MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

06-07-2018

Quién golpea a mi puerta

Quien golpea a mi puerta

Yo prefiero la montaña rusa.

La abuela a Steve Martin, en Parenthood

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No puedo negar de ninguna manera que hay aspectos hermosos, felices, plenos. Y que alguno de ellos puede acabarse en cualquier momento. Aun, si yo los cuido. Ahí radica la realidad implacable.
- Mi amiga Malvina.
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Era una noche cualquiera. O una tarde cualquiera. O cualquier momento del día. Un momento en el que ella estaba tranquila, relajada, sin demasiadas preocupaciones que atender. Y por eso el sobresalto. Por eso el susto cuando los dos golpes secos en la puerta resonaron en su living.

–Quién es? –preguntó.

Y sólo obtuvo por respuesta la insistencia en el llamado...

–Quién es? –preguntó más fuerte, intentando ocultar el hecho de que en realidad ella sabía muy bien de quién se trataba.

–Por qué me hacés esto? –dijo, cambiando el tono, haciéndolo más personal, más íntimo. Y sin esperar respuesta, comenzó a balbucear:

–Por qué me invadís con tanta angustia? Por qué, si muchas veces me hacés sentir plena, libre, feliz, ahora me inundás de dudas, de temor, de un calor que me ahoga y no me deja pensar con claridad? Por qué sos así? –siguió, olvidando su pretensión de ignorancia. –Otra vez? De nuevo vas a torturarme? No podemos estar en paz como muchas veces estamos? No podemos divertirnos como siempre? Tenés que venir con estas mierdas cada tanto? Qué perverso y oculto fin tenés para hacerme pasar de la alegría a la tristeza y de la tristeza a la alegría como si estuviera en una suerte de montaña rusa que sube, baja, se retuerce y da vueltas a una velocidad difícil de tramitar con la cabeza…

Caminaba por el living yendo de un lado a otro, rebotando en imaginarias paredes, casi sin control de su rumbo. Se sirvió una copa de vino, dio un sorbo, giró la cabeza hacia la puerta y siguió:

–Todos los días venís y se me hace imposible saber de antemano con qué te vas a aparecer. Cada vez que me relajo creyendo que estamos bien, me salís con cualquier cosa. Y te pasás días dándome disgustos. Para después, cuando ya estoy harta, repodrida, al borde de tirar todo a la mierda, volvés a mezclar y dar de nuevo y me hacés disfrutar del amor, de la honestidad, de la nobleza. No hay respiro. No hay umbral en el que pueda sentarme a descansar…

Se desplomó en el sillón y se quedó unos minutos en silencio, tratando de absorber todo aquello que ella misma estaba diciendo. Entrecerró los ojos buscando quedarse dormida aunque más no fuera por un rato, aunque más no fuera para poder olvidar la realidad por un instante.

Otros dos golpes en la puerta la sacaron del sopor que comenzaba a lograr. Dio un respingo y se puso de pie.

–No ves lo que te digo? –gritó. –No hay descanso. Me hacés reír, llorar, padecer, disfrutar… no me das tregua. Intenté pilas de veces tomar distancia, parar un poco. Y no me dejás. Todos los días golpeás a mi puerta. A cualquier hora, en cualquier momento del día. Así, de golpe. Y siempre es lo mismo. Cada vez que me acostumbro a la calma, me traés un huracán. Cada vez que me rindo a esos vientos, te aparecés con una energía que me hace pelear. Para qué mierda me das lo que me das si siempre viene con el miedo a perder? Para qué me hacés disfrutar si siempre voy a tener temor a sufrir?

Volvió a desplomarse en el sillón. Llevó sus manos a la cara y descansó su rostro sobre ellas durante unos instantes. Las paseó hacia atrás, recorriendo su pelo con los dedos, como queriendo arrastrar la confusión que presionaba su frente hacia las puntas para dejarla caer a sus espaldas.
Agachó un segundo la cabeza, para nuevamente erguirla desafiante.

–Quiero poder entender –comenzó diciendo. –Quiero poder aceptar que lo nuestro es así, pero me cuesta. Me la hacés difícil. Me mezclás melodías celestiales con disonantes sinfonías, diáfanos cielos con devastadores tornados. Me hacés pasar por templados climas y por hostiles lloviznas, por lagos en calma y embrabecidos mares. No hay nada que dure, no hay épocas que se perpetúen en el tiempo. Hay momentos en los que siento que no puedo más…

Se paró y se acercó a la puerta. Dos golpes más sonaron. Pero mucho más suaves que los primeros, como si contuvieran en el mismo impacto con la madera algo de comprensiva ternura.

Entreabrió la puerta y a través de hendija dijo con voz tenue:

–Sabés qué? Vos bien sabés que cuando pregunté quién eras yo ya sabía que eras vos. Pero de vez en cuando, necesito que seas vos quien lo diga, necesito escucharte recordarme quién sos para mí, necesito sentir que no estoy equivocada cuando, cada día, por más reclamos que te haga, finalmente te abro. Por favor, dale sentido a esta elección diaria. Hacé que cuando mañana vuelvas a golpear, yo vuelva a abrirte, a pesar de todo. Quiero poder seguir disfrutando de lo nuestro aún con miedos, quiero poder seguir gozando sin que me ahuyente el sufrimiento, quiero poder seguir caminando, sin temor a los obstáculos. Dale, juguemos ese breve juego que cada tanto necesito jugar. Hagamos de cuenta que mi pregunta es real. Por un instante, pretendamos que no sé quién sos.

Apoyó la cabeza contra la puerta, cerró los ojos y esperó.

Dos golpes del otro lado transmitieron el leve sonido a sus oídos y la vibración de la madera a su frente.

Sonrió y volvió a preguntar:
–Quién sos?

Y del otro lado de la puerta,

una voz interior respondió:

–Soy yo, la Vida...

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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