MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

12-11-2021

Nada mejor que un buen polvo

Nada mejor que un buen polvo

Y la risa os hará libres...

El autor

Nadie en su sano juicio se atrevería a discutir la importancia que el sexo tiene en nuestras vidas.

Y no hablo sólo de la función de “descarga” que tiene, aun cuando esa cualidad es innegable. Hablo del sexo en el sentido más profundo, en esa capacidad que tienen las relaciones sexuales de transformarse en diálogo, en encuentro, en complicidad con tu pareja…

Alguna vez ya conté que cuando trabajaba en el que entonces era el Banco de Italia mis compañeros me llamaban “Cachorro” porque era, a mis 19 años, el empleado más joven de la Sucursal 22 de esa institución.

Allí también trabajaba Horacio Di Fillippo, un tipo que tenía en ese momento 42 años y que llevaba 20 años trabajando en el Banco.

Un día, en el rato durante el que desayunábamos antes de abrir las puertas, charlábamos sobre la convivencia laboral.

–Cachorro… –comenzó diciendo–. Con vos tengo que llevarme mejor que con mi mujer.
Estallé en una carcajada sin comprender por qué decía semejante sentencia. Y siguió:
–Con vos paso más horas del día que con ella y nosotros no cogemos –sentenció.

Una segunda carcajada invadió la cocina. Pero entendí. No había entre nosotros la posibilidad de “bajar tensiones” por ese camino. Mucho menos de tener el diálogo con la piel al que me refiero al principio.

“Es verdad. Nada mejor que un buen polvo para ver la vida con otros ojos”, pensé en aquel entonces.

Tenía ya a esa edad experiencia en haber tenido días en los que me había sentido abrumado y que, después de tener relaciones sexuales, el panorama se había aclarado lo suficiente como para poder pensar con tranquilidad.

Incluso ya había tenido experiencia en pasar momentos en los que nos sentíamos distantes con la que era mi novia y habiéndonos dejado llevar por la piel, habíamos logrado encontrarnos y volver a sentirnos lo suficientemente cerca como para poder seguir construyendo nuestra relación.

Definitivamente nadie puede negar la importancia que tiene el sexo en una pareja…

Ya no tantos años atrás tenía un día de ésos. Eran épocas difíciles y había días que lo eran particularmente. Y ése era uno de los más abrumadores que había tenido en los últimos tiempos. De ésos en los que uno no sabe cómo volver a la vida.

Y esa tarde de primavera ella llegó a eso de las tres.

Café mediante, nos sentamos en el sillón de living y durante un rato me prestó su oído.

Ya en silencio, me dejé caer sobre su hombro y busqué relajarme de algún modo. Algo que por más que intentara, no terminaba de lograr.

Las caricias con las cuales me mimaba se hicieron besos. Los besos se hicieron pasión. Y la pasión hizo cama al sillón. Que no logró cumplir ese rol y vio cómo lo abandonábamos para dejarnos caer al piso.

Ambos disfrutamos sin tiempo entregados al placer hasta que ella estalló entre mis brazos.

Recién en ese momento, en ese respiro al que le seguiría que yo buscara mi propio placer, fue cuando tomamos conciencia de la hora. En pocos minutos teníamos que irnos. Y no podíamos llegar tarde.

–Tenemos que irnos en cinco minutos… –susurró en mi oído.
–Dame uno –dije, mientras la miraba a los ojos sonriendo.

Me pegué a ella y mientras nos movíamos buscando mi satisfacción, ella comenzó a hacer la cuenta regresiva.

–59, 58, 57… –comenzó.

Me reí y volví a hundirme en ella, que no paraba de contar.

–44, 43, 42… –continuaba diciendo mientras me miraba a los ojos y yo disfrutaba de la increíble sensualidad con la que hacía el conteo.

El “sufrimiento” que antecede a lo que los franceses llaman la “petit morte” (pequeña muerte) no alcanzaba a borrar mi sonrisa. Luchaba por concentrarme y a la vez no podía dejar de disfrutar del juego.

–15, 14, 13… –seguía contando. Y fue lo último que la escuché decir.

Y estallé.

Y acto seguido estallamos los dos, pero ahora en carcajadas.

–Cuántos segundos me puedo quedar? –pregunté.

Y volvimos a reír.

–Yo soy un tipo de palabra –sentencié.

Y reímos una vez más, mientras nos vestíamos a las apuradas...

Nadie en su sano juicio se atrevería a discutir la importancia que el sexo tiene en nuestras vidas. Nadie puede negar lo liberador que puede ser. Cuánto puede “salvarnos” en determinados momentos.

Y nadie puede negar todo lo maravilloso que es cuando ese sexo es intimidad con alguien que amás. Lo fantástico que es encontrarse en la piel del otro.

Pero aquella tarde de pasión adolescente no fue el sexo lo que despejó mi abrumador día.

Aquella tarde de revolcadas en el piso lo que me hizo libre y me permitió encontrarme con ella no fue el exquisito placer de su carne.

Aquella maravillosa tarde,

lo que me devolvió a la vida,

fue la risa…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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