MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

28-04-2017

Reflexiones de un perdedor

Reflexiones de un perdedor

A los que me odian sin haberles hecho nada, creo que llegó la hora de darles un motivo.

Página Merlina ácida

Tal vez estaría bueno. En una de ésas, darles un motivo para que me odien a aquellos que lo hicieron sin razón alguna, tendría su cuota de satisfacción. No lo sé. Pero no es mi estilo. Me gusta más reflexionar al respecto y ver a qué conclusión puedo llegar.

Alguien dijo alguna vez, hablando de mi persona y como sentencia a partir de su sabiduría de vida y su particular escala de valores:
–Es un perdedor.

Sí, claro. Me rompió las pelotas. A nadie le gusta que lo insulten gratuitamente.

Pero me he puesto a pensar y creo que tenía razón. Se ve que la tipa la tenía clarísima. Su experiencia de vida capitalizada durante los años que lleva en esta Tierra le permite sacar certeras conclusiones a partir de su brillante discernimiento.

Porque cuanto más lo pienso, más razón veo que tenía.

Me he pasado la vida perdiendo…

He perdido horas de sueño participando en el cuidado de mis hijas cuando recién habían nacido. Pilas de horas en darles la mamadera, cambiar pañales, pasear por el cuarto con ellas en brazos para que la madre pudiera dormir. Ni hablar cuando la vida me puso a criarlas solo. He perdido tiempo de mi vida en cocinarles, lavarles la ropa, planchárselas. Durante los primeros años de su infancia, horas gastadas en bañarlas, sacarles los piojos, secarles el pelo, hacerles la colita del pelo, preparar el desayuno y llevarlas al colegio.

Tiempo tirado a la basura en ir, de supermercado en supermercado, todas las mañanas, todas, en busca de las ofertas del día para poder darles la mejor alimentación posible en una época en la cual yo “perdía” peso por comer sólo dos peras por día con el único fin de que la tarta de atún que les había cocinado durara dos comidas en lugar de una.

Miles de minutos derrochados irremediablemente en ir a cuanta excursión organizaran el colegio y el jardín. Y unas cuantos más en ir a todas las reuniones de padres. Ni hablar de las horas de mi vida irremediablemente perdidas en ser miembro de la cooperadora.

Han quedado en el camino pilas de momentos despilfarrados en ir a buscarlas a la salida y tomar la leche con ellas todos los días. En juntarme con mi prima un domingo a la noche para aprender a maquillarlas para el acto escolar del día siguiente. En vestir a una de tanguera y a la otra de dama antigua, después de haberme levantado a las 5 de la mañana para hacer los pastelitos para que llevaran al colegio por el 25 de mayo.

Noches malgastadas en multitudinarios pijamas party con 19 pendejas desparramadas en el piso de mi casa, moviendo la tele, consiguiendo colchones prestados, preparando juegos y alquilando pelis para que se entretuvieran.

Muchísimas horas de sueño absolutamente perdidas en llevar e ir a buscar a mis hijas, incluida mi “prestada” (hija de quien era mi mujer) a los boliches, allá, en sus primeros pasos de sus respectivas adolescencias.

Más horas malgastadas, como buen perdedor, en ir a tomar algo con ellas, de a una, para charlar en privado de lo que necesitaran charlar. Otras tantas tiradas a la basura, charlando con las tres juntas durante la cena por ser tan estúpido al prohibirles usar el celular durante ese rato.

Y en el amor… aaah, ahí sí que he sido un perdedor absoluto. No hay calculadora que pueda contabilizar las horas despilfarradas en tratar de hacer feliz a la que era mi mujer, en acompañarla en todo, absolutamente todo. Pilas de momentos diluidos en amarla profundamente, en admirarla, en respetarla, en escucharla. En cambiar en todo lo que he podido para mejorar nuestro matrimonio. En matarme para hacerla reír, en ponerle el pecho para que se apoyara en sus momentos de mierda.

Ni hablar de los momentos desperdiciados después de separarme, sin rencores, manejándome en lo económico y en lo humano como nadie. Y durante mucho tiempo, poniendo el pecho aún cuando ya no recibía nada a cambio… la puta madre! Qué pedazo de looser…

No, obviamente esta mujer la tenía re-clara. Quién, estando en sus cabales, va a querer semejante perdedor como yerno?

Es evidente que llevo el gen del perdedor en la sangre, porque hoy sigo gastando tiempo en mis hijas, incluida la prestada, cada vez que amaso pizzas en casa para juntarnos a pasar un buen rato.

Qué perdedor, Dios mío… cuánta razón tenía esta mujer… cuánto tiempo pierdo en apoyar a mis hijas en sus cosas… y con la prestada, que “ni siquiera” es mi hija… qué boludo… hace años que estoy separado y todavía despilfarro mis horas en ayudarla con la facultad hasta las dos de la mañana? En encontrarme con ella para aconsejarla en algo en lo que me pide ayuda? O peor… “sólo” para saber de su vida?

Y en el amor… no hay caso: ahí sigo siendo un perdedor absoluto. Hoy le doy a una mujer tiempo, espacio, paciencia, comprensión… lo que necesite… un boludo… no hay caso… no debe haber en la Tierra perdedor más grande que yo.

Pero lo peor de todo, lo más siniestro, lo que me hace el rey de los perdedores, es cuánta felicidad me da perder mi valioso tiempo en todas estas pavadas…

Porque lo disfruto tanto, tanto, que quiero vivir muchos años más para poder darle lo mejor de mí a la gente que quiero, trabajando todos los días para ver si logro llegar al maravilloso punto en que,

cuando me toque irme de este mundo,

lo haya perdido absolutamente todo…

Ah… vos hablabas de guita?

Puta madre… por eso nunca nos entendimos…

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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