquier cosa que propongas. O tener ya en la manga mi propuesta por si me decís que decida yo.

Tomemos otro sorbo de vino. Torcé la cara y dame un beso. Sigamos en el piso mientras hacemos planes para un poco más adelante. El año que viene, dentro de unos años, para muchos más adelante…

Mechemos los planes con decirnos quiénes somos hoy. Y contémonos –como hacen Céline y Jesse– qué pensamos sobre la vida, la muerte, el amor y el sexo.

Charlemos. Tengamos ese romance que tenemos cada vez que lo hacemos.

Y no te hagas problema por la hora. Que mañana vamos a encontrarnos sin tener que pasarnos ningún dato de contacto.

Tenemos toda la noche por delante.

Tenemos toda la vida por delante…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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