28-04-2022
En la vida, a diferencia del ajedrez, la vida continúa después del jaque mate.
Isaac Asimov
Muchas de sus historias comenzaban encendiendo un cigarrillo. Lo más probable es que fuera así simplemente porque mucho era lo que fumaba, pero a él le gustaba creer que ese encender escondía alguna forma de magia y que era el humo de la primera pitada el que generaba la historia.
Por eso aquella noche en el pub de Mar del Plata del que era encargado, lo primero que hizo al verla entrar fue manotear el atado y encender uno...
Era la segunda temporada durante la cual manejaría Juan Salvador –tal el nombre del pub– y, después haber viajado todos los fines de semana durante el invierno, había planeado eventos para promocionar el lugar.
Por eso ella no entró sola. Porque era la cantante de un grupo de música Country con el cual iba a reunirse para organizar el recital.
Durante el verano anterior, un fugaz pero intenso amor de verano había terminado en un abrupto “jaque mate” frente a la reaparición del ex novio de la mujer que había conocido.
Tal vez por eso lo primero que pensó cuando se encontró con lo difícil que le resultaba quitarle los ojos de encima a esta nueva mujer fue “No quiero más Lola. No otra vez”.
De pelo castaño, ojos color caramelo y labios gruesos, tenía un aspecto que oscilaba entre salvaje y cándido, con una mirada tierna que chocaba con una boca casi perversa, lo que la hacía abrumadoramente sensual.
Los afiches y volantes para promocionar el recital, apilados sobre la izquierda de la barra, escondían parte del rostro de ella que, callada mientras el guitarrista contaba cómo sería el evento, tampoco dejaba de mirarlo, haciéndole casi imposible prestar atención.
Después de un rato durante el cual se pusieron de acuerdo, los cuatro integrantes del grupo fueron hasta una mesa para tomar algo y charlar entre ellos.
Ella aún le sostenía la mirada desde la mesa cuando él, aprovechando su amistad con el bajista, lo había detenido al momento en que éste iba al baño para decirle:
–Man… repetime cómo va a ser todo porque no escuché ni la mitad.
–Y ya sé el motivo –contestó Darío con una sonrisa burlona.
–Es divina –dijo él, en un tono de voz que parecía estar confesando un pecado.
Desde la mesa al lado del ventanal que daba al enorme parque, una sonrisa de ella rompió la seriedad con la cual venían mirándose y él encogió los hombros en un intento de que comprendiera que no podía con esto, que estaba fascinado, pero que no lograba hacer movida alguna.
Nada sabía ella del dolor que él había vivido el verano anterior. Cómo iba a saberlo?
Horas más tarde el guitarrista y el baterista partían hacia el hotel y Marina, tal el nombre de ella, se acercaba a la barra, momento en el cual él… encendió un cigarrillo.
–Darío quiere levantarse a la morocha de allá –dijo señalando la mesa en la cual podía vérsela junto con dos amigas más.
–Y qué quiere que haga yo? –preguntó.
–Darío, no sé. Yo quiero que me prepares algo rico para tomar –lo descolocó.
Con el hombro apoyado sobre la gran columna de madera de la barra, sentada en una de las altas banquetas, jugaba con los posavasos como si estuviera mezclando cartas, mientras él pasaba música y atendía a los mozos que venían con los pedidos.
Así y todo, el constante movimiento de la noche no parecía lograr interrumpir la progresiva desnudez con la cual charlaban. Hablaron de sus sueños, de sus proyectos, de sus miedos, como si se conocieran.
En algún momento de la noche perdieron de vista a Darío. Se había ido con las tres mujeres de la mesa sin avisar. “Sin interrumpir”, diría Darío al día siguiente.
Sólo quedaba una mesa ocupada en un rincón, con una pareja que, abrazados, contemplaban el mar que podía verse más allá de la ruta que separaba el parque del acantilado.
–El sábado cantamos acá y el domingo a la tarde nos vamos a Pinamar. Y la semana siguiente a Villa Gesell –anunció.
–Ah... –fue todo lo que atinó a decir, sin la más mínima sospecha del desparpajo con el cual ella completaría la frase.
–Cualquier cosa que pueda pasar entre nosotros tiene que ser mañana viernes –dijo sonriendo.
–O hoy… u hoy –tartamudeó él.
Ella apoyó los codos sobre la barra, estiró las manos y lo llevó hacia ella tomándolo por las mejillas. Y él la tomó por la nuca y enredó sus manos en su desprolijo pelo.
Ninguno de los dos acertaba a comprender la increíble ternura de ese beso. Ninguno de los dos esperó que la puerta de entrada a la sensualidad desplegada un rato más tarde entre las sábanas iba a ser tan cálida, tan delicada, tan dulce.
Ambos rieron cuando, dejándose llevar por el momento de encuentro, intentaron abrazarse, olvidando por completo lo imposible que resultaría teniendo la barra del pub entre ellos...
Desayunaron en el enorme balcón terraza tan sólo unos minutos después de la salida del sol. Y pasaron juntos el día hasta el momento en que llegó el horario en el que debía comenzar a organizar todo para una noche de viernes y Darío vino a buscarla para llevarla al hotel en el que el grupo estaba parando.
Y al día siguiente, mientras ella cantaba y él encendía cigarrillos desde la barra, un baile de sonrisas mutuas se desplegaba entre ellos.
Sonrisas que, una vez terminado el recital y ya ambos sentados en un rincón del parque bajo una de las sombrillas, se tiñeron de una pizca de adelantada melancolía.
No hubo intercambio de teléfonos ni acuerdos para volver a encontrarse.
Ambos sabían que había sido una maravillosa “X” de la vida la que los había juntado donde los trazos se cruzan y que sus caminos, después de este punto de encuentro y como pasa en todas las “X”, volverían a separarse para alejarse cada vez más.
Y si bien la vida iba a continuar, éste no dejaba de ser otro jaque mate.
Pero teñido de un apacible dulzor. De cierta presión en la boca del estómago que remataría en un sonriente suspiro mutuo.
Porque fue el jaque mate anunciado de una partida que,
de todas maneras,
habían decidido jugar…
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Adrián Ares tiene 56 años y es Licenciado en Psicología recibido en 1992 en la Universidad del Salvador. Padre de dos hijas y una “prestada” –como él mismo la define– lanzó el blog “Monólogos de un hombre cualquiera” a fines de noviembre de 2016 desde una cabaña en Salto, Uruguay, a la cual va frecuentemente a disfrutar de su otra gran pasión: la pesca.
El blog tiene hoy 80.000 lectores, muchos de los cuales interactúan con el autor en los “Miércoles de reflexión”, una sección de su página de Facebook en la que postea bromas con el único fin de divertirse una vez por semana.
Esta primera entrega es una selección de 60 monólogos, entre los cuales el lector encontrará algunos extractados del blog y otros absolutamente inéditos, para zambullirnos en el caos de afectos que nos embargan cotidianamente en este pasaje de ida sin regreso que es la Vida.