14-03-2019
Porque puedo soñar para verte y tenerte aun sin soñar
Abel Pintos, La llave
No lo dudes ni por un instante. Nada de esto pasaría si no lo fueras. Cada cosa que voy a decirte se apoya en este principio. Que tenías que ser mina.
Así que nada quiero escuchar acerca de que la frase es machista, que yo no he logrado evolucionar, que vivo en el siglo pasado o cualquiera de ese tipo de sentencias pretendiendo discutir una verdad irrefutable…
Porque tenías que ser mina para que esos ojos que se esconden tras los mechones de pelo que caen sobre tu cara me controlen de la manera que lo hacen, llevándome hacia vos sin defensa alguna y tragándome en el abismo de tu ser, calmándome cuando la angustia me invade al hacerlos sonreír como sólo vos sabés hacer. Esos ojos que me prenden fuego con sólo bajar las persianas de tus párpados tan suave, tan tenue, tan sutilmente que mi conciencia apenas puede percibir que sos vos quien está encendiendo mi deseo. Esos ojos que me hacen sentir en puerto seguro cuando brillan de alegría cuando llego.
Tengo razón. Ni te atrevas a discutirlo.
Porque tenías que ser mina para poder desplegar dulzura por los poros, haciéndome sentir la calidez que sólo se siente cuando uno está en casa, cuando uno descansa en ese lugar en el mundo en el que no le preocupa estar desprotegido, indefenso, expuesto.
No hay otra explicación posible para semejante fortaleza casi oculta entre la ternura que tus manos dibujan en mi cara cada vez que me tomás por las mejillas. Mismas manos capaces de cincelar esas aristas que mi retorcida personalidad tiene, esculpiendo cada día un mejor hombre, una mejor persona, un mejor ser humano con cada repujo.
No, no hay duda. Tenías que ser mina.
Porque es la única explicación para que puedas doblegarme con tu inteligencia cada vez que la porfía se adueña de mi ser y nubla mi razón. Esa inteligencia con el componente emocional que las mujeres tienen potenciado, desarrollado al máximo exponente, lo que permite que jamás viva ese doblegarme como una derrota y que esté agradecido por cuánto siento que crezco en cada contienda en la que me sometés.
No tuerzas la cara. Porque tengo razón. Toda la razón.
Porque tenías que ser mina para que ese vientre capaz de engendrar vida te dé esa profunda empatía con los demás, esa exquisita sensibilidad que me invita a desplegar la mía, que me saca del frío con el que muchas veces percibo este mundo hostil y que redefine todo aquello que me hace sentir bien conmigo mismo como persona.
Ya te dije, ni te atrevas a discutirme.
Porque tenías que ser mina para que con semejante fortaleza interior, puedas dejar que te proteja, que te cuide, que sea yo quien pone le pone el pecho a las balas. Esa fortaleza que sacás a relucir cada vez que alguna de esas balas me hiere y soy yo el que necesita ser protegido.
Tenías que ser mina, no hay otra.
Sólo así se explica tu empuje, tu perseverancia, tu rebeldía frente a todo lo que no está bien en este planeta. Sólo así se entiende la irreverente sonrisa con la que encarás tus peleas y el descaro casi impío con el que andás por la vida. Que me deja absorto, con una sonrisa idiota dibujada en la cara las veces que te veo disfrutar un logro y compartirlo conmigo.
Claro que tenías que ser mina.
Porque es la única manera de explicar cuán hembra podés ser en la lujuria de la cama, qué hermoso animal podés ser en sillón, sobre la mesada de la cocina o en el piso, que despierta en mí el perverso deseo de poseerte. Y qué embriagante fémina podés ser al mismo tiempo, que tiernamente me obliga a ser yo el esclavo de tu lascivia.
Te queda alguna duda? Ni lo pienses. Ya te dije que tengo toda la razón.
Porque tenías que ser mina para que pueda sentirte conmigo todo el tiempo y disfrutar de andar por ahí sabiendo que no estoy solo, que una compañera camina conmigo, que me espera en casa como yo la espero otras veces.
Tenías que ser mina para que yo me coma el mundo por saber que me elegís cada día. Por mí y a pesar de mí. Con mis defectos y mis virtudes. Con todo aquello que reconozco en mí como bueno y todo aquello con lo que me peleo a diario.
Por supuesto que tengo razón.
Porque tenías que ser mina para que yo disfrute la charla y el silencio, las risas y las lágrimas, las alegrías y las tristezas. Y pueda vivirlas a todas como parte de la vida, esa vida repleta de colores que sólo una mina puede pintar. Y pueda tirarme bajo el cálido sol de tu sonrisa a disfrutar la brisa de tu aliento.
Qué me mirás así? Si no hay nada que puedas rebatirme.
Porque tenías que ser mina para ser tan maravillosamente hormonal, dulcemente intempestiva y exquisitamente caprichosa, dejándome a mí el infinito placer de dominar las hormonas, aplacar las tempestades y satisfacer los caprichos.
Tenías que ser mina. Qué otra cabe?
Es el único camino para comprender que yo pueda ser adulto y niño, gastado e inocente, protector y protegido y pueda sentirme hombre todo el tiempo.
Y es la única manera de entender por qué puedo sentirme increíblemente libre cada vez que decido declararme,
a corazón abierto,
absolutamente esclavo de tu amor...
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.