MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

22-04-2022

Un botón basta de muestra

Un boton basta de muestra

Si hubiese esperado la perfección nunca hubiese escrito una palabra.

Margaret Atwood

Son tiempos en los cuales cada vez nos alejamos más de la posibilidad de ser mejores por este ridículo afán de pretender ser perfectos, algo que –por definición– es absolutamente antagónico a la condición humana.

Y entre los mandatos más imposibles de cumplir que el bíblico que ordena amar al prójimo como a uno mismo, se encuentra el de no juzgar.

Como si cumplir semejante postulado fuera posible…

Juzgar, tener opinión de, es parte indisoluble de la condición de ser humano. No es posible que algo no te parezca agradable o desagradable, que algo no te resulte atractivo o repugnante.

Ayer subí un post que decía “No siempre basta un botón como muestra. Para poder juzgar, tenés que tomarte el tiempo de conocer la camisa”.

Para despejar un poco antes de entrar de lleno al tema que quiero plantear, les cuento que siempre elijo con cuidado las palabras. Y en este caso el “No siempre” no es inocente.

Porque hay veces que alcanza con un botón.

Para saber si una persona me parece linda no necesito profundizar ni un poco. La veo, me parece linda. La “juzgo” linda, bonita, atractiva. Por supuesto desde mi punto de vista, pero la juzgo, emito un juicio de valor.

Aun cuando pudiera resultarme “ni linda ni fea” estoy sentenciando algo. Estoy diciendo que me resulta intrascendente desde el punto de vista estético.

Como esa apreciación hay unas cuantas más que con un botón alcanza (a veces hasta sobra) para emitir un juicio.

Pero…

A la hora de poder hacerse una idea de a quién tenés enfrente, formarse una opinión a partir del primer botón que ves no es juzgar, es prejuzgar.

Es juzgar sin tener elementos suficientes para poder hacerlo. Es estúpido, sea cual fuere el resultado posterior. Porque pretender que alguien es mala persona porque lo primero que le escuchaste decir no te gustó es no entender la complejidad del ser humano. Pero ojo, es igual de ridículo decidir que es buena persona porque el botón que viste de su camisa te pareció hermoso.

Es verdad que nunca terminás de conocer al otro, pero también es cierto que tomarte el tiempo para verlo más allá del botón, para escucharlo más allá de su camisa incluso, va a acercarte más a la realidad de ese otro.

Y estamos en una época que la misma gente que critica a aquellos que “juzgan” es la que emite terminantes juicios de valor a partir del color del hilo del botón.

Alguien hace un chiste que involucre a una mujer, es machismo.
Una mujer reclama un derecho, es una feminazi.
Alguien se enoja, es violento.
Comés carne, sos un insensible asesino.
Que alguien se pasee con un plumero en el culo te resulta ridículo, sos un discriminador.
Un tipo se cae estrepitosamente y te causa gracia, estás haciendo bullying.

Y así es como te convertís en machirulo, hembrista, gorila o cabeza de termo a partir de… un botón.

“El día que te escuché decir que eras un pelotudo dejó de molestarme cuando lo decías de los demás”, me dijo una vez mi hija mayor.

Se refería a una oportunidad en la que le comenté que a pesar de que yo sabía que si dejaba los huevos hirviendo y subía a trabajar terminarían explotando, de todas maneras, cada vez hacía lo mismo.

Y cuando me había preguntado “Y por qué lo hacés?” le había contestado: “Por pelotudo, por qué va a ser?”.

Sólo cuando “me conoció”, cuando supo qué carga yo le daba a esa frase, pudo comprender que mis “es un pelotudo” no eran pretendida superioridad con el prójimo, que sólo eran una forma –tajante si se quiere– de juzgar un acto, un comportamiento. No a la persona toda. Y por eso podía decir de mí mismo que era un pelotudo sin que por eso yo creyera que SOY un pelotudo.

Me ha pasado más de una vez que ante un “Miércoles de reflexión” alguien –que no sabe que no son en serio– se ha enojado. Y si bien algunos han cambiado de actitud cuando se los explico, no faltaron los que persistieron en el enojo a partir de interpretar el chiste como, por ejemplo, machista.

Pero lo más grave es que cuando a esas personas les ofrezco leer, aunque sea unas pocas notas que sí son en serio, incluso en los casos en los que les incluyo el link a alguna en el comentario, deciden NO leer. Deciden NO ampliar la mirada y ver qué hay detrás del botón por el que acaban de reaccionar.

En lo personal he terminado alejándome de gente que a priori me había caído bien, pero también he terminado siendo amigo, entrañable amigo, de un Fabio que cuando lo conocí me pareció un agreta mala onda infumable, al que me tenía que bancar porque era proveedor de un servicio que yo necesitaba y al que yo le resultaba un tarado que no sabía nada del negocio del diseño gráfico y le complicaba la vida.

Por supuesto que también hubo casos en que me cayeron bien de movida y la primera impresión era la acertada. Tanto como gente a la cual le di la oportunidad de mostrarme su camisa y finalmente hacía juego perfecto con el horrible botón que había visto en primera instancia.

Pero en todos los casos me tomé el trabajo de conocerlos. De ver los otros botones, de recorrer con la mirada la camisa y de desabrocharla para ver qué había debajo.

Y una vez ahí, juzgué. Decidí si me quedaba o me iba. Elegí tener un vínculo con esa persona o decliné por completo de cualquier relación posible. Incluso hubo casos en los que no fue tan terminante la decisión y hoy son relaciones que tengo con las cuales comparto algo, pero dejando afuera algunos aspectos de mi persona.

Creo que tenemos que dejar de pretender ser perfectos y aceptar que juzgamos, que siempre tenemos una opinión.

Y parar de gastar energía en contemporáneos y ridículos mandatos imposibles de cumplir.

Pero al mismo tiempo dedicar esfuerzo en aprender a no tomar la parte por el todo y a tomarnos el trabajo de conocer más al otro antes de sacar conclusiones.

Ni grandes amores a priori, ni grandes odios por un botón.

Porque no podemos ser perfectos,

pero si aprendemos a no prejuzgar,

podemos ser mucho mejores…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.

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