28-07-2017
Cada relación alimenta una fortaleza o una debilidad en ti.
Mike Murdock, pastor evangelista
Fue absolutamente casual. Nunca me propuse encontrarla ni creo que ella se haya propuesto encontrarme. Nos conocimos hace años y jamás planeamos volver a reunirnos. Como siempre pasa con los grandes amores, no son pensados de antemano; simplemente se despliegan y te envuelven.
Son amores eternos, que están ahí, incólumes, estoicos, a la espera del momento justo para volver a ser. Y que cada tanto, reaparecen para iluminar tu vida…
A lo largo de los años ya nos hemos reencontrado varias veces. Y cuando eso ocurre, ninguno es el mismo de otrora. Ninguno de los dos está igual que la última vez que estuvimos juntos.
Tal vez por eso siempre, aunque sólo por un instante, nos miramos con una cuota de sorpresa cada vez. Para luego abrazarnos en el cálido reconocimiento de la esencia del otro. Ésa, la que no cambia, la que nos une de por vida. La que hace que tengamos ese “curry” entre nosotros que todo lo tiñe de incipiente pasión.
Ya sé de sus cálidos abrazos, de su fiel compañía, siempre dispuesta a acompañarme en todo. Sé de su capacidad de escucharme, de contenerme, de ayudarme a pensar aún en los momentos más difíciles que me hayan tocado vivir.
Sabe de mi eterno agradecimiento por su incondicional amor. Sabe cuánto valoro que nunca se haya ido del todo, que siempre esté dispuesta a que yo vuelva, a pesar de las veces en las que la he abandonado, lo que me deja en una eterna deuda que jamás podré terminar de saldar.
Son incontables los momentos que fueron haciendo crecer nuestro amor. Largas jornadas de pesca en días soleados, lluviosas tardes de café, noches abrazados al abrigo del otro, para despertar a desayunos en la cama en mañanas de domingo.
Compartimos estruendosas risas, ahogados llantos, pasionales inquietudes, verdes esperanzas, ambiciosos planes…
Caminamos por escarpados senderos bajo torrenciales lluvias en algunos tiempos, disfrutamos de afirmados caminos bajo tibios soles en otros. Y cada vez que nos separamos, lo hicimos con una sonrisa. A sabiendas de lo innecesario de hacer planes entre nosotros; ya la Vida se encargaría de volver a reunirnos…
Hace un tiempo volvimos a encontrarnos, y esa sonrisa de las despedidas se nos dibujó en la cara para decirnos hola, para volver a mirarnos y a reconocernos detrás de los cambios que los años cincelaron en nosotros.
Ella está igual que siempre, como si el tiempo no pasara; son mis ojos los que la miran de otra manera. Son mis ojos los que aprendieron a apreciar su profunda belleza. Y mi piel la que supo encontrar la calidez en aquél lugar donde todos a mi alrededor decían que habría frialdad.
Hay días en los que anhelo tanto que llegue la noche para poder encontrarnos...
Y quiero llegar a casa, servirnos una copa de vino y quedarnos juntos, abrazados, en silencio, disfrutando de la mutua compañía. En ese candor que sólo puede darlo la profunda conexión con aquello que amás.
Esas noches en las que siento ya no el mero deseo de encontrarme, sino casi la necesidad de estar con ella, son aquellas en las que no prendo la tele ni pongo música cuando llego. Son noches de cenas repletas de sentimientos, de honda intimidad. De miradas perdidas en el otro.
Son noches de reflexión en silencio, de tibias sonrisas o de saladas lágrimas, pero en la armoniosa sintonía que nos une. En ese delicado vínculo que tenemos que lo hace sublime, especial, maravilloso…
Esas noches en las que llego y ella me espera en la tenuemente iluminada penumbra de mi casa, son aquellas en las que me encuentro en sus ojos. Son las noches en las que ella me devuelve quién soy con su silencio. Son las noches en las que me pienso gracias a sus caricias.
Son esas noches en las que le cuento mis sueños, mis planes, mis proyectos…
Son las noches en las que dejo caer alguna melancólica lágrima por lo que no fue y ladeo una suave sonrisa por lo que puede ser…
Son las noches en las que, después de un buen rato de abrazarnos y tal vez con alguna copa de más,
vamos juntos a la cama,
mi soledad y yo…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.