MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

20-07-2018

Y un día el olvido…

Y un dia el olvido

Si tú te atreves yo te juro que te sigo. Si tú me olvidas te prometo que te olvido.

Luis Miguel, Si tú te atreves

Y un día el olvido entró y se instaló en el sillón del living. Silencioso, invisible, absolutamente imperceptible a los sentidos de ambos. Se puso cómodo, respiró profundo y se dispuso a comenzar a trabajar…

Y así fue que esa noche no hubo beso antes de ir a dormir. Sólo eso faltó. Tan sólo un beso que olvidaron darse por esas cosas del paso del tiempo y la rutina, dirán algunos. Los mismos que no vieron al olvido cuando entró en sus propios hogares.

Pasaron los días y una noche él olvidó abrazarla en la cama.

Nada, una pavada.

Un día difícil en el trabajo hubiese sido la explicación si alguien lo hubiese interpelado. Sólo eso. Nada de qué preocuparse. Mucho menos algo para ocuparse.

Una tarde ella simplemente llegó de haberse encontrado con una amiga a tomar el té, sin haber mandado el mensajito previo “ya estoy yendo” que siempre iba acompañado del emoji del corazón latiendo. Y esa tarde ambos olvidaron el suave choque de labios que siempre se daban.

Algunas noches más tarde él cocinaba como siempre. Se sirvió su copa de vino y la de ella. Pero no se la alcanzó al living donde ella estaba mirando una revista sin prestar demasiada atención, en lugar de acercarse a la cocina a charlar con él mientras la cena se cocinaba, como siempre hacían.

Nada del otro mundo. Un día de cada uno por su lado. Qué mal podría hacerles? No es que alguno de los dos fuera a ofenderse.

Mientras tanto el olvido se sonreía, satisfecho. Casi regodeándose en su creciente presencia.

Alguna vez no se preguntaron por cómo había sido su día. Tan sólo se encontraron a la noche y cenaron en silencio. No hubo charla. Y encendieron la tele. Levantaron los platos y los dejaron en la bacha. Y no los lavaron. Ninguno recordó cuánto les gustaba levantarse y que todo estuviera ordenado.

Tampoco hubo beso de buenas noches ni abrazo antes de dormirse.

Una mañana ella se levantó apurada, de mal humor sin sentido, pero de mal humor al fin. Y olvidó hacer el café. Sólo se preparó un té y se fue a trabajar. Esa mañana no hubo charla, ni sonrisas, ni beso antes de partir. Un día de mal genio lo puede tener cualquiera. Nada grave.

Tiempo después, el olvido, desparramado en el sillón, veía inmutable cómo ese domingo él se levantó y se puso a terminar algunas cosas del trabajo de la mano de un café negro que calentó en el microondas, aprovechando el resto que había quedado en la cafetera de la noche anterior. No hubo tostadas, ni café con leche, ni bandeja a la cama. No hubo rato mirando tele juntos ni mañanero dominical. Ese domingo la dejó dormir.

Hubo un mes que ninguno recordó qué día era y por eso no hicieron nada especial. No fue nada serio. Simplemente no festejaron ese mes más juntos como siempre hacían… llevaban años… un mes más ya no hacía a la diferencia…

Y así, poco a poco, los dos fueron olvidando esas pequeñas cosas que eran bien de ellos, esas cosas que diariamente pintaban la cálida rutina de la convivencia con ese que amás. Esas gotas de agua que te llenan la vida, no por el volumen de las gotas sino por la constancia del goteo.

Porque así es como trabaja el olvido. No empieza por las grandes cosas. Va quitando la pelusa del sweater que te abriga el alma antes de rasgar la lana. Y por eso el frío tarda en hacerse sentir. Por eso, cuando finalmente ataca a las hebras, ya es tarde.

Y un día ya no son las flores sin motivo las que él olvida comprar ni el perfume que a él le encanta lo que ella olvida ponerse. Un día, el olvido se para del sillón y comienza a pasearse por toda la casa.

Invade las cenas y destroza las charlas, se mete en la cocina y aniquila ese rato compartido, despedaza las sonrisas, los besos en el cuello, los planes, los proyectos. A veces, hasta se mete en la cama y alguno de los dos olvida la promesa y la traición se cuela por la ventana.

El olvido se hace fuerte y va matando, poco a poco, cada memoria de los motivos por los cuales se eligieron. Golpea y golpea hasta que ya no recuerdan qué querían, qué planeaban, qué soñaban…

Abre la puerta y deja entrar al hastío, al cansancio y a la frialdad. Y aquella rutina que otrora fue un dulce bálsamo diario hoy es un cincel que descama el sólido mármol que alguna vez fue el amor que se tenían y lo deja de reducido a esquirlas desparramadas en el piso, a merced de la primera brisa que quiera jugar con ellas y separarlas.

Y un día cualquiera él se va. O ella. Da igual.

Pero el olvido se queda aún un rato más. No satisfecho con el destrozo, aún le queda un trabajo por hacer. Todavía tiene por delante lograr que llegue el momento en que ninguno de los dos recuerde por qué estuvieron juntos. Para que no reparen en que fue justamente el olvido el que los mató. Para que la siguiente vez que planeen, que proyecten, que sueñen con alguien, sigan tan desprevenidos que el olvido pueda volver a entrar sin que nadie lo note.

Por eso, amor, si te atrevés a caminar conmigo, te prometo amarte, cuidarte, protegerte, estar para vos. Te prometo flores sin motivo, risas sin sentido, intensas charlas, proyectos constantes, besos en el cuello y domingos en la cama.

Pero por sobre todas las cosas te prometo que jamás,

ni por un instante,

voy a permitirme olvidarte…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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