MONÓLOGOS DE UN HOMBRE CUALQUIERA

24-04-2017

El amor de mi vida

El amor de mi vida

El problema es que crees que tienes tiempo.

Buddha

Hace un tiempo, en un día absolutamente soleado, caminaba por el cementerio de la Recoleta, disfrutando de la arquitectura y de las interesantes historias detrás de los mausoleos, cuando me topé con aquél guía que me había llevado hasta la cúspide del Uritorco en la que tuvo lugar el intempestivo monólogo de X-man. (Ver A solas con X-man).

–Qué hacés por acá? –le pregunté.
–Busco interesados en un nuevo tour que estoy organizando para conocer a la Parca.
– No jodas –dije, no sin una cuota de inquietud. Porque si este tipo tenía contactos con el Todopoderoso, no había nada que no pudiera conseguir.
–No jodo... querés sumarte?
–Pero volvemos, no? –quise asegurarme.
–Pero sí, hombre. Es ella la que quiere charlar.

Unos días después, me puse mi peor jean, mi remera más gastada y nada de Nike trackers: unas alpargatas bien raídas. No es cuestión de correr el riesgo de seducir a la estanciera de los campos de tinieblas, no?

Me compré una pistola de agua, pasé por la iglesia, la cargué con agua bendita y la enfundé en una cartuchera de cowboy que tengo de cuando era chico. Ahí mismo, le mangueé un crucifijo al cura y me lo colgué del cuello como Liam Neeson en “Pandillas de Nueva York”. Por las dudas, qué se yo...

Y así, con el cagazo que supone saber que te vas a encontrar cara a no cara con la Muerte, volví hasta donde me esperaba mi guía, ahí mismo, en el centro del cementerio.

Me saludó con una palmadita en la espalda para tranquilizarme, y me guió por unas escaleras que descendían escondidas detrás de la tumba de un desconocido hasta una profundidad tal que ya nada quedaba de la luz del sol.

Frente a mí se abrió una gigantesca puerta de dos hojas, de ésas que arriba son curvas, mientras por el rabillo de mis ojos veía cómo mi guía se quedaba charlando con los dos tipos de traje y anteojos oscuros, con aspecto de agentes de la CIA, que cuidaban celosamente la entrada.

Sorpresa, nada de tinieblas...

Sí algunas lámparas de luz cálida ubicadas estratégicamente para que el ambiente fuera digno de una película romántica. Paredes de ladrillo a la vista servían de marco contenedor de un gran hogar a leña. La madera oscura del extenso piso sólo era interrumpida por una alfombra beige clarito ubicada frente al fuego, sobre la cual descansaban dos sillones de color bordó intenso.

Y allí, recostada con el codo sobre el apoyabrazos derecho de uno de los dos sillones, había una mina. Tacos aguja de zapatos negro brillante, cruzada de piernas de manera tal que podían verse sus torneados muslos. Subí con la mirada por sus piernas, que desaparecían muy poco después de las ligas de sus negras medias, dando paso a la brusca entrada de su cintura. El encaje del centro del vestido, partía de entre sus senos y llegaba hasta debajo del abdomen, ahí donde comienza esa pendiente de las mujeres que termina en el pubis, entre sus piernas.

Ni Angelina Jolie tiene los labios que tenía esta mujer, que me sonreía con la boca apenas entreabierta, dejando ver sus blanquísimos dientes que resaltaban por el morado violáceo de su lápiz labial.

Cuando pude llegar a los ojos, creí que iba a ahogarme en la profundidad del celeste oscuro semiescondido entre sus azabaches mechas que caían desprolijas sobre sus arqueadas pestañas.

“Si esto es lo último que voy a ver antes de morir, está bien, piolita, como dice mi hija mayor”, pensé, mientras miraba a ambos lados, en espera de la hoz que sesgaría mi vida, a pesar de la promesa del pelotudo mentiroso del guía.
–Ponete cómodo –susurró.
–O... key –balbuceé.

Y sin más, le pregunté:
–Dónde está?
–Soy yo...
–Naaa... no puede ser –contesté.
–Aggghhhh... qué boludos son ustedes los mortales. Nunca entienden nada... lo que estás viendo no es real, estúpido. Es sólo la forma que tiene tu ratonera y cuadrada cabeza de  tramitar semejante belleza en nada más ni nada menos que la Muerte. Si fueras mina estarías viendo a Brad Pitt o a Johnny Depp, seguramente.
–Pero...
–Te explico –me interrumpió. –Por alguna extraña razón ustedes se la han pasado desperdiciando las cosas que X-man les ha dado. Y mi existencia no es la excepción.
–De qué carajo me hablás? –pregunté, y al instante temí que me arrancara la cabeza sin más trámite, por el sólo hecho de ser tan soberbio como para hablarle así.
–Ustedes me pintan anoréxica extrema, jodida, con esa sotana de porquería con capucha, como si fuera un chorro escondiendo la cara. Y cuando imaginan una sonrisa, piensan en el Guasón. Me imaginan llevando una hoz en lugar de una cartera. Todo porque, para empezar, creen que mi trabajo es sacarlos de este mundo. Y ahí es donde son todo lo contradictorios que pueden ser. Dicen por un lado, que X-man te da la vida y que Él te la saca, y por el otro, me cargan el fardo a mí.
–Y no es así? –pregunté.
–No, amor... yo estoy en este mundo para otra cosa. El que decide cuándo te vas es el Hombre, no yo. A mí me puso en esta Tierra para el mientras tanto, no para el final.

No me animé a preguntarle qué carajo había fumado porque con la Parca no se jode, por muy sexy que fuera. Y la dejé seguir.

–Yo estoy acá para que no se olviden que existo, para recordarles que no son eternos, para que traten de valorar el aire que respiran, porque no van a estar acá para siempre. Pero creo que le tienen tanto miedo a vivir, tanto, que me cargan el paquete a mí y en lugar de aprovecharme, se la pasan huyendo, esquivándome, tratando de no verme, no vaya a ser cosa que tengan que revisar su mientras tanto y se encuentren con que lo están desperdiciando...

Me quedé un rato en silencio. En un profundo silencio.

Finalmente me decidí y le tendí mi mano. Ella hizo lo propio con la suya y mientras se incorporaba, sonrió y me tomó del brazo. Subimos juntos las escaleras, hasta que el sol recuperó su reino.

Y desde entonces la llevo colgada del brazo.

A pesar de eso, cada tanto me olvido de ella, como nos pasa a todos.
Y entonces me da un suave beso en el cuello y me conmueve, recordándome que ahí está, pegadita a mí. Incluso alguna vez necesitó darme una patada en el culo y me atropelló un auto en la Panamericana...

...

Estoy profundamente enamorado de “mi” Muerte, absolutamente comprometido con ella, hasta el día en que, paradójicamente, sea “la” muerte quien nos separe.

Mi Muerte es mi prometida y, sin duda, el amor de mi vida.

Porque es gracias a ella que disfruto,

intensamente,

de este mientras tanto que es el aire que respiro...

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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.

El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.

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