11-04-2017
Tengo que decirte adiós, en silencio y sin nombrarte…
Sandro, Es el amante
Ya no recuerdo cómo y cuándo nos conocimos, pero tengo grabado en mi memoria el primer día en que te tuve, esa lluviosa tarde en la que –escondidos del mundo– te recorrí con mis dedos suavemente hasta que me animé a encender la llama por la que ambos clamábamos y te besé... te besé con toda mi alma...
Intenso, apasionado. Así fue ese primer beso. Y fue instantáneo el impacto que causaste en mí, en lo más profundo de mí, haciéndome tambalear mareado por la conmoción que ese primer beso generó en mi cuerpo. Sentí que me faltaba el aire, que me iba a ahogar. Pero ya no pude parar de besarte cada vez más apasionadamente.
Te fuiste metiendo en mi vida de a poco, cada día más, hasta casi hacernos uno, y un día ya no pude concebir mi vida sin vos. Llegaste a ser parte de mi ser, en un amor que nos fue fusionando al extremo de casi no saber dónde empezaba uno y terminaba el otro.
Estuviste ahí cada una y todas las veces que te necesité. Sólo con estirar la mano hacia vos bastó, cada vez, para poder contar con esa química que hace que me calme con sólo saber que estás, que te tengo.
Imborrables recuerdos me inundan cada vez que te pienso. Salvo por aquella corta época en que nos separamos, ésa en la que sólo Dios sabe cuánto te extrañaba, todos los momentos de mi vida, absolutamente todos, tienen un poco de vos.
En todos estuviste, en todos fuimos dos.
Es que mi amor es tanto que nada logró detenerlo, nada pudo impedir que siguiera creciendo hasta convertirse en vicio, en una necesidad constante de tenerte, de saborearte, de sentirte hasta lo más profundo de mi pecho en cada beso.
Pero hace tiempo, amor, que ya no siento lo mismo...
Hace ya mucho que el dolor es más grande que el placer de sentirte. Desde hace años que siento que te llevás un poco de mi vida en cada encuentro, arrancándomela así, poco a poco, casi sin que me de cuenta.
Ya no disfruto esos besos como antes… o sí… pero después me invade la amargura de saber que nunca debería haberte dejado entrar en mi vida, nunca debería haberte dado ese primer beso que me condenó a ser tu esclavo para siempre…
Por eso voy a dejarte…
Entiendo que no me creas. Son tantas las veces que te dije que lo nuestro estaba terminado que comprendo tu sonrisa, esa sutil mueca que desmiente lo que está leyendo.
Quizá te lleve un tiempo aceptarlo... pero esta vez es definitivo... esta vez voy a dejarte para siempre...
No quiero más esta vida... no quiero seguir siendo tu esclavo...
No hay reclamos. Fui yo quien te eligió. Pero llegó el momento en que cada uno siga su camino. Yo, buscando vivir mejor. Y vos… vos enamorando a otros, como siempre hiciste.
Por eso te escribo esta carta. Para que sepas que –a pesar de todo– valoro todo aquello que me has dado. Y para que entiendas por qué hoy, en esta lluviosa tarde, sólo quiero decirte una última palabra:
Adiós,
mi querido cigarrillo…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.