20-12-2018
El escritor debe escribir lo que tiene que decir, no hablarlo.
Ernest Hemingway
Siempre me gustó escribir. Desde muy joven. Desde que era un crío incluso, allá por mis 13 años, cuando volcaba en un cuaderno historias que se me ocurrían mientras volvía del colegio en colectivo...
Desde mis 19 años, cuando registraba las sensaciones que me invadían en aquella isla a la que fui a pasar unos días completamente solo.
Desde mis 25, cuando escribía artículos sobre política, economía y sociedad y que estuvieron a punto de ser publicados en un diario, si no fuera porque me negué a pagar un derecho de piso que me imponían en aquél entonces.
Desde mis 27, cuando dirigía la Comisión de Prensa del Centro de estudiantes de la Facultad de Psicología de la Universiad del Salvador.
Tal vez por eso, cuando hace unos años y después de haberme resistido por mucho tiempo, finalmente puse mi perfil en Facebook, volví a escribir.
...
Cada tanto muevo mi trasero hasta Maschwitz para comer algo con mi amigo Fabio y tener nuestras profundas, intelectuales y sabias charlas hasta la madrugada, en las cuales mejoramos la publicidad televisiva, le sacamos la ficha al comportamiento de las mujeres y de paso, arreglamos el mundo…
Todo esto empieza después de la segunda botella de vino, por supuesto. Antes de eso estamos demasiado sobrios para creer que alguna de estas cosas es posible…
Hace un par de años, hablando sobre mi crítica visión de las redes sociales, en particular de Facebook, le dije:
–Tengo una seria contradicción interna.
–Ajá… –fue su respuesta (sí, así de expresivo es).
–Bien sabés lo que pienso de las pelotudeces que la gente publica en Facebook.
–Sí, ya sé –se “explayó”.
–Ok. Quiero hacerme un Face que se llame “A quien carajo le importa” y publicar ahí toda clase de extremas boludeces, como que desayuné té de Camellia Sinensis con galletitas de lino o que estoy contento porque ahora me limpio el culo con Higienol Dúo y ya no se me paspa, a ver si la gente se da cuenta de que a nadie le importa si se compró ojotas con la cara del Papa o un nuevo perfume con aroma a madroño plantado durante el equinoccio de otoño.
–Hacelo –dijo el expresivo.
–Pero a la vez, hay cosas que me gustaría decir, que me gustaría escribir…
Pitó el cigarrillo, inundó su entorno con el humo dándole un aire místico a su barba que transformaba la cocina en una suerte de templo, se acomodó los anteojos como presagio de su inminente discurso, y sentenció:
–Hacé las dos cosas…
Por eso en un principio escribía bajo ese nombre, porque aún cuando para mí pudieran ser cosas importantes, lo que yo pensara o sintiera con respecto a lo que me emociona, lo que me enoja, lo que me hace sonreír, no sabía, realmente, a quién carajo podría importarle…
El tiempo hizo que aparecieran muchos a quienes sí les importaba y mi blog creció.
Las políticas de publicaciones de Facebook comenzaron a dificultarme la promoción de la página porque la palabra “carajo” no estaba entre las que la red me permitía usar.
Pensé, con la ayuda de amigos y familiares, un nombre que quisiera decir lo mismo, que conservara la idea de que no soy nadie que pueda erigirse en dueño de verdad alguna. Y así surgió “Monólogos de un hombre cualquiera”.
Porque eso es lo que soy. Un tipo cualquiera que vuelca en letras su humanidad toda y la propone como un espacio para que el lee pueda identificarse, cuestionarse, emocionarse, reírse y enojarse conmigo.
Y por eso no hay orden en los temas. Porque la vida de un tipo cualquiera, como la de todos, no es ordenada.
La vida es un maravilloso caos.
Y a ese caos es al que los invito a sumergirse
a través de éste,
mi primer libro...
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Sin pasaje de regreso
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.