MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

12-09-2019

En algún lugar

En algun lugar

No sé si alguien me está esperando.

Vicentico, Esclavo de tu amor

Ya en alguna otra nota (Estoy bien estando solo) conté qué tan bien me llevo conmigo mismo. Por lo cual la soledad no es un problema. Para nada.

Peeero… de ahí a decir que mejor no podría estar…

Cursaba tercer año del secundario y para el mes de mayo ya había acumulado 20 amonestaciones. Ante la segunda entrega del pack de 10 sanciones, mi madre me había dicho:
–Vos no llegás a fin de año, Adrián.

Bien. No llegué. Para septiembre ya tenía 30 (5 por arriba del límite) y había quedado libre. Una votación de profesores fue el modo en el que logré no ser echado del colegio, pero estaba al límite absoluto.

Unos días más tarde, en una controversial sanción general, finalmente quedé en la calle. Con las 13 materias para rendir libre: escrito y oral y por bolillero para decidir la unidad del programa.

Comencé a preparar los exámenes mientras me buscaba un laburo que me permitiera mantener mis gastos ya que como se comprenderá, mi madre me había “cortado los víveres” por completo.

Así fue como a mis 16 años debutaba en las filas de los laburantes y lo hacía como canillita, repartiendo “la sexta” del diario “La Razón” entre las 7 y las 9 de la noche en los domicilios del barrio que tenían abono con la parada de diarios.

En un edificio sobre la calle Membrillar, el 5to B era uno de esos domicilios que tenían contratado el servicio. Y en el 5to. A –y aquí comienza la historia– vivía Cynthia Ferraro (el apellido está cambiado porque es demasiado famoso).

Cynthia era una morocha de labios gruesos y ojos café que invitaban a navegar en la profundidad de su mirada y perderse ahí tras los cantos de alguna sirena. Y capaz de esgrimir una ternura que tocaba mis entrañas y me conmovía mucho más allá del deseo carnal que sentía por ella.

Todos los días, cuando llegaba al 5to piso, me encontraba con un cartelito en el que estaba escrita la frase “cuando vengas, vení”.

Invariablemente con “Follow you, follow me” de Génesis como música de fondo, me abría la puerta refrescándome con su sonrisa, acariciándome con su voz y su particular modo de decirme “Hola”, acentuando, estirando y dejando caer la “o” en un imaginario pocito mientras me tomaba por las manos llevándome hacia ella.

Así, todos los días…

...

No sé qué fue de la vida de Cynthia. Hoy es uno de los tantos entrañables recuerdos que alimentan mi ser. Por ella y por el regalo que me dio. Un regalo que durante todo mi matrimonio reviví día a día con la que fue mi mujer. Un regalo que aún en las épocas difíciles, o justamente, más aun en las épocas difíciles le dio a mis labios la suficiente fuerza como para sonreír.

Porque cuando sabés que alguien “te está esperando”, la vida es otra.

Cynthia era el oasis en medio del esfuerzo de laburar, matarme estudiando para rendir las materias y no repetir el año, y bancarme la soledad durante el día por no estar con mis compañeros de clase. Cynthia era la tibia arena en la que recostarme por un rato, el agua fresca en los pies, el aire libre del campo. Cynthia era, ni más ni menos que alguien que me estaba esperando.

A mis 6 años fui enurético por un tiempo. Me hacía pis en la cama durante la noche. Después de un tiempo en el que intentaba “ocultarlo” tapándome hasta el cuello, decidí hacer todo lo contrario. Y entonces, cada mañana desplegaba las sábanas como un torero y le decía a mi hermana menor desde “arriba”, en mi cama marinera: “Mirá Andrea, mirá cuánto pis!”

Creo que con la soledad estamos haciendo lo mismo. Ante la imposibilidad de ocultarla y haciendo un gran esfuerzo para que no nos joda gritamos: “Miren, miren qué bien que la paso en soledad!”. Y, tal como ese chico de seis años, pretendemos convencernos de que estar meados es lo mejor que nos puede pasar.

En la nota que cité al principio enumeré muchas de las “ventajas” de estar solo. Son las que aprovecho y disfruto en esas épocas de ser uno y no dos.

Me llevo bien con la soledad. No soy para nada un barco a la deriva y siempre tengo un destino adonde ir. Y no creo que estar enamorado sea ser esclavo del amor de nadie.

Pero nada me da más fuerza ni más serena alegría que saber que,

en algún lugar,

alguien me está esperando…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.

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